ABC 17/06/15
· Fundó la AVT en los «años de plomo», cuando los muertos de ETA debían esconderse
Las víctimas del terrorismo están de luto. Ha muerto –tras una corta enfermedad y a los 77 años de edad– Ana María Vidal-Abarca, cofundadora, en 1981, de la Asociación Víctimas del Terrorismo (AVT), cuando la ETA de los «Ternera», «Txomin», «Antxon», «Baldo», «Txikierdi», «Santi Potros»… iniciaba los «años de plomo». Una banda favorecida por un Estado aún en tránsito hacia una democracia consolidada y, sobre todo, envalentonada por una sociedad vasca que miraba hacia otro lado, cuando no era cómplice activo de los pistoleros.
Nos deja una víctima coraje, que lejos de encerrarse en el dolor propio por la muerte de su marido a manos de los terroristas, se entregó el resto de su vida, hasta anteayer, en la ayuda de las víctimas del terrorismo, especialmente a aquellas más anónimas y de procedencia humilde. Frente a no pocas adversidades, consiguió mantener la unidad de las víctimas del terrorismo, rota desde hace un tiempo.
Ana María Vidal-Abarca, nacida en Vitoria en 1938, ya había asistido en el País Vasco a varios funerales, minoritarios,en memoria de víctimas del terrorismo cuando el 10 de enero de 1980 fue asesinado su esposo, Jesús Velasco Zuazola, comandante de Caballería del Ejército de Tierra y jefe de Miñones de Álava (la Policía foral de entonces). Fue un atentado especialmente cruel. El terrorista «Pana» disparó una ráfaga de su metralleta contra el vehículo en el que Velasco trasladaba al colegio a dos de sus cuatro hijas.
Milagrosamente acababan de apearse pero pudieron presenciar el crimen, que sin duda, se ha grabado en su memoria de por vida. Ana María, lejos de encerrase en su luto, se desplazó a Madrid y solo un año después, en septiembre de 1981, fundó la Asociación Víctimas del Terrorismo (AVT), junto a otras dos mujeres corajes: Sonsóles Álvarez de Toledo, viuda del teniente coronel de Caballería Alfonso Queipo de Llano, muerto en el atentado contra el hotel Corona de Aragón, de Zaragoza, e Isabel O’Shea, forzada a abandonar el País Vasco por las amenazas de ETA.
Sus allegados recordaban ayer en un comunicado que Vidal Abarca «consagró su vida , además de a su familia, a luchar por las víctimas del terrorismo y logró alto reconocimiento social e institucional para los afectados por esta terrible lacra». En efecto, en aquella terrible década de los ochenta, mientras ETA campaba a sus anchas, –solo en 1980 asesinó a cien personas y aún no había utilizado el coche bomba–, sus víctimas eran despedidas en la clandestinidad. Si a los pistoleros muertos en enfrentamientos con la Policía se les instalaba la capilla ardiente en el salón de plenos del consistorio nacionalista, a las víctimas se les ofrecía un breve funeral en una sala del Gobierno Civil.