Alberto Surio-El Correo

  • La aprobación de la ley de vivienda proyecta el eje derecha-izquierda como gran acicate ideológico de las muncipales de dentro de un mes

‘Alea jacta est’. La aprobación de la ley de vivienda por parte del Congreso abre con cierta solemnidad ideológica la campaña real de las elecciones municipales de mayo. El bloque de izquierdas se ha puesto de acuerdo en una norma estratégica clave en la democracia, que se plantea para intentar bajar la carestía inmobiliaria. La confrontación entre los dos bloques ideológicos alcanza todo su esplendor con esta iniciativa, a la que seguirá la Ley de Familias en los próximos días. El descuelgue del PNV de las propuestas se convierte en uno de los aspectos más llamativos y abre un flanco que inquieta al PSOE. Revela un profundo malestar del partido de Andoni Ortuzar por sentirse ninguneado entre los aliados de Gobierno en beneficio de Esquerra y de EH Bildu. Y, a la vez, coloca a los peneuvistas con unos aliados -el PDeCAT, Junts y la CUP- que se sitúan lejos de la sala de máquinas del poder, en una esquina bastante más testimonial que posibilista.

El debate de la vivienda, eso sí, ha venido para quedarse aunque sería absurdo pensar que las soluciones van a llegar a corto plazo. La izquierda pondrá el acento en la decisión de topar los alquileres, sobre todo para ofrecer salidas a sectores de jóvenes que siguen sin poder acceder a una vivienda y desarrollar un proyecto digno de vida. Y la derecha pone el grito en el cielo por la supuesta protección en la ley a los okupas, en una deformación caricaturizada sobre el derecho de propiedad supuestamente pisoteado por el Gobierno de coalición. Este imaginario, por exagerado y sobreactuado que resulte, responde a una lucha de relatos que la derecha pretende activar para excitar a sectores previamente caldeados de su electorado con una retórica reduccionista que puede ser eficaz.

El PP ha pasado de su posición ‘responsable’ ante la ley del ‘solo sí es sí’ a extremar su denuncia de la gestión de Sánchez, a subrayar una visión catastrófica de la marcha de la economía e, incluso, a criticar al comisario europeo de Medio Ambiente por ponerse «la camiseta roja» del presidente del Gobierno al apoyar la posición del Ejecutivo español frente a la Junta de Andalucía en la crisis de Doñana. Lo grave de esta acusación es que el PP ha entrado en una dinámica de descalificación de la Comisión Europea sin precedentes.

En todo caso, todo está envuelto ya en una coctelera electoral, lo que resulta tóxico para buscar soluciones a muchos problemas que exigen diálogo institucional y no choques públicos. Falta un mes y el centroderecha ve la oportunidad de dar al ‘sanchismo’ una estocada. Primero humillándole en Madrid, con una previsible mayoría absoluta para Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad. El posible pinchazo de Mónica García, la candidata de Más Madrid, unido a los resultados más bien mediocres que esperan los socialistas en la Comunidad y el miedo a un batacazo de Unidas Podemos, que incluso puede quedarse fuera de la Cámara regional, pueden ser un revelador termómetro de la coyuntura.

En un momento en el que la izquierda intenta movilizarse, los equilibrios resultan complejos. El PP intenta asentar su poder municipal y autonómico, pero su dependencia de Vox puede ser letal. Y al PSOE le podría fallar el desconcierto en su izquierda. La última batalla del Senado no le ha servido a Feijóo para completar su imagen de alternativa. Y el líder del PP, bajo esa presión de Ayuso, acentúa su flanco más conservador e hiperbólico. A la vez, la ‘guerra cultural’ que patrocina la presidenta madrileña es un acicate que sirve a la izquierda para activar a su público más reactivo.

Pese a la crisis del bipartidismo, la confrontación entre los dos bloques está servida en bandeja y sitúa las municipales y autonómicas como un primer banco de pruebas. Sobre todo en Barcelona, Valencia y Sevilla, o en comunidades como Aragón, Baleares o Castilla-La Mancha. La reactivación emocional de todo el electorado del centroizquierda se antoja una labor ardua, tras meses de retransmisión pública de desencuentros familiares, con la inflación por las nubes y un alto peligro de abstención estructural y de voto de castigo. Pero la disputa ideológica que se avecina deja la partida bastante más abierta de lo que parece. En un mes saldremos de dudas.