Pello Salaburu, EL CORREO, 19/8/12
Me pregunto ahora si tendrán ganas de decirle que el universo de su mundo ha cambiado: que ahora mandan en las instituciones y están tomando decisiones contrarias a las que predicaban cuando tenía a Ortega metido en un almacén
Al fin, el delincuente de ETA que mantuvo secuestrado a Ortega Lara podrá salir de la cárcel, sin cumplir la totalidad de la condena, y morir en casa. El Gobierno, tras examinar los oportunos informes médicos, ha decidido que esa es la mejor opción para un hombre que tiene una enfermedad terminal. Es, en efecto, lo más adecuado para una persona a quien se le está escapando la vida.
La liberación se ha producido con toda la tramoya y el acompañamiento coral al que nos tienen acostumbrados, aunque eso vaya también declinando, todo se andará: manifestaciones, huelgas de hambre (reales o simuladas), ruedas de prensa, etc. Y como son muy dados a confundir la realidad con la ficción, cuando vean a este hombre en casa y comiencen las visitas al improvisado humilladero, pensarán que gracias a la presión popular este gran luchador de la causa vasca podrá descansar en paz. No hay nada de eso, claro, sino la aplicación de la ley mediante su interpretación en los términos más favorables para el preso. Porque conviene recordar algunas cosas, no vaya ser que se nos olviden.
Cuando alguien comienza con una huelga de hambre, conforme pasan los días, todos los responsables de su salud comienzan a ponerse nerviosos. Es normal: si un día no come nada, tampoco al siguiente, si comienza a perder peso, etc., al final se genera una enorme incomodidad en todo el entorno. Pero con nuestros luchadores de ETA, a diferencia de lo que ha sucedido con militantes de otras organizaciones, no ha habido nunca fallecidos por una huelga de hambre. Tampoco los va a haber ahora, con los fusiles apuntando a tierra. Sería bastante absurdo. Los de ETA nunca se han inmolado, han preferido inmolar a otros, que siempre es más cómodo. Así que tranquilidad, es parte del decorado. Quienes asisten a esas manifestaciones –manifestaciones perfectamente legítimas en una democracia– deberían mirar de vez en cuando alrededor y preguntarse qué pensarán de ellos los cientos o miles de personas que caminan a diez metros, sin mirarles, enfrascados en sus cosas. Intentan recordarnos que no todo es fiesta, y por eso procuran convocar al personal cuando más gente hay en la calle, pero el abismo entre la población en general, mucho más obsesionada y preocupada con las noticias que genera la crisis económica, y estas personas tan ocupadas ahora con el cumplimiento de la legalidad es cada vez mayor.
Aducen razones humanitarias y cumplimiento de leyes. Una humanidad que jamás han mostrado, ni la siguen mostrando ahora. El diputado general de Gipuzkoa asistió por vez primera al aniversario del asesinato de Korta, y no quiso decir nada «por respeto a la familia». Estoy seguro de que si hubiera declarado que aquello que sucedió fue una barbaridad, la familia se hubiera sentido mucho más respetada. ‘Barbaridad’ es la palabra adecuada, pero podía haber utilizado ‘equivocación’, podía haber lamentado el atentado, podía haber mostrado un poco de humanidad, un poco mayor que la de haber asistido como una estatua a la concentración. Nunca se han disculpado ni dirigido a Ortega Lara, pero piden humanidad para su carcelero. Piden en los demás, como siempre lo han hecho, actitudes que a ellos les resultan ajenas y les producen sarpullidos. Piden también el cumplimiento de las leyes, aunque a veces confundan artículos de códigos, decretos y reglamentos. Me recuerdan al colega que citaba de memoria artículos del BOE inexistentes.
El Gobierno ha cumplido la ley de forma escrupulosa. Y la habría cumplido también si la decisión hubiera sido la contraria. Porque la ley señala que en determinadas condiciones se «podrá» conceder la libertad, sin que exista mandato expreso para ello. Sólo que el Gobierno podrá resolver (o no) la aplicación de la interpretación más favorable para el interesado. En esta ocasión ha decidido, con acierto, que el enfermo debe descansar en paz.
Me pregunto ahora si tendrán ganas de decirle que el universo de su mundo ha cambiado: que ahora mandan en las instituciones y están tomando decisiones contrarias a las que predicaban cuando tenía a Ortega metido en un almacén; que ahora pasan cada día bajo la denostada bandera española, sin escupir ni hacer nada; que ahora quieren ir al Gobierno vascongado a ver si cae la Lehendakaritza; que ahora tienen abierto su frente revolucionario más importante en el tratamiento de las basuras; que ahora no se deciden a aplicar el mismo rasero impositivo que nos aplican al resto, a esos futbolistas y deportistas millonarios; que ahora intentan brindar con los del PP; que han apoyado la creación, horror, de un banco capitalista, con nombre entre vasco e inglés; que el pueblo raso y llano a pocas se come al alcalde cuando vio que el agua subía al segundo piso; que la Vuelta a España pasa, otro horror, por delante de sus narices; que nada ha cambiado en ese festival de cine tan español y tan poco vasco; que las fiestas populares de San Sebastián son casi un calco de las que hacían los burgueses vendidos a los intereses capitalistas; que hasta van a apoyar, a nada que nos descuidemos, las corridas de toros, y que ahora despiden al personal si se atreve a decir aquello de «¡ETA, mátalos!», que era la jaculatoria habitual del conglomerado. ¿Le dirán todo esto? Bueno, mejor que no, no vaya a ser que se active aún más la enfermedad.
Pello Salaburu, EL CORREO, 19/8/12