Nacho Cardero-El Confidencial

  • Alguien advirtió en su día que quien se prestase en plena pandemia a las mociones de censura y a esos juegos de alquimia que tanto gustan en la Moncloa era un irresponsable y arrastraba un grave problema moral

La moción de censura para desbancar a López Miras de la presidencia de Murcia fracasó entre reproches y acusaciones arrabaleras. Arrimadas pinchaba en hueso. Dijo Ignacio Varela en Onda Cero que el intento de la líder de Cs para sacar al PP del poder en Murcia, donde lleva 25 años gobernando, amén de ser coto privado de Teodoro García Egea, era como ir al dormitorio de Luca Brasi con una pistola de agua para robarle la cartera.

Luca Brasi asesinó a los 12 años a su padre, que era un borracho y un maltratador. Poco después hizo lo propio con el amante de su madre. Lo tiró desde un décimo piso. Es de suponer que Varela exageraba, aunque tampoco nos atrevemos a especular hasta qué punto. Las hostilidades desatadas en el centro derecha suben en intensidad a niveles nunca conocidos. Empieza a parecerse a una guerra de familias, los Corleone contra los Tattaglia.
 “Ahora queda salvar el Ayuntamiento. Está complicado, pero tenemos margen”, dice un alto dirigente del PP en relación a la moción de censura que se dirime esta semana en el consistorio murciano. “Estamos intentando que cuando se vote la moción ya no quede partido de Cs”. El lenguaje no puede ser más explícito.

 Las hostilidades desatadas en el centro derecha suben en intensidad a niveles nunca conocidos
 Todo ello en un contexto tóxico de transfuguismo, mentiras y cintas de audio, que propicia la ofensiva de los populares y que hace que los que demonizaban a Podemos, como era el caso de la formación naranja, se encamen ahora con ellos sin ningún rubor.

Alguien advirtió en su día que quien se prestase en plena pandemia a las mociones de censura y a esos juegos de alquimia que tanto gustan en la Moncloa, con un estado de alarma vigente y cientos de personas muriendo por covid a diario, era un irresponsable y arrastraba un grave problema moral. Pues bien, usted, Juan Español, que no quería caldo, va a tener dos tazas.
 Este lunes le toca el turno a Castilla y León. Se vota la moción de censura presentada por los socialistas. Entre PSOE y Podemos suman 37 escaños. La mayoría absoluta está en 41. El pasado viernes no le llegaba la camisa al cuello al presidente autonómico, el popular Fernández Mañueco, tras conocerse que la procuradora de Cs por Salamanca, María Montero Carrasco, dejaba el grupo parlamentario sin renunciar a su acta.

Mañueco temía que, al igual que en Murcia, las deserciones cayeran como fichas de dominó y Castilla y León se convirtiese en el nuevo campo de batalla de Casado y Arrimadas. Los populares veían fantasmas por las esquinas, además de la larga mano de Moncloa manejando los hilos. Dudaban de las diputadas de Cs por Zamora y Palencia. También de Unión del Pueblo Leonés (UPL). Por no tener claro, no tenían claro ni el sentido del voto de Vox.

 “Los socialistas han jugado fuerte estos días, pero que muy fuerte”, comentaba Paco Igea, vicepresidente del Gobierno autonómico y líder de los naranjas en este territorio. La tesis era compartida por el PP regional, que atribuyen la asonada a una estrategia salida del magín de Redondo para desestabilizar a Casado aprovechándose del viraje al centro de Arrimadas.
 “No creo que la moción salga salvo sorpresa mayúscula”, añade Igea. “No creo que vote a favor ni la diputada que se ha dado de baja. El resto del grupo lo tiene claro y lo ha manifestado de forma reiterada. De momento, solo cuentan con 37 votos de los 41 necesarios. Es muy difícil que obtengan más. Yo estoy tranquilo, aunque sigo trabajando”.

El efecto mariposa de las elecciones catalanas tuvo luego sus réplicas en los gobiernos autonómicos, alcanzando al Ejecutivo de Sánchez
 La espoleta que activó las hostilidades en el centro derecha no fue sino los resultados de las catalanas, que arrasaron con PP y Ciudadanos al tiempo que lanzaban a Vox. La debacle obligaba a un cuestionado Casado a idear una estrategia para blindarse orgánicamente y poder llegar a las próximas generales, mientras Arrimadas se distanciaba de la foto de Colón y se aproximaba al PSOE para marcar territorio y sobrevivir. Ahí empezó todo.

 El efecto mariposa de las elecciones catalanas tuvo luego sus réplicas en los gobiernos autonómicos de Castilla y León, Murcia y Madrid, alcanzando incluso al Ejecutivo de Pedro Sánchez, del que ha salido su vicepresidente segundo para disputar la comunidad a Díaz Ayuso.
 Teodoro García Egea maneja el dispositivo desde su despacho en Génova. Allí recibe a propios y extraños, con el fin último de reunificar el centro derecha y convertirse en la casa madre de los diputados defraudados con Ciudadanos y también con Vox, única baza, entiende, para sacar a Sánchez del poder. Lo hace de la mano de Fran Hervías y bajo la atenta mirada de Albert Rivera, quien nunca llegó a irse del todo de la política.

La ofensiva del PP contra Ciudadanos no ha parado un segundo tras el fiasco de las elecciones catalanas y la fallida moción de censura de Murcia. Acaso lo ven como una ocasión pintiparada para volatilizar a los naranjas y, como el Pisuerga pasa por Valladolid, frenar los pies a esos barones populares que levantaron la mano para cuestionar la hoja de ruta de Casado.

 Las cabezas de caballo han comenzado a circular por los territorios críticos, interviniendo Génova en los congresos regionales y provinciales para colocar afines. En Andalucía, por de pronto, después de una campaña marrullera, han logrado situar en la presidencia de Sevilla a su candidata en detrimento del nombre promovido por Moreno Bonilla, factótum de la Junta y uno de los valores más en alza en la formación conservadora. Ya se sabe, dicen en política, que no hay peor astilla que la de la misma madera.