Ignacio Camacho-ABC
- La vacuna es la noticia buena. La mala, que su distribución va a ser más lenta de lo que sugiere la propaganda
Como el NO-DO televisivo sanchista ya se ha encargado de airear a todo trapo la noticia buena -con un cierto tono de «míster Marshall» en versión posmoderna- y como a pesar de la fecha ya no tenemos edad para la inocencia, habrá que comentar la mala en la prensa. La mala es que aunque haya comenzado el tópico «principio del fin» de la tragedia, la campaña de vacunación va a ser bastante más lenta de lo que la población necesita y anhela. Con las dosis proporcionadas por Pfizer a través de la Unión Europea y yendo bien el proceso, es decir, en ausencia de problemas, no habrá más de un cinco por ciento de españoles inmunizados para la primavera. Esos
son los cálculos de las autonomías, que no esperan una masa crítica de existencias hasta que fluya el suministro de Moderna, primero, y más tarde el de Oxford-AstraZeneca. Al ritmo previsto, y siempre descontando un funcionamiento correcto del fármaco y del sistema, la llamada «inmunidad de rebaño» no queda cerca. El ministro Illa tiene razón cuando matiza la euforia taumatúrgica con una llamada a la prudencia: se necesitan cuatro semanas para que la inoculación surta efecto y sólo una parte simbólica de los ciudadanos estará cubierta ante la inmediata tercera ola de la pandemia.
El espectáculo propagandístico es inevitable porque la política vive de la ficción del éxito rápido. Sin embargo la lógica científica actúa más despacio. La operación, de por sí compleja, podría acelerarse con la colaboración del sector privado, al que Alemania ya ha dado entrada para descargar al sistema público de trabajo, pero por ahora el Gobierno la descarta sin más motivo claro que el de sus prejuicios sectarios. La idea de blasonar de la eficacia del Estado se compadece mal con la evidencia de que la vacuna no la ha descubierto ni producido un grupo de funcionarios sino que es obra de laboratorios multinacionales al servicio del mercado. En cualquier caso, es probable que el pragmatismo se imponga una vez explotado el impacto mediático. Con el remedio a mano, ni siquiera este Ejecutivo tan ideológicamente sesgado puede permitirse el riesgo de otro fracaso.
Lo correrá si no acompasa la realidad con su pulsión dogmática y su obsesión publicitaria. Un dirigente como Sánchez no va a perdonar la ocasión de inflar su ego con una exhibición de poses fatuas pero el exceso de autobombo y fanfarria puede acabar generando una expectativa frustrada. Cuando termine esta función inaugural de oficialismo populista con resonancias berlanguianas, tan parecida a la de la mañana de la Lotería que sólo faltaban descorches de cava, alguien que no sea Illa tendrá que decirle la verdad a la nación mirándola a la cara. Y la verdad es que el Covid no va a desaparecer mañana, que en la sociedad contemporánea no hay sitio para soluciones mágicas y que de momento la vacuna sólo trae, y ya es mucho, un aliento de esperanza.