Ezenarro niega a las ideologías el espacio en los partidos, y a la vez pretende que tenga la misma ideología una comunidad entera cuando asume el concepto nacionalista de «Euskal Herria como sujeto histórico de derecho», esto es, como máquina de imponer ideas sobre sus ciudadanos. Los partidos deben representar a ideas y a personas. Son las patrias las que no deben representar ideologías.
La frase se la espetó Aintzane Ezenarro, la representante de Aralar, a Patxi López durante el pleno de investidura y quedó impune en la marea del debate: «Los partidos no están para representar ideas sino a personas, y aquí hay cien mil personas que no están representadas». Sin duda, trataba de ser una de esas frases redondas, definitivas, incontestables, un axioma para la Historia, que se esquiva porque no hay argumento que pueda rebatirlo sino la praxis política de una ilegalización que tendría efectos deseados para una parte, pero no justificación moral ni filosófica. Y, sin embargo, aunque todavía no lo tenga claro nuestro Tribunal Constitucional, que acaba de legalizar a Iniciativa Internacionalista, si algo tiene la ilegalización de los partidos de ETA es justificación filosófica y moral. Y, sin embargo, si hay algo rebatible en el mundo es esa afirmación solemne de Aintzane Ezenarro. ¿De dónde se ha sacado esta mujer que los partidos no están para representar ideas? ¿Qué cauce sino los partidos -y no los gobiernos dictatoriales ni los comandos terroristas- tienen para expresarse y canalizarse las ideologías en una sociedad democrática? Un partido político que no representara ideas políticas no sería un partido político sino otra cosa (un club gastronómico o de amigos del txistu) y un parlamento en el que los partidos sólo representaran a personas sin justificación ideológica alguna sería un bloque monolítico y amorfo, la pura negación de la vida política en vez de su más alto órgano de expresión. Un parlamento así estaría abocado al enfrentamiento civil necesariamente porque esos individuos que representaran sólo a individuos se verían enfrentados entre sí y porque sí, en virtud de sí mismos y sin convicciones ni principios ni programas que defender ni posibilidad de reconciliarse con argumentos racionales en una idea común. Sería un absurdo, vaya. Otra cosa es que las ideas que los partidos representan deban ser democráticas y que aquélla que no lo es, verbigracia la de asesinar al vecino, no debe tener un cauce de ningún tipo porque sencillamente no es una buena idea.
Lo que no es admisible es la propaganda con la que Batasuna llenó las calles del País Vasco en la manifestación del 15 de junio de 2002 en Bilbao contra la reforma de la Ley de Partidos que ha posibilitado las posteriores ilegalizaciones. En los carteles se podían ver unas cuantas manos de diferentes colores -una blanca, otra amarilla, otra morena…- sobre una leyenda que suscribía como incuestionable el nacionalismo en pleno: «Todas las ideas, todos los proyectos». A simple vista tal propuesta podía parecer angélica pero una lectura algo más atenta revelaba su terrible contenido. Ese cartel resumía toda la grave subversión de valores y toda la perversión original de la ideología nacionalista. ¿Todas las ideas y todos los proyectos? ¿También las de Rosenberg y Mengele? ¿También la independencia vasca al precio de inventar falsos derechos colectivos para entidades abstractas y entelequias inanimadas, así como de pasar sobre los derechos humanos y libertades ciudadanas de miles de hombres y mujeres? ¿Desde cuándo todas las ideas son respetables? Lo que habíamos convenido para reinstaurar la democracia era que la cualidad de respetable atañía a la vida humana, a las personas como tales, a la integridad física incluso de la gentuza menos respetable. Y aquí viene la segunda manipulación que había en el cartel: los individuos -simbolizados por las manos- eran homologados con las ideas, sustituidos por ellas en el trayecto que iba de la imagen al texto. Este fatídico truco de magia es el responsable de los capítulos más negros del siglo XX y la consecuencia lógica de una frase de Egibar: «Las personas somos instrumentos de las ideas». Para Egibar y su nacionalismo el ser humano y la vida están después de la etnia, la lengua, la tierra, la nación, la tribu.
La tergiversación no era ocasional y quedaba aún más explicitada en el lema de la propia manifestación que asumía el nacionalismo de forma unánime y bien significativa: «Todas las ideas, todos los proyectos, todas las personas…». Aquí ya se iba más lejos de la homologación pura y simple. Quedaba constancia escrita del verdadero orden de valores que existe en el cerebro del totalitarismo nacionalista, del lugar último que ocupan los seres humanos en ese orden. En aceptar tácitamente ese escalafón como un axioma ha residido (hasta la insólita vuelta de tuerca que dio Aintzane Ezenarro el otro día) la perversión no ya sólo de los líderes nacionalistas sino del propio obispo Uriarte, que hasta hoy sólo ha condenado el crimen pero no la ideología y los grupos políticos que lo inspiran. ¡Por supuesto que se pueden y se deben ilegalizar ideas! A quien no se puede ilegalizar ni eliminar es a las personas. ¿Es que los proetarras que ponían el grito en una suerte de cielo neoplatónico pretendían que el Estado prohibiera a los individuos mismos como hacen ellos? En realidad este vértigo ante la posibilidad de que una idea pudiera ser ilegalizada venía de la conciencia que tenía el nacionalismo de Lizarra de que su ideario merecía tal medida. Y precisamente por lo que tenía de cuestionable, a ese nacionalismo vasco le irritaba que fuera cuestionado moralmente en sus ideas y en sus valores doctrinales. Tal irritación es la que llevó al PNV de Ibarretxe y a EA a no tener inconveniente en que se les viera al lado de Batasuna en aquella manifestación de hace siete años y bajo la pancarta que reproducía ese canto a la totalidad de la vida mental, incluida la de los psicópatas de barrio y los grandes genocidas de la Historia. Ésa era entonces la perversión que acaba de conocer un envés igualmente inadmisible en la cabeza de la dirigente de Aralar, que ahora, de dar a las ideas la misma categoría existencial y las mismas prerrogativas que a los individuos, se ha puesto de pronto a negar para las ideas un espacio que ciertamente deben tener en la sociedad y en la vida particular de los individuos: ideas para hacer mejor el país o la casa, ideas para la crisis, ideas para el bricolaje.
Es significativo que el mundo abertzale peque siempre por defecto o por exceso a la hora de reconocer el papel que el individuo y las ideas deben tener en la sociedad, así como la relaciones entre unas y otros. O bien están en lo de Egibar (las personas como instrumentos de las ideas) o bien se pasan al extremo opuesto e igualmente extravagante que formuló Ezenarro de que las ideas no deben tener espacio (ninguna idea) ni siquiera en el terreno legítimo y lógico de la ideología que les es propio. Es como si el mundo abertzale tuviera un eterno problema cuando se trata de ubicar correctamente al ser humano en el escenario político y se hallara atascado en una de las aulas del idealismo hegeliano. Cuando el nacionalismo abraza y considera virtud esa desviación de carácter universal que es la supeditación del individuo a las ideas no es difícil rastrear sus pistas hasta hallar su origen en Hegel y en un culto a la Idea con mayúscula que históricamente quedó compensado con el existencialismo y su necesidad de volver la mirada hacia el hombre concreto. Para los nacionalistas ese debate no ha tenido lugar en la historia de la filosofía y nos presentan su desconocimiento como una aportación propia y una lección democrática. Y de repente, cuando ya nos hemos hartado de diagnosticar la enfermedad, viene Aintzane Ezenarro y le niega el derecho a representar una sola idea al pobre Patxi López, que no anda de ellas muy sobrado.
Pues sí, Aintzane, los partidos deben representar a ideas y a personas. Son las patrias las que no deben representar ideologías porque éstas negarían a la parte de ellas que no las comparte, a los individuos que invocabas en tu discurso. Es tremendamente curioso que la misma persona que (en razón de su ideología, no lo olvidemos) está negando en el hemiciclo vasco a las ideologías el espacio en los partidos sea la que a su vez pretende que tenga la misma ideología una comunidad entera cuando asume el concepto nacionalista de «Euskal Herria como sujeto histórico de derecho», esto es, como máquina de imponer ideas sobre cualquiera de sus ciudadanos reducidos, por esa imposición, a súbditos de un ultraplatonismo étnico, telúrico y aldeano.
Iñaki Ezkerra, EL DIARIO VASCO, 27/5/2009