Henry Kamen, EL MUNDO 03/12/12
En el libro del Éxodo, Moisés miró la cara de Dios y quedó temporalmente ciego. Subió a la montaña y se convirtió en la primera víctima de la gran revelación que deseaba impartir al pueblo elegido. Lo que le pasó a Moisés también ha pasado durante estos días en Cataluña. Es normal que en el proceso electoral, cualquiera que sea el país, los candidatos traten de engañar al público con el fin de llegar al poder, porque el poder representa la puerta de entrada a la fama, al éxito y a la riqueza. Es más raro, sin embargo, que un candidato se engañe a sí mismo, que es el caso del ganador de las elecciones catalanas, quien nos prometió que, como Moisés, conduciría a su pueblo a la Tierra Prometida.
Muchos de los que vivimos en Cataluña somos de hecho como los hijos de Israel, desesperados en el desierto de Canaán, sufriendo una época de sequía, hambre y desempleo, y la gran pregunta es si alguna vez saldremos de ello. El problema fue que nuestro líder perdió la visión: como Moisés, se volvió ciego y ya no pudo ver el camino al que deseaba dirigirse. Como Moisés, bien podría pasar los próximos cuarenta años buscando en vano la Tierra Prometida; y como Moisés tal vez muera antes de que su pueblo llegue allí.
¿Qué cegó al señor Mas? Muy sencillamente, su capacidad de autoengaño. Quedó ciego de un ojo durante la masiva manifestación en las calles de Barcelona durante la Diada. Observadores bien informados calculan que el número de personas que participaron fue probablemente de entre 200.000 y 600.000, pero las autoridades de Barcelona ya eran receptoras de una revelación celestial, y dijeron que la cifra era de 1,5 millones. Esta cifra fue como mirar directamente al rostro de Dios. Contemplando las multitudes y las pancartas delante de él, el señor Mas se convenció de que era el elegido para sacar a su pueblo de la miseria de Egipto y conducirlo a la tierra de la libertad. De repente, la cifra imposible de 1,5 millones comenzó a crear entusiasmo y exaltación, no sólo en Cataluña, sino también en Europa, porque la presencia masiva de catalanes en las calles tuvo el respaldo de otra clara señal del cielo. La señal fue una encuesta que realizó el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) para la Generalitat, en la que la mayoría de los consultados (51,1%) declaraba que votaría sí a una propuesta de independencia. La Vanguardia declaraba: «Más de la mitad de ciudadanos votaría a favor de la secesión de Cataluña en un eventual referéndum de autodeterminación». Pero el periódico no estaba revelando toda la verdad. La misma encuesta del CEO también hizo una segunda pregunta: «¿Cuál cree que debería ser la relación entre Cataluña y España?». A esto, sólo el 34% respondió «independencia», y un 54% contestó «federalismo» o «autonomía dentro de España». Mas estaba tan excitado por la cifra del 51% que no quiso ver más allá. Quedó ciego del segundo ojo.
Esto hizo que el autoengaño realmente se saliera de control. Esa cifra del 51%, brillando ante los ojos de Moisés, significaba una clara visión: la mayoría absoluta en el Parlamento y, por tanto, un claro camino hacia la libertad. Fue una cifra que nunca se había logrado en Canadá o en Escocia y parecía convertir a Cataluña en la primera región en obtener un apoyo masivo para el separatismo. Es increíble que el señor Mas nunca pensara en preguntarse cómo una cifra del 15% de los catalanes apoyando la independencia en 2007 de repente podía transformarse en el 51% cinco años más tarde. Pero La Vanguardia continuó con su buena noticia: «La encuesta que ha publicado La Vanguardia este domingo otorgaría a CiU la mayoría absoluta en la cita del próximo 25 de noviembre. El candidato y presidente autonómico en funciones llegaría justo a los 69/68 escaños, el límite de la mayoría absoluta».
LAS CIFRAS milagrosas de 1,5 millones y 51% dejaron a Moisés ciego de ambos ojos. Al final, como sabemos, poco más de 1,1 millón de catalanes votaron por Mas en toda Cataluña. ¿Entonces, quiénes formaban el otro imaginario medio millón que atestaba las calles de Barcelona durante la Diada?
Muchas personas que viven en Cataluña sabían que La Vanguardia -subvencionado por la Generalitat- estaba distorsionando la información, pero sus voces no se podían oír. El efecto del autoengaño comenzó a extenderse más y más. En el diario británico The Guardian, un corresponsal informó alegremente a sus lectores de que Cataluña tiene una lengua hablada por nueve millones y medio de personas. Una vez más, iban sucediendo los milagros. En la última encuesta realizada por el Gobierno de Cataluña en 2008, el 55% de los adultos declaraban que el castellano era su idioma principal, y menos del 35% aseguraban que era el catalán. Treinta y cinco por ciento de una población de 7,5 millones es menos de 3 millones, pero por algún milagro el Guardian lograba que el número de catalanohablantes aumentara en más del 300%. La cifra era sólo un ejemplo de la cantidad de información incorrecta que encontró su camino en las secciones de la prensa europea entusiasmada por la idea de libertad para Cataluña.
Las elecciones han terminado, pero la prensa europea sigue especulando. Un comentarista del periódico Pravda piensa que Europa se está derrumbando como un castillo de naipes, y que Cataluña está tratando de imitar el ejemplo de Kosovo de separarse. Pronto, dice Pravda, tendremos reclamaciones por la independencia de la Padania, Córcega, Madeira y Flandes. Pero no sólo eso. Si los catalanes tienen éxito, sugiere Pravda, otras partes de España, como las Islas Baleares, podrían desear unirse a Cataluña o incluso declarar su independencia de España. No es una posibilidad totalmente fantasiosa. Si Yugoslavia podía romperse, también España podría. El hecho es que, como han reconocido muchos periódicos en Europa, el señor Mas ha abierto una Caja de Pandora que sin duda será incapaz de cerrar.
Moisés ha descendido de la montaña sólo para darse plenamente cuenta de que ha creado una situación conflictiva de la que no logrará nada y que sólo servirá para amargar el futuro. Cuando recupere su vista por completo y vea cuán grande ha sido su autoengaño, sin duda moderará su lenguaje y se enfrentará a la realidad. Pero ya es demasiado tarde para mitigar los conflictos y la amargura.
Los políticos, en España no menos que en otros países, han demostrado cada día que están inmersos en la corrupción, y apenas han terminado las elecciones y ya vemos pruebas de más corrupción, esta vez no en cuentas en bancos suizos, sino en sobornos para contratos municipales. ¿No es tiempo de que los políticos de Cataluña dejen de lado sus ansias de poder y riqueza, y comiencen a trabajar para la gente que votó por ellos? ¿Es éste el momento para que algunos de ellos demuestren que realmente están dedicados a los intereses del pueblo? Yo no soy el único comentarista que cree que después de su ridícula actuación, el señor Mas debería dimitir de su cargo y preguntar a las otros partidos si pueden formar un Gobierno entre ellos. Después de todo, los partidos de la izquierda suman más diputados que Mas tiene en su partido, y posiblemente podrían encontrar un terreno común para actuaciones políticas, sin repetir el fracaso escandaloso del notorio tripartito de hace unos años.
El separatismo no es ninguna respuesta a nada. Muchos creen que en un mundo moderno como el nuestro no tiene cabida reducirse al estrecho marco de una nación provinciana, y que el futuro está en integrarse dentro de sociedades, economías, culturas y tecnologías más grandes y mejores, en lugar de amadrigarse en un mundo más y más pequeño de horizontes limitados, controlado por burócratas corruptos y élites burguesas que creen en ideologías que pueden parecer reales arriba en la montaña, pero aquí abajo, en el llano, no son nada más que el material del que están hechos los sueños.
Henry Kamen es historiador británico. Su último libro es El rey loco y otros misterios de la España imperial (La Esfera de los Libros, 2012).
Henry Kamen, EL MUNDO 03/12/12