Javier Tajadura-El Correo
Pocos políticos pueden exhibir una hoja de servicios tan ejemplar
El Viernes Santo falleció en Madrid, víctima de coronavirus, Enrique Múgica, uno de los políticos más lúcidos de nuestra historia reciente. Junto a otros miembros de la denominada generación del 56 fue uno de los principales protagonistas y artífices de la Transición política a la democracia y de la construcción y consolidación de nuestro Estado constitucional.
La generación del 56 desempeñó un papel fundamental en la historia de España del siglo XX. La denominación procede de su participación en los disturbios estudiantiles que tuvieron lugar en la Universidad Central de Madrid (hoy Complutense) entre octubre de 1955 y febrero de 1956, cuando la mayoría de los líderes de la revuelta fueron detenidos. Esa generación simbolizó el principio de reconciliación entre los españoles. A ella pertenecían hijos de los vencedores (Javier Pradera o Miguel Sánchez-Mazas) y de los vencidos (Ramón Tamames y Enrique Múgica). La Policía quedó desconcertada ante la heterogeneidad ideológica y familiar de los implicados, entre los que figuraba el escritor falangista y amigo de Múgica Dionisio Ridruejo.
A partir de entonces, el principio de reconciliación nacional fue uno de los objetivos comunes de la heterogénea oposición al franquismo; la Universidad española se convirtió en uno de los focos más relevantes de oposición a la dictadura; se verificó un cambio generacional en virtud del cual los hijos de quienes habían hecho la guerra manifestaron su propósito de superar ese trauma colectivo. En definitiva, se sentaron las bases para el gran cambio social que hizo posible la transición política a la democracia a la muerte del dictador, del mismo modo que los planes de estabilización de 1959 hicieron posible el cambio económico.
Múgica fue uno de los representantes más destacados de aquella generación que haciendo suyo el principio de reconciliación entre todos los españoles contribuyó decisivamente a la forja de la democracia. Y es preciso subrayar la lucidez con la que anticipó el modo en que la dictadura había de ser superada. Un parte policial de la época de las revueltas estudiantiles reproduce una conversación entre Múgica y un compañero de estudios en la que dice: «España indudablemente está abocada a una monarquía y como esta tendrá que ser muy amplia y liberal, derivará hacia un gobierno socialista». Entonces militaba en el PCE pero en 1967 se afilió al PSOE, donde jugó un papel fundamental -junto a Felipe González y a Alfonso Guerra- para modernizar el partido y convertirlo en una formación homologada a la socialdemocracia europea, «socialista a fuer de liberal», como diría Indalecio Prieto.
Resulta significativo que, en el parte policial antes mencionado, Múgica desvelaba ya su ilusión por llegar a ser ministro. Y tres décadas después lo fue, de Justicia entre 1988 y 1991. Impulsó la política de dispersión de presos terroristas que fue decisiva en la lucha contra ETA. El ‘cursus honorum’ de Múgica culminó con su nombramiento -resultado de un pacto PSOE-PP- como Defensor del Pueblo en 2000, cargo que ejerció durante dos mandatos hasta 2010. Pocos políticos pueden exhibir una hoja de servicios tan ejemplar. Ello explica los múltiples testimonios de pesar por su muerte y de reconocimiento a su figura y obra.
Ahora bien, por respeto a su memoria conviene subrayar que Múgica, un referente inexcusable del PSOE, no se reconocía ya en el partido al que había consagrado sus energías y esfuerzos. La ruptura comenzó con la aprobación del Estatuto catalán bajo el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Como Defensor del Pueblo presentó un bien fundamentado recurso de inconstitucionalidad contra el Estatuto. En aquella época mostró su radical desacuerdo con una política territorial que, apelando a la «España plural», conducía al vaciamiento progresivo de las competencias del poder central. Una política muy distinta de la que había impulsado Felipe González, centrada siempre en la cohesión y vertebración de España. Recuerdo ahora, con emoción, una reunión en la Defensoría del Pueblo en la que me expuso con lucidez y claridad todas estas discrepancias y en la que me deslumbró tanto por su calidad humana como por su extraordinaria cultura.
El segundo motivo de ruptura fue la investidura del actual Gobierno. Múgica no comprendía el pacto del PSOE con un partido que impugnaba elementos esenciales del consenso constitucional (monarquía parlamentaria). Y le resultaba todavía más incomprensible e inaceptable que ese Gobierno se hubiera constituido merced a la colaboración de fuerzas como Bildu. Por ello, y de la misma forma que ha expuesto en repetidas ocasiones Felipe González, Múgica no se veía representado en este nuevo PSOE. No era él el que había cambiado. Su vida fue un ejemplo de coherencia política al servicio de la igual libertad de todos los españoles.