Belén Altuna, EL PAÍS, 5/9/12
Nuestros políticos se preparan para un otoño caliente, más caliente si cabe en Euskadi. Si ser vasco es muy ‘cansao’, como recordaba ellehendakari citando a Mario Onaindia, qué decir cuando se acercan las elecciones y el molinillo rueda que te rueda. Lo cierto es que resulta una ocasión propicia para la reflexión melancólica y la metafísica parda, pero también para observar de cerca la formación y evolución de los nuevos políticos. Nos los imaginamos recibiendo cursos acelerados de lengua de madera, reiterando vaguedades-que-no-dicen-nada-pero-mira-qué-bien-quedan; nos los imaginamos aprendiendo un catecismo de preguntas y respuestas como el de Astete, santísimas trinidades y mandamientos irrecusables.
Imaginemos que somos Laura Mintegi y que todos los periodistas, excepto los majos de Gara y Berria, claro, tienen la manía de preguntarnos si la izquierda abertzale no podría mostrarse más contundente contra la violencia. Fácil: «No conozco una formación de este país que haya hecho un mayor recorrido autocrítico en estos treinta años que el realizado por la izquierda abertzale«. Puede que el periodista se muestre un tanto ojiplático, porque si ha existido ese recorrido autocrítico tan llamativo ha debido de ser en la intimidad del hogar, allá donde hablaba catalán Aznar. Imaginemos que el entrevistador sigue hurgando por ahí: «Para la libertad de Uribetxebarria se ha apelado a razones de humanidad y de dignidad. ¿No le faltó al preso esa humanidad durante el secuestro de Ortega Lara?» Chupado: «Ese delito tuvo una pena que se ha cumplido». Pregúnteme por cuestiones morales, que yo -siempre que pueda- responderé con las legales.
Si en el catecismo de los líderes de la izquierda abertzale hay un mandamiento que encabeza la lista (tengo dudas de si viene antes o después de «Amarás a Euskal Herria por encima de todas las cosas») es: «No condenarás» (entiéndase, «el historial de la Organización»). ¿Es que hay acaso una palabra más endemoniada que ésa, «condenar»? Hace unos días, la vicelehendakari Idoia Mendia conminó a Mintegi a ídem los últimos actos de kale borroka. La respuesta de ésta merece formar parte de alguna antología: la palabra condena «pertenece a la terminología de la moral». «Yo la veo muy adecuada en los púlpitos, pero creo que a los responsables políticos no se nos tiene que pedir un discurso estéril; se nos tiene que pedir que busquemos soluciones». Acabáramos. Resulta ahora que la moral es patrimonio de la religión y que la política no tiene nada que ver con la ética. ¿En qué consistirá entonces? ¿En puro pragmatismo, oportunismo, cinismo? Que uno pueda pasarse el día hablando de libertad, justicia y derechos, pero no tomarse en serio la ética, no concebirla como aliento y límite de la política, es asombroso. Más breve y claro que el entero catecismo, ese «discurso estéril» retrata, de forma preclara, a la candidata.
Belén Altuna, EL PAÍS, 5/9/12