Jose Ignacio Eguizábal-Editores
Es cosa sabida: el virus apareció en Wuhan a primeros de diciembre de 2019. China es el gran mercado del mundo y está gobernada con mano de hierro por el Partido Comunista. Sobre los científicos que dieron la alarma solo hay rumores oscuros: fallecimientos y desapariciones. Todo es opaco allí porque la información –como país comunista- está secuestrada por el Partido. Las últimas noticias oficiales hablan de que el virus no se originó en Wuhann sino que procede de congelados venidos de Europa.
El virus ha causado en España cerca de 70.000 fallecimientos y entre marzo y abril una tasa brutal de contagios y muertos entre el personal sanitario por falta de sistemas de protección. El gobierno solo reconoce algo menos de 50.000 y el doctor Simón afirmaba hace algunas semanas que tenía que “recolocar” el resto de fallecimientos para el que no encontraba explicación. La información en España no está secuestrada por el gobierno –al menos en su totalidad- pero no es fácil buscar información que contradiga la versión oficial y el descrédito de quien se atreva a contravenirla es automático. Una especie de comunismo blando.
El gobierno no puede decir que desconocía el riesgo. Desde enero ignoró avisos de organismos nacionales e internacionales, algunos de ellos aconsejando acopio de material de protección. Comenzó Simón desaconsejando el uso de mascarillas, como supimos después por la sencilla razón de que no había. Hablaba en TVE en febrero insistiendo en que la incidencia del virus iba a ser irrelevante y que, en todo caso, la cuestión fundamental era evitar el colapso del sistema sanitario. En definitiva, achatar la curva. Evidentemente, no lo consiguió. Lejos de ser cesado, el grupo Prisa le ensalza y los neocomunistas quieren que sea declarado hijo predilecto de su ciudad de origen. Un rebuzno patético que recuerda a aquel ¡Vivan las cadenas¡.
Salimos contentos de la primera ola de la pandemia y el doctor Sánchez se presentó el 17 de junio como el salvador de 400.000 víctimas potenciales, anunciando que el virus había sido derrotado. La desescalada se había producido –según la versión oficial- siguiendo los criterios de un comité de expertos. Mucho tiempo después, a requerimiento del Defensor del Pueblo, vimos que ese comité no existió. Semanas antes, el estado de las autonomías mostraba sus flaquezas: ni uno solo de los enfermos necesitados de UCI fueron trasladados de una comunidad a otra menos saturada. En Francia, los enfermos eran trasladados de unos departamentos más congestionados a otros pero también a Alemania o a Austria. Aquí no se planteó la idea del traslado a Portugal cuyas UCIS estaban vacías. 17 reinos de taifas necesitan un control superior que esté por encima de la visión particular de cada una de ellos. Por no hablar de Cataluña y el País Vasco donde el ejército tuvo dificultades o sencillamente no se le consintió instalar hospitales de campaña…porque de facto operan como un país independiente y el doctor necesita sus votos para mantenerse en el poder.
Llegó la segunda ola. El gobierno declara el estado de alarma pero delegando en las comunidades autónomas facultades que no pueden ser transferidas. Falta el dictado de normas objetivas –criterios epidemiológicos- para que cada comunidad gestione la pandemia. Así, las comunidades nacionalistas hacen lo que quieren y el gobierno tiene las manos libres para enredar en las comunidades que estime oportuno. No es extraño que falte, de nuevo, el comité de expertos. No parece que lo haya y las explicaciones de un miembro destacado del gobierno mueven a la lástima si no insultaran antes nuestra inteligencia.
Algo hay que reconocer, sin embargo, al gobierno: su gestión informativa de la pandemia basada en la sustitución de la información por la propaganda habría emocionado a Goebbels. Controla absolutamente RTVE, poderosamente las televisiones privadas y grandes grupos de información están a su servicio. Así que la población estabulada con ese pienso barato va como sonámbula, temerosa de que si critica sea señalada como un apestado conservador, franquista. Un milagro.
¿Cómo hemos llegado a esto? Seguramente porque desde el gobierno de Rodríguez Zapatero la socialdemocracia inició nada menos que una vuelta a la guerra civil….para ganarla. La soberbia moral –indecente- de la izquierda diseñó un plan siniestro: unirse a nacionalistas y neocomunistas siempre….y al resto nunca porque eran franquistas. Un cordón sanitario. Como señala Ovejero, la izquierda no solo compró la mercancía averiada del nacionalismo sino que se tragó el anzuelo también nacionalista de que España, la España de los ciudadanos libres e iguales es Franco.
Llegó el doctor Sánchez, sin anclaje ninguno con la veracidad y aquel pacto de Zapatero lo completó añadiendo la sangre de las víctimas del terrorismo. Esto explica el discurso oficial de deslegitimación de la oposición. Intentando, además, someter al poder judicial. Un terreno muy peligroso porque ahí anida la larva del totalitarismo. Y, eso sí, blindándose todo lo posible para no asumir responsabilidad alguna. Algo monstruoso cuando organismos nacionales e internacionales de toda solvencia señalan a España como una de las peores gestiones de la pandemia del mundo. En un momento además en que la OCDE advierte que España, solo superada por Argentina, será el país que padecerá más gravemente la enorme crisis económica a la que el gobierno pone sordina. La peor crisis de la historia reciente con el peor gobierno posible para gestionarla.