José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

Sánchez ha precarizado en Navarra una política de Estado al hacer depender al PSN de EH Bildu que organizará 250 «ongi etorris» a los 250 presos de ETA

La del socialismo en Navarra es una historia triste. Durante casi un cuarto de siglo ha estado fuera del poder en la comunidad foral. Gabriel Urralburu (1984-1991) y Javier Otano (1995-1996) fueron sus dos presidentes y ambos acabaron en los tribunales. El primero, tras un largo itinerario judicial, fue condenado por el Supremo en 2001 por delitos de corrupción en el contexto de la trama urdida por el ex director general de la Guardia Civil, Luis Roldán. El segundo —Javier Otano— fue también juzgado pero absuelto por prescripción de los hechos presuntamente delictivos que se le atribuían. Desde entonces (1996) la derecha navarra (UPN, con y sin coalición electoral con el PP) y, en la legislatura anterior, un Ejecutivo a cuatro, controlado por el nacionalismo vasco (Geroa Bai, trasunto del PNV en Navarra, y EH Bildu), manejaron los destinos de la autonomía foral.

El PSN ayer triunfante de María Chivite, tuvo dos ocasiones para el desquite. En 2007, José Luis Rodríguez Zapatero se opuso al pacto que el líder socialista allí, Fernando Puras, había sellado con Nafarroa Bai (una coalición de partidos nacionalistas vascos, entre ellos también radicales) e Izquierda Unida. En 2014, Alfredo Pérez Rubalcaba disuadió al secretario general de los socialistas navarros, Roberto Jiménez, de presentar una moción de censura contra Yolanda Barcina (UPN) porque requería de los votos de la izquierda abertzale para prosperar.

Tanto en un caso como en otro, el PSN acató las instrucciones de Ferraz pero estas y el recuerdo amargo del final político penal de sus dos presidentes han provocado que el socialismo en Navarra se sintiese profundamente frustrado. Y ahora, María Chivite, a la que Sánchez no ha impedido depender de los votos de EH Bildu, acaba de recuperar el poder. Sin embargo, lo ha logrado bajo la espada de Damocles del arbitrio del partido de Arnaldo Otegi que ayer mismo —para escarnio general— anunció, chulo él, que habrá otros 250 recibimientos populares («ongi etorris») a otros tantos presos de ETA cuando regresen a sus domicilios.

De momento, el PSN ha tenido que ceder en el acuerdo programático en tres aspectos cruciales: en los símbolos, en el idioma y, entre líneas, en el repliegue de la Guardia Civil en sus labores de vigilancia del tráfico. Antes, los socialistas navarros se habían opuesto a que la ikurriña ondease en los edificios públicos; también habían sido muy cuidadoso en evitar una política artificial de euskaldunización de la comunidad y, por fin, se habían resistido a que la presencia del Estado mermase a costa del repliegue de efectivos del Instituto armado. El desmayo del PSN ha sucedido porque el socialismo navarro quería salir, al precio que fuera (y leyendo el acuerdo del programa gubernamental ha sido muy alto), del ostracismo al que le habían llevado, por una parte, Urralburu y Otano, y, por otra, las prohibiciones del PSOE de pactar en 2007 y en 2014 con la izquierda radical abertzale.

La importancia estratégica de Navarra en la política española es simbólica y efectiva. Simbólica porque el nacionalismo vasco considera que la comunidad foral forma parte del hinterland de Euskadi, que Pamplona (Iruña) es la auténtica capital del País Vasco y que sigue vigente, por lo tanto, el grito irredento de «Nafarroa Euskadi da» («Navarra es Euskadi»). Y su importancia es también efectiva, porque existen posibilidades constitucionales (disposición transitoria cuarta de la CE) de que pueda celebrarse un referéndum de anexión al País Vasco y, de esta manera, crearse una tensión centrífuga más potente de la que podría desarrollar por sí sola la actual comunidad autónoma vasca.

Cualquier presidente debería tener en cuenta este eslabón débil de la integridad territorial de España. Sin embargo, Pedro Sánchez persiste en acercarse

En un artículo que ha desempolvado el catedrático de Ciencia Política Rogelio Alonso, firmado por el filósofo navarro Aurelio Arteta, publicado en ‘El País’ el 5 de abril de 2007, bajo el título ‘O Navarra o nada’, este insigne intelectual, referencia en el análisis del separatismo y del terrorismo de ETA, escribe: «Cuando Otegi —y ETA con él— pregona ‘sin Navarra nada’, no manifiesta un capricho pasajero o una ambición personal insaciable, sino que se limita a reiterar los dogmas primeros de su fe compartida. Se resumen en los principios de que cierta afinidad natural y cultural entre vecinos les constituye en una sola nación y que toda nación (Euskal Herria) tiene derecho a ser un Estado. El uno es en gran medida una falsedad de hecho, el otro es democráticamente indefendible, pero ambos principios son ideas prácticas que llaman con urgencia a hacerse realidad. Y si no es por las buenas, será por las malas».

Se opondrá a la tesis de Arteta que ETA ya no existe. Pero continúa su relato a través de EH Bildu y de su jefe de filas Arnaldo Otegi. Cualquier presidente del Gobierno, sea del partido que sea, debería tener en cuenta este eslabón —débil, sin duda— de la integridad territorial de España. Así lo vieron Rodríguez Zapatero y Pérez Rubalcaba. No, sin embargo, Pedro Sánchez que persiste en acercarse en exceso —aunque él afirma rechazar la compañía— a los que organizan los «ongi etorris» a los asesinos, desafiando, no ya los valores constitucionales, sino los más elementales principios morales. Y lo hacen con prepotencia e impunidad como las que lució ayer su jefe en radio Euskadi.

María Chivite, con el apoyo de sus bases (y de las de EH Bildu), se ha introducido en un laberinto político. Una forma de salir de la frustración socialista en la comunidad foral que puede resultar fallida y contraproducente. No diré que la permisividad de Sánchez ha impedido su investidura (PP y Cs no la iban a facilitar con o sin el acuerdo gubernamental del PSN) pero sí que el presidente en funciones persiste en jugar con temeridad en algunos asuntos delicados que requerirían de una determinación absoluta. No la ha tenido en este episodio peligroso que establece una vinculación de dependencia del socialismo navarro a EH Bildu (y al PNV) precarizando lo que siempre ha sido en la democracia española una política de Estado. En definitiva, esta operación en Navarra es un error del PSOE y del PSN.