Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
  • Si la danza no va acompañada del firme propósito de enderezar el rumbo de una Nación seriamente amenazada de ruina ética y material, los contoneos festivos se pueden transformar en una imperdonable frivolidad

La presidenta baila. Al igual que el joven Luis XIV asombraba a la Corte en Paris con su donaire bajo la mirada arrobada de su madre española Ana de Austria y la reflexiva atención del cardenal MazarinoIsabel Díaz Ayuso también trenza cadencias de piernas y cadera, pero no como el adolescente monarca absoluto para someter a los poderosos de Francia con su prometedor encanto, sino para atraer el voto. En la presentación de su lista madrileña, el equipo de campaña de Isabel ha diseñado una coreografía danzante, un triángulo denso de disciplinadas figuras mecido por el chasquido intermitente de dedos simultáneos.

«Ganas» es el lema escogido para revalidar el mandato triunfal de la dirigente más carismática de las filas populares, Isabel, la valiente, la implacable, el azote de Sánchez, la indoblegable, la intensa, la felina. Alguien puede preguntar, ganas, sí, pero ganas ¿de qué? La candidata lo ha explicado: «Ganas para estudiar, para tener una familia, para prosperar». No son malos propósitos, pero la situación actual en España exige que, además de ganas, los aspirantes a gobiernos autonómicos y municipales ubicados, por lo menos nominalmente, en el espacio liberal-conservador, tengan un diagnóstico claro de los males de nuestra sociedad y de las fórmulas a aplicar para remediarlos. Mejor gestión, sin duda, frente a la incompetencia manifiesta y el despilfarro irresponsable de la izquierda, aunque no basta. La presidenta madrileña exhibe una reputación bien ganada de combatiente ideológica, de defensora de un determinado sistema de valores. Sin duda lo demostró durante la pandemia, cuando hizo compatible contra viento y marea la actividad económica y la protección de la salud y también con sus políticas de alivio fiscal, fruto del convencimiento anti intuitivo, pero sobradamente demostrado por la experiencia, de que reducciones inteligentes de impuestos estimulan el crecimiento, el empleo y, oh paradoja, la recaudación.

Muchos potenciales votantes de Ayuso que dudan entre la papeleta del PP y la de Vox, abrigan dudas razonables sobre la verdadera voluntad de la actual presidenta de la CAM de emprender un combate contra los dislates woke

Ahora bien, para impulsar con éxito una agenda ideológica de reversión de los postulados tóxicos del progresismo posmoderno y de implantación en la sociedad de una cultura de la vida, del trabajo, del ahorro, del esfuerzo, del imperio de la ley, del reconocimiento del mérito, de salvaguarda de la propiedad privada, del reforzamiento de la institución familiar, de búsqueda de la excelencia y de consecución de la igualdad mediante el ejercicio de la libertad y no de imposición del igualitarismo gracias a la tiranía, no basta con la gestión, hacen falta herramientas intelectuales y convicciones morales de alto voltaje y un coraje a prueba de contenedores ardiendo, de líderes acomodaticios y de huelgas aviesas. Muchos potenciales votantes de Ayuso que dudan entre la papeleta del PP y la de Vox, abrigan dudas razonables sobre la verdadera voluntad de la actual presidenta de la CAM de emprender un camino decidido de combate contra los dislates woke para recuperar la sensatez y las certezas hoy cuestionadas por esa indigesta amalgama de delirios de género, histeria climática, interseccionalidad asfixiante y revisionismo histórico revanchista que degrada y trastorna nuestra convivencia.

Mientras esta anomalía no se corrija o no se anuncie por su parte la firme intención de hacerlo en la próxima legislatura, la imagen de los candidatos bailongos corre el riesgo de ser percibida como una burla ofensiva

Cuando lo que está en marcha desde hace dos décadas en España es la demolición de un orden social que ha demostrado ampliamente ser el que proporciona a las sociedades en las que impera el mayor grado de estabilidad, seguridad y prosperidad conocido en el devenir humano por otro disolvente, diviso, empobrecedor y destructivo, ponerse a bailar puede tener sentido en términos de comunicación y de movilización electoral, pero si la danza no va acompañada del firme propósito de enderezar el rumbo de una Nación seriamente amenazada de ruina ética y material, los contoneos festivos se pueden transformar en una imperdonable frivolidad. En la Comunidad de Madrid están vigentes leyes aprobadas por mayorías del PP e inspiradas en una visión antropológica perversa y aberrante, que están destrozando la vida de no pocos adolescentes influidos por campañas masivas de los planteamientos LGTBI+, normas que Ayuso se ha negado a derogar o a reformar. Mientras esta anomalía no se corrija o no se anuncie por su parte la firme intención de hacerlo en la próxima legislatura, la imagen de los candidatos bailongos corre el riesgo de ser percibida como una burla ofensiva. Ganas de propiciar una nueva mayoría de centroderecha no faltan en millones de madrileños, aunque tan justificada ansia puede concretarse en una opción u otra dependiendo del compromiso de la reina del baile con las aspiraciones, las creencias y los sentimientos en cuestiones moralmente muy sensibles de una mayoría de esos ciudadanos a los que les pide su confianza.