Moralejas de las elecciones del 28-A

DAVID ORTEGA-El Mundo

El autor analiza las principales consecuencias de las elecciones generales y subraya que esta legislatura o se desarrolla en clave de diálogo y acuerdo democráticos o será una legislatura perdida.

A PESAR de la velocidad de vértigo que lleva nuestra vida política y del apretado calendario electoral, de vez en cuando conviene parar un poco, reflexionar sobre lo sucedido y pensar con algún sosiego hacia dónde vamos, tema desde luego no menor. El 28 de abril se dieron algunos resultados relevantes que merecen ser destacados y comentados. Veámoslos.

Primero. No cabe duda que España se muestra como un país políticamente diverso y complejo. El sistema de partidos que nació básicamente en 1982 y que duró hasta el 2015 parece definitivamente enterrado. Desde ese año hasta hoy estamos en un escenario nuevo, por definir, no muy conocido y al que se tienen que adaptar todas las fuerzas políticas. Todo cambia y nada permanece. Esto implica que representados y especialmente nuestros representantes, tienen que adaptarse y asumir el nuevo escenario marcado por los primeros, como corresponde en cualquier sistema democrático.

Segundo. Por el momento, ya he señalado que el escenario político es bastante cambiante: parece que el partido político que mejor se ha adaptado a nivel nacional es el PSOE, seguido por Ciudadanos y, a escala autonómica, PNV y ERC. Insisto, éstas son las tendencias en un terreno incierto e inestable. La fácil predicción de épocas pasadas ya no sirve. Estamos en tiempos de gran volatilidad desde las elecciones generales de 20 de diciembre de 2015.

Tercero. La tendencia claramente centrípeta (competencia electoral hacia el centro político) del electorado español más o menos se mantiene, con alguna excepción que apuntaremos. Es verdad que el bipartidismo parece por el momento superado y que nos encontramos en un multipartidismo acentuado: cinco partidos políticos de ámbito nacional han logrado más del 10% de los sufragios emitidos. Esta lógica podría invitar a una competencia centrífuga, pues el espectro ideológico está bastante completo (de izquierda a derecha: Podemos, PSOE, Ciudadanos, PP y Vox). Lo que está por ver es si socialistas y populares competirán por el centro o por los extremos. En estos años han probado ambas estrategias, primero el PSOE, recientemente el PP. A ninguno de los dos les fue bien compitiendo hacia los extremos. Ahí están los resultados del primero en las elecciones de 2016 o los del pasado 28 de abril del Partido Popular, con el temor del correspondiente sorpasso de Podemos y Ciudadanos, respectivamente.

Estas elecciones han vuelto a demostrar la moderación y el carácter centrípeto del pueblo español. El PSOE ha ganado con la moderación. También a Ciudadanos le ha ido bien buscando el centro liberal. Y todos conocemos el resultado del PP al tratar de competir con Vox. Pablo Iglesias, especialmente en los debates de televisión, apostó por la moderación e incluso leyó la Constitución que tanto criticaba antaño. Es cierto que la aparición de Vox con más de 2,6 millones de votantes no encaja con la moderación que apuntamos, pero posiblemente las causas habrá que buscarlas en otros terrenos como la realidad rupturista catalana o la corrupción del PP.

Cuarto. Una buena noticia que hay que destacar es que en importante medida, desconozco en qué grado, la corrupción ha acabado pasando factura a los partidos que la han practicado. El PSOE fue desalojado hace pocos meses, por primera vez en democracia, del Gobierno de Andalucía; y, como el propio ex ministro Margallo ha reconocido públicamente, en la debacle del PP el peso de la corrupción ha sido decisivo. Es sanísimo para nuestra democracia y para el bien común que el pueblo español castigue con dureza a aquellos partidos que practiquen la corrupción.

Quinto. Mención aparte merece el resultado en los dos subsistemas de partidos existentes en nuestro complejo escenario electoral. Me refiero al caso de Cataluña y del País Vasco. Curiosamente, en estos últimos 15 años ha habido un cambio en el nacionalismo de estas dos Comunidades Autónomas. El radicalismo e ineficacia en la gestión del nacionalismo vasco de antaño se ha apoderado en este último lustro del nacionalismo catalán, en el pasado más moderado y pragmático. Los resultados en estas dos comunidades son interesantes. En Cataluña, el independentismo fracasa en Barcelona, donde no pasa del 33,04% (ERC+JXCAT) y en Tarragona no llega al 40%. En Lérida pasa del 54% y logra su mejor resultado en Gerona, con más del 62%.

La situación en el País Vasco institucionalmente no es preocupante, a diferencia de Cataluña, pero sí desde el punto de vista social e ideológico. El nacionalismo vasco se consolida como fuerza muy mayoritaria en Euskadi. De 18 escaños logra 10 (seis el PNV y cuatro Bildu), aumentando tres respecto del año 2016. PP y Ciudadanos no logran representación. La sociedad vasca es actualmente una sociedad profundamente cerrada y bastante poco plural; en este sentido está peor que la catalana, donde hay más pluralidad social. Poco a poco, en este siglo XXI el pluralismo ha ido desapareciendo de la sociedad de Euskadi. El nacionalismo vasco defiende el hecho diferencial y el pluralismo hacia fuera, pero no lo tolera ni permite en su casa, donde prevalece la identidad con el nacionalismo y el diferente, especialmente si es constitucionalista, tiende a desaparecer. Los resultados electorales de estos últimos 20 años así lo demuestran.

Por cierto, las elecciones del 28-A arrojan un dato muy interesante, poco destacado en los medios. ERC, JXCAT, PNV y Bildu suman 2.166.449 votos de los 26.361.256 emitidos. Representan por tanto el 8,3 %. Lógicamente, los no nacionalistas representamos el 91,7%. Algún día alguien nos tendrá que explicar en términos democráticos cómo el 8% de los nacionalistas marca al 91% de los españoles nuestra vida política e institucional y, muy especialmente, territorial.

Sexto. Se puede afirmar –y estimo que es muy positivo– que el pueblo español vota cada vez más con un enfoque utilitarista y pragmático, y cada vez menos con un criterio ideológico. La gente quiere políticos que le resuelvan sus problemas, sus necesidades, que no son pocas en estos tiempos de carestía que sufrimos en esta última década. Hemos visto cómo los denominados suelos de votantes del PSOE y del PP se han roto en las elecciones del 2016, para el primero, y en las del pasado 28 de abril, para el segundo. La volatilidad apuntada puede deberse, entre otras causas, al progreso de ese voto pragmático o utilitarista. En este sentido, uno de los motivos del éxito del PSOE se puede encontrar en esa agenda social que tan marcadamente los socialistas han ejecutado y publicitado, en los conocidos como viernes sociales.

SÉPTIMO. El próximo 26 de mayo veremos si se consolidan o modifican las tendencias apuntadas. Es verdad que los escenarios de votación son diferentes y, especialmente, en el voto municipal tiene mucho peso la labor realizada por el alcalde de turno; aquí si cabe el voto es aún más pragmático y menos ideológico. Por lo demás, no lo olvidemos, se vota en circunscripción única, la municipal, el sistema es pues más proporcional, perdiendo fuerza el argumento del voto útil. Sí me preocupa el apoyo casi hegemónico que los partidos nacionalistas vascos puedan lograr, lo que será malo para la pluralidad y la apertura necesaria de la sociedad vasca. A nivel autonómico es muy claro que la gran batalla está en la Comunidad de Madrid, por su especial peso político y presupuestario, donde parece que todo está muy abierto.

Octavo. Termino con una evidencia que demostrará la madurez o no de nuestra actual democracia. El escenario descrito tiene una clave de funcionamiento esencial: el binomio diálogo/acuerdo. Esta decimotercera legislatura o se desarrolla en clave de diálogo y acuerdo democráticos o será una legislatura perdida, algo que las imperiosas necesidades del pueblo español no se pueden permitir. El interés general y el sentido institucional deben ser la única legitimidad que guíe al nuevo Gobierno de España. Es tiempo de hombres de Estado.

David Ortega es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Rey Juan Carlos.