Isabel San Sebastián, ABC, 10/5/12
Ni PP ni PSE ni tampoco UPYD pueden conseguir otra cosa que una representación simbólica en la tierra que vio nacer a Unamuno
LA única duda que plantean las próximas elecciones autonómicas vascas es si las ganarán los nacionalistas con «c», es decir, el PNV, o si se llevarán el gato al agua los nazionalistas con «z» de nazis, cuya marca electoral puede ser Amaiur, Bildu o Sortu, si es que este partido logra superar a tiempo la barrera de la justicia. No es que unos y otros difieran gran cosa en lo que respecta a sus programas identitarios. Ambos propugnan la separación de España, considerada el máximo enemigo de un presunto «pueblo vasco», previo reconocimiento del derecho de autodeterminación de ese ente abstracto. Ambos estiman que ese presunto «pueblo vasco» se diferencia del conjunto del pueblo español por sus características étnicas, y piensan, aunque no lo digan en voz alta, que esa diferencia equivale a superioridad. En lo que discrepan, al menos oficialmente, es en la forma de luchar por la independencia que ansían. Los nazionalistas, con «z» de nazis, justifican y respaldan los asesinatos, la extorsión, el secuestro y cualquier otra forma de violencia ejercida en nombre de esa ensoñación llamada Euskal Herría, patria de la berza y de la vaca, como decía Vidal de Nicolás, fundador del Foro de Ermua. Los nacionalistas a secas condenan los actos brutales de sus hijos ideológicos, aunque nunca les han hecho ascos a las nueces recogidas del árbol que sacudía ETA; esto es, a las transferencias y demás prebendas logradas a base de tiros en la nuca y bombas.
Ésas son las opciones. Nacionalistas «moderados», con una oferta económica a la medida de la burguesía vasca, o nazionalistas filoetarras, dispuestos a retrotraer el País Vasco a los tiempos de Sabino Arana. Lo que va a desaparecer del mapa político vasco como alternativa real de Gobierno es el constitucionalismo. Ni PP ni PSE ni tampoco, lamentablemente, UPYD pueden conseguir otra cosa que una representación simbólica, lo que es tanto como decir que España perderá presencia, hasta quedar reducida a una sombra, en la tierra que vio nacer a Juan Sebastián Elcano y a don Miguel de Unamuno.
Y todo por la traición de unos socialistas que prefirieron agachar la cabeza ante los terroristas en vez de plantarles cara, a semejanza de esos periodistas griegos impúdicamente acollonados por los matones de la ultraderecha, sumada al apocamiento de unos populares que han sostenido a Patxi López para nada. Para nada, sí, porque nada han conseguido a cambio de sus trece votos decisivos, más que la Presidencia del Parlamento autonómico, lo que parece muy poca cosa si se compara con el formidable patrimonio de dignidad democrática contenido en las siglas que defendieron con sus vidas Gregorio Ordóñez, Miguel Ángel Blanco y tantos otros.
Ahora se ha roto la baraja de ese pacto contra natura, no por las discrepancias insalvables nacidas de un mal llamado «proceso de paz» miserable, sino porque el lendakari ha empezado a utilizar su poder como ariete contra La Moncloa. O sea, que han pesado más los ataques contra Mariano Rajoy que las ofensas a las víctimas. Y toca ir de nuevo a las urnas. ¿Para qué?
Sería muy de agradecer que los candidatos de las formaciones menores, las que no pueden pretender otro papel que el de comparsas, nos dijeran claramente qué piensan hacer con sus sufragios, porque un porcentaje significativo de electores se debate ya indeciso entre el voto de conciencia y el «útil». O sea, entre el mal mayor y el mal supremo. Que digan claramente Basagoiti y López si estarán con los nacionalistas, con los nazionalistas o en el extrarradio. Porque no habrá más opciones.
Isabel San Sebastián, ABC, 10/5/12