Mirémonos al espejo

Juan Carlos Girauta-ABC

  • ¿Qué nos ha pasado para que normalicemos la presencia en el Gobierno de enemigos de la Constitución y del Rey?

Sabemos cómo la banda accedió al poder: una moción de censura prosperó. Banda, sí, menos aspavientos; me acojo a esta acepción de la RAE: «Parcialidad o número de gente que favorece y sigue el partido de alguien». No al arroz a banda, ni a otras acepciones que, aunque las acoja el diccionario, solo retratan a una parte del montón: «Pandilla juvenil con tendencia al comportamiento agresivo».

Siendo la única vez en cuarenta años que la moción no operaba como herramienta de propaganda política, no es impreciso calificar aquello de anomalía. Sabemos también cómo la banda se mantuvo en el poder durante el resto de esa reveladora legislatura que establecía por fin quién era Sánchez, su sentido de Estado, su concepto del poder. Nada más fácil de entender que el mantenimiento de la cohesión durante aquel período. Se explica por el crudo do tu des (eso que las series americanas y los despistados llaman quid pro quo).

Al esquema do un des se había recurrido durante el bipartidismo imperfecto con cada mayoría simple. Lo que daba uno siempre era dinero público y competencias nuevas a los nacionalistas. E impunidades por debajo de la mesa. Lo que daba el otro eran sus votos. El negocio más viejo del mundo, las bisagras, sutilmente ligado al oficio más viejo del mundo. Estos tratos obligados son un triste signo, si no un sino, de nuestra democracia. Tampoco era nuevo, si nos mantenemos en lo esquemático, necesitar más de una formación bisagra para completar la mayoría parlamentaria, si no en todas las votaciones, al menos en las fundamentales, como los Presupuestos. Pero sobre anomalía, anomalía: los Presupuestos llamados «de Montoro» estaban predestinados a estirarse cual chicle.

Todo esto lo entiende el común de los espectadores y, aunque menos, el común de los opinadores. Pero lo que sabemos y lo que entendemos son sendas que se bifurcaron cuando el noble pueblo español premió a Sánchez el año pasado con 123 y 120 escaños (venía de 85). ¿Qué premió? He ahí la incógnita a despejar. Porque, si bien el presidente usó y abusó de los resortes del poder, de RTVE y del CIS, de la letra pequeña del BOE, que tantas cosas explica, y del reparto de la publicidad institucional, lo cierto es que ni era el primero en hacerlo ni en las sociedades complejas del siglo XXI resulta tan fácil a las viejas siglas tratar al personal como un rebaño. Sin ir más lejos, el Partido Socialista francés fue jibarizado en un pispás con solo agitar la esperanza.

Así que, aunque se señale a Sánchez con índice acusador por unas alianzas inconcebibles en el PSOE previo, antes dediquemos un rato a observarnos como sociedad. Venga el espejo, trae. ¿Qué nos ha pasado para que la ominosa coyunda de Navarra salga gratis? O para que la versión prevaleciente de lo de Alsasua sea una pelea de chavales. O para que normalicemos la presencia en el Gobierno de enemigos declarados de la Constitución y del Rey.