Ignacio Camacho-ABC
- La moción de Abascal ni siquiera va contra Casado: es un intento impaciente de combatir la crecida del voto pragmático
Cuando en 2017 Pablo Iglesias le presentó a Rajoy una testimonial moción de censura, el análisis unánime fue que en realidad pretendía minar la aún débil jerarquía opositora de Pedro Sánchez. Mutatis mutandis, cabría decir que la que ayer anunció Abascal no es más que una especie de desafío dinástico para disputarle la primogenitura del bando conservador a Pablo Casado. Pero ni siquiera va contra el PP: se trata de una moción contra las encuestas, en las que Vox se está desfondando tras la pandemia porque en situaciones de zozobra los ciudadanos tienden a buscar amparo en el valor-refugio de los partidos consolidados. Es un intento impaciente, disfrazado de urgencia patriótica, de remontar expectativas ante el retorno al voto pragmático de una cierta derecha que empieza a cansarse de perder y de acumular desengaños tras haberse dado el gustazo visceral que le reclamaba su instinto bizarro.
Los partidarios más irreductibles de Vox se suelen irritar ante la evidencia objetiva de que su política aguerrida sólo sirve para apuntalar la hegemonía del sedicente bloque progresista. Como está harto de repetir Narciso Michavila, acaso el hombre que mejor conoce las tripas de la sociología electoral, Sánchez seguirá en el poder mientras el centro y la derecha se presenten bajo tres siglas distintas. Es pura aritmética, no brujería. Pero además de fragmentar la alternativa, la abrupta emotividad de Abascal y compañía contribuye a cohesionar a la izquierda y a sus aliados nacionalistas y convoca el miedo a la ultraderecha, el espantajo tardofranquista que les sirve de coartada para apretar sus filas. Este Gobierno considera a Vox su seguro de vida; por eso recibió el anuncio de ayer con una indisimulable sonrisa. Si fuera menester, los diputados del PSOE serían capaces hasta de prestar sus firmas para que no decayese la iniciativa.
El debate de septiembre proporcionará un buen rato a los aficionados a la política espectáculo. Abascal es un orador vibrante y su discurso retador, hiperbólico, gallardo, complace -aunque cada vez con menos entusiasmo- a muchos votantes irritados por la autoproclamada superioridad moral del progresismo sectario. Otro asunto es que tanta vehemencia volcánica sirva para algo. Con eso tendrá que lidiar Casado, colocado en la tesitura artificial de competir en radicalidad o pecar de timorato: una prueba para demostrar la solidez de su liderazgo si sabe encontrar la convicción, el tono y la autoridad del pensamiento moderado. Sánchez, Iglesias y el conglomerado nacionalpopulista lo tienen fácil: les bastará con sacar de paseo a la momia de Franco y esperar que la derecha se haga pedazos. Los efectos del disparate se sentirán de inmediato cuando los sondeos reflejen que el avance liberal de los últimos meses se viene abajo. Y el sanchismo se asegurará un mandato tranquilo para los próximos tres… o siete años.