Una gran ventaja de la polisemia para el nacionalismo radical: cuando algún líder batasuno dice ‘izquierda abertzale‘, expresa con rigor lo que quiere decir. Sin embargo, han conseguido que los nuestros hayan aprendido a decir izquierda abertzale como quien dice café descafeinado. Su lenguaje reivindicativo ya es leído en las sentencias en clave exculpatoria.
Sabíamos ya que ETA había aprobado el pasado mes de noviembre una resolución en la que se afirmaba: «Partimos de la base de que la estrategia político militar es incuestionable». Ni siquiera era la conclusión, sino el punto de partida. Por si no estuviera claro, Ana Belén Egües, portavoz del colectivo de presos de la banda, abunda, con perdón por la aliteración: «La rendición por la rendición, va a ser que no», y otras expresiones concordantes que recoge la información de Ángeles Escrivá. Todo esto es resumido por el batasuno Rufi Etxeberria así: «Tenemos la convicción de que la lucha armada ha terminado».
Mientras, la Audiencia Nacional absuelve a la Udalbiltza de Batasuna y reconviene al juez instructor por la teoría de que todo el entorno de ETA es ETA. ¿Y quién era el instructor, si puede saberse? Efectivamente, Baltasar Garzón. Él empezó a instruir este fallido sumario en 2003 y nada es lo que parecía entonces.
Garzón fue el primero en señalar que la izquierda abertzale era la trama integrada por ETA y sus organizaciones satélites: la coordinadora KAS y Ekin; HB, como brazo político; LAB, en lo sindical; Xaki para las relaciones internacionales; ASK, en el movimiento vecinal; AEK, en el mundo del euskara; Egizan, entre las mujeres abertzales; Segi, antes Jarrai, como organización juvenil, etcétera. ETA era el centro.
Unos meses antes, el 26 de agosto de 2002, en el sumario 35/01, Garzón reproducía el comunicado en el que ETA reivindicó el atentado de Santa Pola en el que murió la niña Silvia Martínez Santiago y en el que usaba la expresión «izquierda abertzale». El auto de nuestro prudente y sagaz juez apostillaba: «Resulta meridianamente clara [sic] quién lidera la izquierda abertzale, quién marca las pautas y quién dará ‘la respuesta que es necesario dar’: ETA.»
El mismo juez cambió de criterio en el sumario 35/02 de 26 de enero de 2007, en la cuesta abajo del proceso, tras la explosión de la T-4: «No se puede presumir, como se está haciendo por la acusación popular, […] que la actividad de la izquierda abertzale es delictiva por el sólo hecho de afirmarlo, y que se halla integrada en la organización terrorista ETA, y que ésta, por el simple hecho de comprender en su órbita a Batasuna, también lo hace ahora con la izquierda abertzale».
Ah, los simples hechos. He aquí una gran ventaja de la polisemia para el nacionalismo radical. Cuando algún líder batasuno dice «izquierda abertzale», expresa con rigor lo que quiere decir. Sin embargo, han conseguido que el término se nos haya vuelto flou y que los nuestros hayan aprendido a decir izquierda abertzale como quien dice café descafeinado. Su lenguaje reivindicativo ya es leído en las sentencias en clave exculpatoria.
Todo el mundo cambia con el tiempo. Se lo decía Verónica Forqué a su marido, (Antonio Resines) en El baile del pato, cuando éste la sorprende en adulterio con su propio hermano (Quique San Francisco): «Es que tú habías cambiado mucho, y como tú ya no eras tú y él se te parece tanto…».
Santiago González, EL MUNDO, 24/1/2011