ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN

Las negociaciones para formar gobiernos constituyen un ejercicio de irresponsabilidad sin precedentes en la democracia

EL desmedido afán de protagonismo que embarga a la mayoría de nuestros dirigentes está convirtiendo las negociaciones para formar gobiernos en un ejercicio de irresponsabilidad sin precedentes en la historia democrática. No todos muestran el mismo nivel de egolatría incompatible con el interés general; cierto. Pero la media es tan elevada en lo que a insensatez se refiere que el resultado final nos aboca a un callejón sin salida.

En el bando independentista ya sabemos lo que hay: supremacismo aderezado de victimismo, desprecio total por las normas del Estado de Derecho y huida hacia adelante en nombre de la «sagrada patria» onírica, aunque el proceso conlleve la ruina de sus habitantes. Más de lo mismo de siempre, a calzón quitado y despojado de cualquier vestigio posibilista.

En la izquierda las cosas no están mucho mejor. El Partido Socialista se abraza sin disimulo a la tabla de salvación separatista, con guiños tan vergonzosos como la entrevista al terrorista Arnaldo Otegui en RTVE o la sumisión de Navarra al vasallaje del PNV, pero ni por ésas consigue los apoyos indispensables para que Sánchez sea investido presidente. Él quiere todo el poder para sí, sin ceder a Podemos ni una triste cartera ministerial, pese a necesitar perentoriamente sus 42 escaños. Pablo Iglesias, a su vez, se resiste a entregarlos a cambio de nada

y amaga con forzar una repetición electoral, aun teniendo la certeza de salir escaldado del trance. Juegan abiertamente al «gallina», a ver cuál de los dos frena antes, sabiendo que, en caso de accidente, la que se despeñará será España, mientras ellos siguen cobrando del erario público y riéndose del futuro de quienes les pagamos el sueldo. Todo en nombre de «la gente», por supuesto. Una «gente» a la que desprecian profundamente cuando no la odian por pensar distinto. Véase lo acaecido con la delegación de Ciudadanos en la manifestación del Orgullo, copada por esa ideología autoproclamada «progresista» y burdamente instrumentalizada en su beneficio, hasta el punto de mostrar al ministro del Interior azuzando ante las cámaras a las masas contra sus adversarios políticos.

¿Y qué ocurre en la derecha? Tres cuartos de lo mismo, con la honrosa excepción del PP, que desde hace semanas no ahorra esfuerzos en el empeño de tejer acuerdos entre las fuerzas con las que podría configurar mayorías allá donde la aritmética parlamentaria lo permite. Mientras los de Casado hacen gala de una paciencia digna del santo Job, la hueste de Abascal, Monasterio y Espinosa de los Monteros no se quita de la boca esa palabra, «dignidad», como justificación del bloqueo al que somete a las comunidades de Madrid y Murcia. Heridos en su orgullo por el desprecio de los de Rivera, se atrincheran en el «no es no» y van acaparando minutos de gloria en las televisiones a las que hasta hace poco rechazaban acudir por sentirse atacados en ellas. Primero exigieron poltronas. Después, reuniones a tres. Atendida esta petición, que se tuvieran en cuenta sus demandas. Y, cumplido este requisito en los correspondientes documentos programáticos, vuelven al mohín ofendido y nos remiten a septiembre, momento en el que decidirán hacia dónde inclinan el pulgar. Claro que los «naranjitos» tampoco lo ponen fácil. Están dispuestos a aceptar apoyos pero de ningún modo a compartir firmas, lo cual denota un fariseísmo entre infantil y ridículo. ¿Por qué empeñarse en vetar a Vox cuando el PSOE no tiene empacho alguno en codearse con partidos de extrema izquierda, golpistas y hasta terroristas? O se dejan pronto los complejos en casa o se dejarán los votos en las próximas urnas.