EL MUNDO – 29/07/15 – JOSEBA ARREGI
· Los gobiernos forales se han equivocado al excluir la realidad nacionalista vasca en Navarra, pero el nuevo Ejecutivo cree que con la lengua llegará la conciencia vasquista, y con ésta la aceptación del nacionalismo.
Navarra, la Comunidad Foral que lleva también el nombre de Antiguo Reyno, es, probablemente, junto al reino de España, la entidad política dentro del Estado que mayor continuidad histórica puede argüir a su favor. Deriva de uno de los primeros reinos que surgen en España tras la desintegración de los reinos visigodos y la invasión de los árabes. Su historia alcanza la cumbre con Sancho III, quien decía de sí mismo ser Imperator Hispaniae, y que llegó a gobernar buena parte del reino de Castilla-León, parte de Aragón, la Rioja y por supuesto Navarra.
De Navarra salió uno de los tres arranques de la reconquista, junto con el de Castilla-León y el de Aragón-Cataluña. La batalla de Las Navas de Tolosa está vinculada al rey navarro. Pero la falta de continuidad en las dinastías propias, la llegada de distintas dinastías francesas, la dificultad en la afirmación del poder real hacia el absolutismo por la oposición frontal de los nobles navarros, la división de éstos en agramonteses y beamonteses, dejaron a Navarra a disposición de la conquista del reino de Castilla, ya convertido en reino de España.
Navarra, su reino, se mantiene como el reino de la Baja-Navarra, la sexta merindad de ultrapuertos, con Juana de Albrecht como reina, madre de Enrique III de Navarra, que llegó a ser, con el nombre de Enrique IV, rey de Francia, convirtiéndose al catolicismo para ello, e inaugurando así la dinastía de los borbones, vascos por parte de padre, pues Juana de Albrecht contrajo matrimonio con el marqués de Borbón y padre de Enrique IV. Ya dentro del reino de España, Navarra conserva sus fueros, e incluso tras la primera guerra carlista, en 1841, negocia y pacta con la monarquía liberal el Amejoramiento del Fuero, Amejoramiento que mantiene su continuidad en el actual estatus jurídico foral de la Comunidad navarra, incorporada a la Constitución del 78 y que precisamente por esta razón no necesitó ser sometida a voto refrendatario, pues su legitimidad histórica estaba fuera de toda duda.
Quien conozca Navarra de norte a sur y de oeste a este sabrá que Navarra es una especie de compendio geográfico del conjunto de España, e incluso de toda Europa: desde montañas de nieve eterna, hasta desiertos como las Bárdenas reales. Todo cabe en Navarra, todo está en Navarra, todo se encuentra en Navarra.
A su lado, la historia de Euskadi no puede ofrecer ni unidad ni continuidad parecidas. La primera vez que Euskadi llega a ser sujeto político es gracias al Estatuto del 36, que duró bien poco. Y la segunda, y por ahora última vez, con el Estatuto del 79, ya dentro del marco de legitimidad de la Constitución de 1978. Euskadi, a diferencia de Navarra, no puede, como sujeto político, reclamarse de ninguna legitimidad histórica que no esté enmarcada en la legitimidad de las constituciones democráticas españolas, en la de la Segunda República y en la de la Monarquía constitucional de 1978.
Desde la Transición a la democracia, uno de los gritos nacionalistas más escuchados en Euskadi, no en Navarra, es el de Nafarroa Euskadi da, Navarra es Euskadi. Pero ¿cómo va a ser Navarra, la Navarra inveterada, parte de un invento radicalmente nuevo como es la Euskadi soñada por Sabino Arana? Fue ya demasiado tarde cuando algunos nacionalistas ensayaron darle la vuelta al eslogan: no es que Navarra fuera Euskadi, sino que valía la inversa, Euskadi era Navarra. Pero ya la definición de las circunscripciones electorales para el Parlamento Vasco se había diseñado para que Navarra pudiera incorporarse a Euskadi, y no a la inversa: los tres territorios de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa cuentan con el mismo número de representantes electos en la cámara de Vitoria, 25 cada uno de ellos, despreciando olímpicamente el número de habitantes de cada territorio, Bizkaia doblando fácilmente los de Álava. Y el escudo de Euskadi mantiene un espacio vacío esperando la incorporación de Navarra.
Hoy es fácil afirmar que los distintos gobiernos de la comunidad foral se han equivocado al adoptar políticas defensivas frente al nacionalismo vasco. Y es fácil argumentar, desde el cambio de gobierno subsiguiente a las últimas elecciones autonómicas, que todos los gobiernos navarros, especialmente los dirigidos por UPN, han excluido la realidad nacionalista vasca que también tiene su presencia en Navarra.
Estas afirmaciones olvidan, por un lado, el planteamiento conquistador, imperialista del nacionalismo vasco de Euskadi con respecto a Navarra y, por otro lado, también olvidan que la lengua vasca ha sido reconocida como oficial en las zonas en las que se acredita su presencia en Navarra. Otra cosa es que la bandera vasca, de raíz nacionalista, la ikurriña, no haya sido reconocida como enseña oficial, dado que representa simbólicamente a una minoría de navarros, parte de los cuales hasta antes de ayer defendían y legitimaban el terror de ETA.
El nuevo Gobierno de Navarra, liderado por el nacionalismo del PNV y sostenido por Bildu-Sortu y las marcas de Podemos, afirma por boca de su nueva presidenta saber que es un Gobierno nacionalista –que los de Podemos se lo apunten bien– en una comunidad en la que el nacionalismo es minoritario, pero que su política, a diferencia de los gobiernos anteriores, va a ser una política de integración, y no de exclusión.
Las palabras de los discursos inaugurales, como los llaman en EEUU, pueden cargar con todo, hasta que llega la prueba de la realidad. Pero esta prueba no sólo llega desde la realidad tozuda, sino que, en la mayoría de los casos, se encuentra ya en los mismos discursos inaugurales si se escucha todo lo que en ellos se dice, y lo que está escrito en los programas. En el caso de Navarra, y teniendo en cuenta que la historia de terror de ETA aún es reciente y que ETA no ha desparecido, y que incluso cuando desaparezca, sus efectos, su significado, su herencia seguirán marcando la historia vasca, uno de los elementos principales para conocer la capacidad de integración del nuevo Gobierno es su relación con la historia del terror de ETA.
La impresión es que hablan poco de la historia, que la referencia fundamental es el futuro, y que cuando parece que se refieren a la historia lo hacen en términos globales: disposición a condenar todos los actos de violencia –futuro–, condena de todos los atentados a los derechos humanos que hayan podido haber. Pero ningún reconocimiento de que es el terror de ETA el que ha marcado la historia vasca en los últimos 55 años, en el sentido en que ETA misma lo ha reclamado insistentemente hasta el punto de afirmar que ETA era el acontecimiento fundacional de la historia y del pueblo vascos.
El segundo elemento para calibrar el valor de la voluntad integradora es el referido al euskera. Ha quedado dicho que todos los gobiernos anteriores reconocían la oficialidad del vascuence en determinadas zonas en las que se acreditaba su presencia viva. Pero la voluntad del nuevo Gobierno es el de extender la oficialidad del euskera a todo el territorio navarro, aunque no haya constancia de la presencia viva de esta lengua en los últimos siglos.
Me imagino que el nuevo Gobierno navarro recurrirá a la voluntad de inclusión para explicar la política expansiva que en términos lingüísticos pretende llevar a cabo. Pero se trata de una inclusión que implica una exclusión previa, la de la voluntad mayoritaria de los hablantes de las zonas que no son vascoparlantes. Inclusión por extensión obligada, inclusión innecesaria, inclusión por ingeniería sociolingüística. E inclusión desde el convencimiento implícito de que con la lengua llegará la conciencia vasquista, y con ésta la aceptación del nacionalismo.
El nacionalismo tradicional y el radical que busca sustituirle afirman lo mismo: sabemos que la sociedad vasca y la navarra no son homogéneas en el sentimiento de pertenencia, pero ya los convenceremos. Reconocen una realidad social que es plural, pero la consideran incorrecta, piensan que debiera ser de otra forma. Es el antiguo compelleintrare del evangelista Lucas, al que recurre San Agustín y sirve de legitimación a la Inquisición: oblígales a entrar, aunque sea por la fuerza del convencimiento. Es decir, no aceptan realmente el valor positivo del pluralismo sin el que la democracia es imposible, pues siguen pretendiendo una sociedad homogénea, con paciencia, y usando medios al parecer indiscutibles como la política lingüística al servicio de una inclusión como interés sólo de parte.
Todo está dicho y escrito para quien lo quiera ver, escuchar y leer.