Jorge Galindo-El País
Un acuerdo entre PSOE y Ciudadanos se antoja difícil porque no buscan la moción con el mismo objetivo
En cuarenta años de democracia no ha triunfado una sola moción de censura en España. Hay varias razones para ello, pero una de la más importantes es que ésta debe ser de tipo constructivo según marca la Constitución: requiere de un candidato alternativo acordado por una mayoría absoluta distinta a la que hizo jefe de gobierno a quien sea presidente en ese momento. Acordar una especie de “moción instrumental” que simplemente lleve a unas elecciones anticipadas requiere no solo de un giro en quienes antes apoyaban al actual gobierno, sino también que se crean que el nuevo no se va a quedar ahí y va a cumplir su compromiso de ser, sencillamente, quien convoque comicios. Porque después no podrán hacérselo cumplir de ninguna manera, salvo bloqueándole todas las medidas que proponga.
Ahora mismo, un acuerdo entre PSOE y Ciudadanos se antoja difícil porque no buscan la moción con el mismo objetivo. Mientras a los naranjas no les vendría mal separarse del PP en el eje corrupción-regeneración yendo a unas elecciones mientras mantienen un momento inigualable en las encuestas, para Pedro Sánchez las urnas son peligrosas precisamente porque los sondeos no le son favorables. Es decir: no es un candidato creíble para una moción instrumental, que además no encaja bien con el ordenamiento constitucional patrio.
Las otras sumas viables, sin embargo, sí contemplarían una moción clásica, basada en acuerdos programáticos. La cuestión es si esta mezcla da como resultado algo en lo que todos puedan estar de acuerdo. Igual que antes, el voto se convierte en un juego de dos fases, con dos objetivos distintos. La primera consiste sencillamente en echar a Rajoy. Este punto es, lógicamente, el que más apoyos podría suscitar, alcanzando incluso una mayoría de quienes hace solo unos días estaban aprobando sus Presupuestos Generales.
Lo interesante (y complicado) llega en la segunda fase. Que ahora no es si habrá elecciones o no, sino una pregunta: una vez tengamos el poder, qué hacemos. Las dos vías que le quedan a Sánchez combinan plataformas independentistas con nacionalismos moderados. En ambas tendrían que estar ERC y PDeCat. En una, el PNV sumaría hasta 178 diputados. En la otra, Coalición Canaria y Bildu alcanzarían el umbral mínimo de 176.
Para los canarios, como mínimo, sería necesario reconstruir el entendimiento que tenían con los socialistas que se rompió cuando CC apoyó los primeros presupuestos de la segunda era de Rajoy. Además de contrapartidas similares a las obtenidas hasta ahora con Rajoy. El PNV, por su lado, está a punto de lograr la aprobación definitiva de unos presupuestos generosos con el País Vasco. La tramitación en el Senado tomará un mes, y está en manos del PP: es poco probable que en este periodo los nacionalistas se arriesguen a perder lo ganado. Durante este periodo de gracia ni siquiera se les vería interesados en acabar con Rajoy. Después de eso, le pedirán a Sánchez (ya lo están haciendo) qué puede ofrecer “para Euskadi y para Cataluña”.
Pero cualquiera de estas ofertas deberá ser creíble, y para serlo necesita del apoyo de los independentistas (y aquí cabe incluir a EH Bildu). Quienes, claro, exigirán sus propias contrapartidas. Unas que el PSOE no puede conceder si no quiere reabrir su crisis interna, amén de poner en riesgo ciertas porciones de su base de votantes a las que Cs estaría encantado de hincarle el diente. Si los nacionalistas moderados anticipan esto, es posible que entiendan que en realidad Sánchez no puede prometerles nada. De hecho, Ana Oramas ya ha declarado que no está interesada en ir a ningún sitio de la mano de los independentistas.
En definitiva, si finalmente la moción constructiva falla, nos quedará a todos un aprendizaje interesante: la actual polarización territorial no solo hace imposibles acuerdos entre extremos, sino que dificulta la mezcla incluso con los espacios más moderados. No hay compromisos posibles porque todo el mundo anticipa que no hay mayorías sostenibles. Habremos confirmado, pues, que la política en España está rota.