PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC

  • Sánchez ha acertado en algunas cosas y en otras se ha equivocado. Pero su pasión por el autobombo entra ya en el terreno de lo patológico

Pedro Sánchez no pierde ninguna ocasión para el autobombo. Ayer convirtió el anuncio del nombramiento de los dos nuevos ministros en una soflama para explicar lo bien que lo hace el Gobierno y lo agradecidos que tenemos que estar por su magnánimo liderazgo. Pocas veces he escuchado a nadie elogiarse tanto a sí mismo.

Ignoro si conoce el mito griego de Narciso, pero corre el peligro de sufrir el mismo castigo: enamorarse de su imagen y ser incapaz de percibir las reacciones que suscita la autocomplacencia. A Sánchez le preguntan la hora y responde que el sol brilla gracias a él.

Narciso labró su ruina al desdeñar los amores de la ninfa Eco, hermosa joven criada por las Musas. Tenía el don de la elocuencia y eso molestaba a Hera, la esposa de Zeus. La irascible y celosa diosa condenó a Eco a repetir las últimas palabras que escuchaba sin poder articular nada propio.

Eco se enamoró locamente de Narciso, al que seguía por el bosque en secreto. Un día la ninfa pisó una rama seca y Narciso preguntó: «¿Hay alguien aquí?». Oculta tras los árboles, Eco repitió: «Aquí, aquí». La joven salió de la espesura con los brazos abiertos y Narciso se burló de ella y la rechazó. La diosa Némesis castigó al hijo de Liríope a la condena de enamorarse de su propia imagen. Incapaz de salir de su ensimismamiento, acabó arrojándose a las aguas.

Eco no lo pudo soportar y se abandonó hasta morir en una cueva, mientras que, en su descenso al inframundo del Hades, Narciso se contemplaba a sí mismo en la superficie de la laguna Estigia. Según el mito, allí sigue. Siempre en eterna persecución de su propio reflejo, sin poder atrapar un centelleo que se desvanece cuando intenta cogerlo.

A Sánchez le sucede algo similar. No sólo está prendado de sí mismo, sino que no pierde ocasión de recordarnos sus grandes logros. Ningún elogio le satisface. Ninguna fidelidad le parece suficiente. Ninguna crítica es capaz de hacerle mella.

Como todos los mitos, el de Narciso expresa una verdad profunda del corazón de los hombres. Y esa verdad es que la vanidad y la falta de empatía llevan a la autodestrucción. En las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides, la complacencia con uno mismo conduce a la catástrofe, incluso de héroes invencibles como Heracles.

El narcisismo desemboca en la perdida de los límites y del sentido de la realidad. Y a un aislamiento que acaba en la convicción de que el mundo es injusto al no rendirse ante los méritos del que padece este síndrome. Ningún narcisista está satisfecho porque el halago es una droga que necesita siempre una dosis mayor.

Sánchez ha acertado en algunas cosas y en otras se ha equivocado. Pero su pasión por el autobombo entra ya en el terreno de lo patológico. De lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso y el presidente lo está franqueando.