‘Mirando atrás’, memorias de Teo Uriarte

Texto de la presentación que realizó el periodista Juan José Corcuera del libro de memorias de Eduardo Uriarte en un acto celebrado en Vitoria el 12 de julio de 2005, organizado por la asociación Ciudadanía y Libertad.

Debe ser difícil escribir unas memorias, porque la memoria es siempre caprichosa y selectiva. Pero leyendo éstas, las de Teo Uriarte, da la sensación de que el autor tiene una prodigiosa memoria fotográfica o la vocación oculta de un escriba. Más que unas memorias se asemejan a un testamento vital —algo muy poco usual—, cargado de pequeños detalles, de personajes que entran y salen de la escena, de vivencias muy personales e incluso íntimas, relatadas de forma tan minuciosa como sencilla.

Es como si Teo hubiera escupido de golpe todo lo que llevaba dentro. Esa sensación de paz y tranquilidad interior que también describieron otros autores próximos, como Mario Onaindía o José Ramón Recalde, después de haber escrito sus respectivas autobiografías. La sensación de haber parido, de haber volcado sobre el papel ese cúmulo de vivencias que pesan demasiado en la cabeza y en las entrañas. «Ya he arreglado cuentas conmigo mismo», admite Teo Uriarte en su libro. «Lo cierto —continúa— es que escribirlas me ha tranquilizado mucho. Somos lo que somos y no tenemos que justificarnos por demasiadas cosas».

‘Mirando atrás’ no es la historia de un militante político, tampoco la de un antiguo etarra antifranquista que se autoflagela, o la de un analista histórico. Es, simplemente, el relato de un hombre que ha vivido una existencia repleta de peripecias personales y colectivas. Una historia que el autor convierte en una lectura divertida y amena, pese a estar jalonada de episodios difíciles y, en ocasiones, muy trágicos. La historia de un tipo que nunca acabará por saber de dónde es. La de un ser humano que ha buscado y sigue buscando la libertad personal. La suya y la de otros.

Es la historia de un testigo de excepción, el testamento personal de un vasco que cuando era niño decía que quería ser chino y sus compañeros de colegio se reían de él. Jorge Reverte, buen amigo de Mario y, de rebote, de Teo, asegura: «No existen los vascos y las vascas, como les gusta decir a los líderes nacionalistas, si no existe cada vasco y cada vasca».

Teo Uriarte ha sido uno de los principales impulsores del patriotismo constitucional, algo que deja muy patente en su libro. Un concepto que es muy sencillo de comprender: uno se siente patriota de aquel lugar donde puede ser feliz. Y si no se puede llegar a eso, al menos, de donde se le garantice su libertad. En sus artículos, en sus memorias en toda su trayectoria, su mensaje es muy claro. Es un grito por la libertad, la de todos, la de los individuos uno a uno, no la de sus pueblos, que, a veces, los diluyen y los aplastan.

Teo realiza un repaso implacable y sin concesiones a su biografía. Lo hace, además, tomando distanda, desde una actitud tocada por la perplejidad y la sorpresa de lo que le ha tocado vivir. Cuenta, por ejemplo, cómo durante los días que duró la vista del proceso de Burgos, los policías que les conducían de la cárcel al juicio les recriminaban sus declaraciones ante el consejo de guerra. «Que no habéis hablado nada del campesinado andaluz, oye, pues dilo hoy, o de la pobreza, o de los gallegos…»

Sus memorias están escritas desde una aparente honestidad, sin rencor y desde un cierto optimismo, pese a que su autor sigue viviendo hoy con una escolta policial que le protege de aquellos con los que luchó por la libertad en la primera hornada de ETA. Pero el libro está atravesado también por un fuerte humor sarcástico. No es casualidad, por ejemplo, que el último capítulo se titule: ‘Qué mal tiene que estar el país para que me den una medalla a mí’, en referencia a la concesión en febrero de 2004 de manos de Aznar de la medalla al mérito constitucional.

Militantes antifranquistas, expertos en cárceles y en torturas, hombres como Teo Uriarte, comprendieron muy pronto que lo que estaba en juego en el País Vasco no era la disputa entre nacionalismo y no nacionalismo, sino algo más simple, pero más valioso y vital, en el sentido literal de la palabra. Estaba en juego el pleno establecimiento o la claudicación de la democracia, la división de los seres humanos entre víctimas y verdugos, entre amenazados e indiferentes. Estaba y sigue estando en juego el imperio de la ley.

Hay en las memorias de Teo Uriarte un inevitable paralelismo con las de Mario Onaindía, su amigo del alma, su compañero de militancia en ETA, en el banquillo dei ‘Proceso de Burgos’, en la aventura de Euskadiko Ezkerra o en el Partido Socialista de Euskadi. Pero no estamos ante un ejercicio redundante, sino complementario. Es como si Mario y Teo hubieran pactado de antemano rellenar los huecos que pudieran apreciarse en el relato del otro.

Se podría decir, incluso, que Teo Uriarte reivindica el papel de actor secundario. Al igual que en el cine de John Ford, donde siempre hay un secundario amigo del chico, Teo parece observarlo todo desde atrás, con cierta perspectiva, dando sentido a todo lo que ocurre en esta película vital.

La experiencia de Teo Uriarte es bastante extensible a toda una generación de jóvenes vascos que militaron en ETA contra el franquismo, especialmente para aquellos que como el autor vivieron desde la cárcel las transformaciones que experimentó la sociedad española y también la vasca, durante la Transición.

Es, por tanto, la historia de un aprendizaje. El que lleva a un joven antifranquista desde la militancia violenta contra la dictadura hasta la adopción como propios de los valores que conforman el Estado de Derecho. Un viaje en el que la discrepancia con el nacionalismo se ha convertido, sobre todo desde la firma del Pacto de Estella, en un foso cada vez más profundo.

De este viaje y de este desencuentro da cuenta el autor en el cruce de notas que mantuvo en su primera legislatura como parlamentario con el entonces presidente de la Cámara vasca, Juan José Pujana: «En una ocasión, tras una intervención mía en la que alabé la Revolución Francesa —rememora el autor—, Pujana me mandó una nota por medio de un conserje: ¿Acaso crees, Teo, que la Revolución Francesa supuso algo bueno para Euskadi?» En la misma nota Uriarte contestó: «Igualdad, libertad, fraternidad».

A Teo Uriarte le siguen avergonzando algunos episodios de los años 70. No quiere que se considere a la ETA antifranquista como un movimiento heroico, en contraposición con la sanguinaria ETA de la democracia. De ambas repudia el asesinato, la sacralización de la muerte. «Nuestro gran error —admite en su autobiografía— fue buscar atajos a través de la violencia».

Después de ser sometidos a largas jornadas de torturas, ni él ni sus compañeros dijeron a sus interrogadores quién mató al comisario Melitón Manzanas. «Sospecho que no hubo nadie que declarara quién fue el que mató a Manzanas porque nos daba vergüenza matar». Así de sencillo lo explica en sus memorias.

Quizá escribió Teo este libro tratando de cumplir una misión didáctica, un objetivo docente, al alertar a posibles jóvenes lectores de que «no cometan —como él mismo dice— los errores que yo cometí».

Hay a lo largo del trabajo de Teo Uriarte momentos memorables. Yo me quedo con uno de ellos: la descripción casi periodística que realiza del asesinato de Fernando Buesa y de su escolta, de la posterior reacción del lehendakari Ibarretxe, de la vergonzosa doble manifestación que recorrió Vitoria. «Fue el día más asqueroso que he vivido y he vivido varios», confiesa Teo Uriarte. También lo fue para mí, Teo, como supongo que también lo fue para muchos vascos y españoles de buena voluntad.

‘Mirando atrás. De las filas de ETA a las listas del PSE’. Estamos sin duda, ante uno de los grandes libros de la temporada, entretenido como una buena novela de acción, aunque los hechos que se narran responden a la más pura realidad.

«Quizá me dé la vida para escribir una segunda parte, pero ya no será tan rocambolesca como esta», dice Uriarte al final de su autobiografía. ¡Quién lo sabe, Teo, quién lo sabe!

Diviértanse con este libro. Aprendan con él. Disfrútenlo como lo he disfrutado yo.

Juan José Corcuera, 12/7/2005