Ignacio Camacho-ABC
- La moción de Vox obliga al PP a defender su propio modelo mucho más allá de la explotación visceral del descontento
La inmensa mayoría de los votantes de la derecha y el centro comparten las críticas que Vox pueda formular a este Gobierno. No ocurre lo mismo con el tono y el programa de alternativa, que es con lo que se ganan las elecciones porque las mayorías sociales no se articulan a través del rechazo sino de las propuestas. Ésa es precisamente la causa de la debilidad del bloque Frankenstein, que sólo está cohesionado por la estrategia de confrontación con la derecha. La moción de censura anunciada por Santiago Abascal es un intento legítimo de ensanchar su espacio en un momento en que las encuestas le achican las expectativas y le señalan un techo, y es probable que tenga relativo éxito
en su objetivo de atraer la atención de mucha gente harta del desprecio autoritario del PSOE y Podemos. Pero al interpelar directamente al PP obliga al partido medular del liberalismo español a defender su propio modelo, que por obvias razones de liderazgo y de responsabilidad no puede limitarse sólo a la explotación del descontento. Para Pablo Casado será un debate incómodo en el que tanto el candidato como el presidente tratarán de arrinconarlo en un papel subalterno, y de esa encerrona sólo puede salir agarrado con firmeza a su independencia de criterio.
En toda competencia es esencial no hacer lo que el rival espera que uno haga. En ese sentido, tanto Vox como la izquierda suponen que el PP va a abstenerse, lo que le relegaría a una posición secundaria. La dialéctica que propone Vox, que es también la del sanchismo, conduce a un enfrentamiento de visiones radicales de España, a un duelo visceral y sin matices que emparede a la sociedad entre dos facciones involuntariamente conectadas por una mutua aversión drástica. Por eso Casado, y no Abascal, saldrá como perdedor de la moción si no la aprovecha para exponer que su idea y su proyecto son el reflejo de una mentalidad moderada, la expresión de una voluntad de convivencia que en la peor crisis de este siglo sigue siendo la única salida sensata.
La abstención abundaría en el efecto de falta de convicción y de tibieza pusilánime que la eficaz propaganda de Vox ha etiquetado como «derechita cobarde». Explicar un «no» es difícil pero el legado del moderantismo liberal, tolerante e integrador debe quedar patente sin avergonzarse ni ante Abascal ni ante Sánchez ni ante nadie; entre el azufre y los escombros de este desastre ha de quedar en pie alguna clase de compromiso responsable. El voto desengañado por los embustes, la incompetencia y el sectarismo del Gobierno no los va a captar un discurso exaltado y aventurero sino un planteamiento enérgicamente sereno. Quizás haya llegado la hora de abandonar los remordimientos por no parecer lo bastante intransigente ni por no combatir al adversario con sus mismos métodos. Es la moderación, la inteligencia y la cordura lo que hay que defender «sin complejos».