KEPA AULESTIA-El CORREO
- Hace tiempo que el nacionalismo comprendió que necesitaba aparcar hasta la disposición transitoria cuarta de la Constitución
La renovación del Protocolo General de Colaboración entre los gobiernos de Euskadi y Navarra por parte de Iñigo Urkullu y María Chivite retrató ayer el momento de normalidad autonómica que atraviesan las relaciones entre ambas comunidades. Visto desde otro ángulo, reflejó el peso actual de la ‘cuestión navarra’ en la política y entre los ciudadanos del País Vasco, y el de la eventual integración con este último en el ánimo de los navarros.
Es significativo que cuando el nacionalismo en su conjunto ha alcanzado una más que notable influencia en la política vasca y en la navarra, haya desaparecido del horizonte político abertzale la quimera del ‘laurak bat’ (los cuatro a una), aunque se mantenga en su imaginario. Visto desde otro ángulo, hace tiempo que tanto el nacionalismo jeltzale como la izquierda abertzale comprendieron que necesitaban aparcar hasta la disposición transitoria cuarta de la Constitución -que contempla nada menos que la incorporación de Navarra «al régimen autonómico vasco» mediante referéndum convocado por el órgano foral de gobierno- si querían asentarse a uno y otro lado de las sierras y vaguadas que dibujan los lindes entre Euskadi y Navarra.
El retrato de Urkullu y Chivite juntos es, en sí mismo, un baño de realidad
Fue después de los encuentros de Loiola y de Ibarretxe cuando descubrieron que la presumida expansión territorial del soberanismo contrae la implantación real de éste y su poder institucional. Y que, al mismo tiempo, el recurso al independentismo -aunque sea mediante la descripción de un autogobierno sin límites- reduce Euskal Herria al fervor aparente de tres o cuatro valles de aguas que dan al Cantábrico.
El retrato de Urkullu y Chivite juntos es, en sí mismo, un baño de realidad. El propio protocolo establece que la colaboración se hará con «racionalidad, simplicidad, transparencia y economía de medios». En el fondo, aunque sea de paso, desiste de recuperar aquel ‘Órgano Común Permanente’ que asomó como resolución del Parlamento de Navarra en 1996 y reapareció intermitentemente -como opción realista para el nacionalismo gobernante en Euskadi- durante una década.
Hoy el realismo jeltzale no alcanza a tanto. Y la izquierda abertzale tampoco está en condiciones de pretender vasquizar Navarra navarrizando Euskadi, mientras apoya los presupuestos de allí y de aquí. Cuando lo que necesita es blanquearse, dar unos cuantos pasos atrás prometiendo a los cada vez menos entusiastas de que así podrán impulsarse más hacia delante. Urkullu y Chivite incorporaron ayer el capítulo de «la memoria de las víctimas». Un empeño de justicia cuyos efectos políticos se escapan de las manos de quienes lo anuncian. Pero, extrañamente, pasaron por alto aquello con lo que nos sobresaltan los partes horarios dejando en evidencia a Navarra y Euskadi. Que están a la cabeza de la incidencia epidémica desde marzo de 2020.