ABC-LUIS VENTOSO

Un grato contrapunto en Portugal a nuestras ensoñaciones separatistas

ESPAÑA, de cabo a rabo, es un regalo natural, con toda su geografía adornada por paisajes que deslumbran por la obviedad de su belleza. El estuario donde el río Miño se funde con el Atlántico, bajo la bendición desde las alturas del mirador del imponente castro de Santa Tecla, allá La Guardia, es uno de esos parajes con una atmósfera tan especial que sosiega el ánimo. Las dos riberas, la española y la portuguesa, son muy hermosas: verde, humedales, recogidas playas fluviales y salvajes arenales a océano abierto, y un clima tranquilo, entre risueño y melancólico. Pero si se van explorando con detalle los pueblos de las riberas gallega y lusa, el viajero pronto repara en que las villas portuguesas están cuidadas con mayor primor y han sufrido menos los zarpazos del desarrollismo, con sus tropelías urbanísticas y sus horteradas. Además, en el lado luso mejora la cortesía, con esa educación tal vez algo cargada de circunloquios propia de nuestros vecinos. Por todo ello, y por más razones, está en boga ensalzar a Portugal como un país admirable en relación a España, punto de vista del que discrepo.

Paseando por la villa llena de historia de Caminha, allá frente a la desembocadura del Miño, comenzamos a charlar con una afable camarera portuguesa, una chica en la treintena. Tras un rato de conversación, surge la comparación entre los dos países. Saltándonos el estilo sinuoso de los lusos, le soltamos una pregunta de las que obligan a mojarse: ¿A ti te gustaría que Portugal formase parte de España? Ella sonríe, en señal de aprobación: «Pues claro, sería todo mucho mejor para nosotros». Y comienza a enumerar las diferencias. Explica que la sanidad pública española es extraordinaria en comparación con la de su país, cuyas lagunas la obligan a recurrir constantemente a la medicina privada. Cuenta que el ambiente de las calles y la alegría se disparan al cruzar la raya del Miño hacia el Norte y reconoce que el suyo es un pueblo «un poco triste». Las calles de la ribera lusa prácticamente mueren al cierre de los comercios. Las rondas de tapas y vinos de cualquier pueblo español no existen. Pero sobre todo, la mujer resalta que en España los sueldos son más altos y no existe el enorme salto entre clases sociales que perdura todavía en Portugal.

En repetidas encuestas, alrededor de un 40 por ciento de los portugueses apoyan la idea de algún tipo de federación ibérica con España. Entienden que les aportaría más prosperidad. Lo ven como un hermanamiento razonable, en positivo y para crecer juntos. Y te viene a la mente la inevitable comparación: ¿Es inteligente y avanzado despreciar la idea de España y pretender romper con ella para entregarte a una adoración sentimental y empobrecedora de tu propio ombligo? Les vendría bien a Torra y a sus cofrades desayunar algún día en Caminha con aquella camarera, tan desbordante de hecho diferencial como de sentido común. Tal vez se les activasen las neuronas de la solidaridad y el realismo…