ABCIGNACIO CAMACHO
El PP necesita un cambio de paradigma y de hábitos, una sacudida que lo rescate del aciago karma de su pasado
UN edificio de alquiler, de esos de arquitectura transparente, espacios diáfanos con puestos de trabajo intercambiables y despachos escasos y acristalados. Mudarse a Las Tablas o por ahí, al nuevo Madrid de las tecnológicas, donde se han ido Telefónica o el BBVA, no le resolvería al PP el problema de la corrupción endémica de su pasado reciente, pero tal vez le ayudase a escapar del aciago karma político de la calle Génova antes de que a Casado lo atrape la energía lúgubre de tanto fantasma escondido en archivadores y armarios. Y de paso, la venta del horrendo inmueble azul y negro podría aliviar la economía del partido, estrangulada por el retroceso electoral, sin que nadie sienta de nuevo la tentación de recurrir a la ingeniería de las cajas B, esos túneles financieros que inevitablemente desembocan al otro lado de la calle, en la vecina Audiencia, más temprano o más tarde. Porque hay algo que el líder popular no puede demorar sin riesgo de que su proceso de renovación se estanque, y es una nueva estructura de funcionamiento corporativo, un código interno que fiscalice con mirada de detective sus mecanismos contables.
La coartada generacional, la que deposita en el aznarismo, el aguirrismo o el barcenato marianista la responsabilidad de los escándalos, tiene un recorrido limitado que termina justo donde empieza la administración de los mandatos autonómicos y locales recién comenzados. A partir de ahí, el cortafuegos retrospectivo dejará de ser útil si el nuevo liderazgo no instala pronto un implacable cambio de hábitos. El hecho cierto de que la derecha sufre un escrutinio moral mucho más intenso que sus adversarios, y la evidencia de que sus abusos venales reciben un reproche social más amargo –consecuencia, entre otros factores, del sesgo izquierdista hegemónico en el plano mediático–, no puede servir de consuelo si el electorado no percibe un salto cualitativo inmediato. Lo hecho, hecho está y tiene un coste reputacional muy caro, pero sólo se puede soltar lastre con una política de cielo raso, una regeneración real capaz de soportar el goteo de iconos históricos imputados que la lentitud de los procedimientos judiciales va a convertir en un calvario.
La corrupción del PP no está, como creen algunos de sus dirigentes, amortizada. No lo estará mientras el turbio ayer regurgite sospechas y acusaciones de cohechos y dádivas. No lo está para las generaciones más jóvenes o más dinámicas, que han escapado a Cs e incluso a Vox y no regresarán hasta que la desgastada marca demuestre merecer su confianza. El partido necesita mudanza simbólica y de costumbres para volver a representar a la mayoría de las clases medias moderadas. La reclamación de la presunción de inocencia es justa y necesaria, pero por desgracia a efectos prácticos sirve ya de poco o nada. Es un nuevo paradigma de ejemplaridad lo que reclama la nueva etapa.