IGNACIO CAMACHO – ABC – 21/09/15
· Para cierta sedicente progresía, ser español en España viene a constituir una suerte de discapacidad, de atraso histórico.
Esa frase de Fernando Trueba, «ni por cinco minutos me he sentido nunca español», explica más que bien lo que está pasando y lo que va a pasar en Cataluña. Porque eso no lo ha dicho un hiperventilado secesionista catalán en pleno fragor de la campaña, sino un señor nacido en Madrid que ha rodado la mayoría de sus sobrestimadas películas en castellano.
Un señor que bajo el influjo de un sedicente izquierdismo intelectual se cree más cosmopolita y más progre por desmarcarse con displicencia de una cultura y de una historia que parece considerar un fracaso. Y ahí está el problema: que mientras la mayoría de los catalanes o de los vascos, independentistas o no, se sienten orgullosos de serlo, muchos españoles se consideran a sí mismos lastrados por su condición de tales, como si su nacionalidad fuese una minusvalía histórica.
No es una cuestión de patriotismo, otra palabra tan connotada de negatividad en el imaginario de la progresía que ha habido que añadirle el adjetivo constitucional para maquillarle el desprestigio. Se trata de un asunto de psicopatología política. La izquierda, una cierta izquierda, casi toda la izquierda, ha sido incapaz de superar los clichés del antifranquismo retroactivo. Se siente remordida por los golpes que la vida no le ha dado, como decía Gil de Biedma, y ha creado una mística de escepticismo apátrida porque la considera de buen tono para diferenciarse de la derecha, único sector ideológico que defiende en España la nación como proyecto de convivencia.
Frente a ese desdén pretendidamente mundano, el nacionalismo periférico ha construido un ideal alternativo con su propio misticismo identitario. Ambas corrientes coinciden en etiquetar la españolidad como un rasgo rancio, triste, epítome de mediocridad antimoderna; si a ello se suma la tradición afligida del tardonoventayochismo, su elegante melancolía desengañada y derrotista, resulta que ser español en España viene a constituir, en efecto, una discapacidad, un atraso.
Si en el propio PSOE, el partido que más tiempo ha gobernado la España democrática, chirría que su líder Pedro Sánchez utilice en los mítines la bandera constitucional como decorado, poco puede extrañar que miles de vascos y catalanes pitasen un himno que para Pablo Iglesias es una «pachanga fachosa». La falta de un modelo de cohesión nacional en la izquierda ha prestigiado la desestructuración territorial, la «nación de naciones» y el soberanismo desigualitario.
Y ni siquiera el éxito de la democracia ha podido revertir este relato pesimista de la pertenencia comunitaria porque la narrativa de los partidos emergentes en la crisis ha convertido la Transición en una especie de chicharro. En este contexto las palabras de Trueba, con el Premio Nacional y su cheque en la mano, no son sólo un ejercicio de desagradecido cinismo. Son el testimonio palmario y evidente de un descalabro.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 21/09/15