Vacunas de helicópteros

Ignacio Camacho-ABC

  • Vacunas, vacunas, vacunas. Ningún Gobierno responsable puede tener ahora mismo otra urgencia. Vacunas o quiebra

Bajo esta luz esmaltada en azules con que ha roto la primavera, en el terraceo alegre del puente -y falta la Semana Santa-, se puede estar fraguando, perdón por el pesimismo, la cuarta ola. No será tan fuerte como la de enero y febrero, apuntan los que saben; más bien un repunte de dimensiones y gravedad inciertas según el impacto más o menos intenso de las nuevas cepas. Los perímetros regionales y provinciales han sido una decisión acertada pero acaso insuficiente para contener la ansiedad de la población por sacudirse la llamada fatiga pandémica. Para el Domingo de Ramos y el Jueves Santo, en muchas ciudades españoles se han agotado ya las reservas de mesas: dos turnos de almuerzos y uno de cenas. Y está por medir, en regiones como Madrid o Baleares, el impacto sanitario del turismo de fiesta. Quizá las autoridades hayan enviado a la ciudadanía el mensaje equivocado de que la pandemia se está acabando, mientras en varios países de Europa, incluido alguno que casi se libró de la tercera ola como Italia -porque cerró en Navidad-, vuelve a dispararse el contagio. La necesidad de dar un respiro económico a la hostelería y el comercio ha impuesto el criterio general de ampliar sus horarios pero queda la duda de si con un poco de esfuerzo se podía haber bajado aún más la incidencia antes de abrir la mano. La profesión médica alberga el temor de que esta euforia prematura desemboque en otra crecida de la infección para finales de abril y principios de mayo. Justo cuando caduca el estado de alarma, que en ese caso podría prolongarse hasta el verano.

La clave de la cuestión es que estas semanas de descenso no están siendo aprovechadas para una vacunación en masa. El estancamiento de la campaña de protección es un obstáculo crucial en la normalización sanitaria. Hay que desengañarse: viviremos en el acordeón de aperturas y cierres, en la montaña rusa de restricciones y alivios, hasta que al menos la mitad del padrón esté inmunizada. Ésa es o debería ser la única prioridad institucional. Vacunas, vacunas, vacunas. Hay que lanzar vacunas, si fuera preciso, desde los helicópteros, como decía Friedman que había que hacer con el dinero en tiempos de recesión. El problema es que no las tenemos, que no llegan, al que se han sumado los recelos sobre el preparado de AstraZeneca. Pero ningún dirigente con mínimo sentido de la responsabilidad puede tener ahora mismo otra urgencia. Vacunas, no elecciones, ni eutanasia, ni ingeniería ideológica, ni dudosos rescates de empresas. Y si no puede o no sabe proporcionarlas la Unión Europea, el Gobierno tendrá que empezar a pensar en salir a buscarlas, como ha dicho el muy europeísta Draghi, por su cuenta. Simplemente porque el virus no espera. Y porque ni la salud pública ni la economía son recuperables bajo este vaivén de perímetros y toques de queda. El tiempo se acaba: vacunas o quiebra.