Editorial-El Mundo
EL PSOE de Pedro Sánchez se ha quejado reiteradamente de que la oposición, en concreto PP y Ciudadanos, lo hayan situado fuera de la tradición constitucionalista, a cuyo prestigio contribuyó decisivamente la larga ejecutoria de Felipe González. Si de verdad Sánchez, reforzado en Moncloa tras el ciclo electoral, quiere seguir la estela de estadista del mejor González y no el pésimo legado de Rodríguez Zapatero –a cuyo cuestionamiento de la Transición y de la nación se ha añadido esta semana el baldón definitivo de las actas de su negociación política con ETA–, tiene en los pactos poselectorales una prueba de fuego para demostrar su talla. Y en concreto, tiene esa prueba en Navarra.
En la Comunidad Foral la coalición inequívocamente constitucionalista de Navarra Suma –formada por UPN, PP y Cs- se alzó con una contundente victoria de 20 escaños, por los 11 que obtuvo el PSN. El secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, comprometió su palabra en el veto a Bildu. Y sin embargo, la socialista María Chivite ya ha iniciado contactos con la nacionalista Uxue Barkos –nueve escaños por Geroa Bai– para concurrir a la investidura como presidenta de Navarra, objetivo para el que necesita a Podemos y la abstención de Bildu. Si Chivite, con casi la mitad de escaños, se encarama con tales apoyos a la presidencia, todo el discurso sanchista que exige a Cs no apoyarse en fuerzas radicales como Vox para tocar poder naufragará en la incoherencia más estrepitosa.
Cabe recordar que en 2007 el entonces candidato del PSN a presidir la Comunidad Foral, Fernando Puras, hubo de dimitir porque Ferraz le prohibió pactar con el nacionalismo vasquista y la izquierda comunista, como era su deseo. Sería triste constatar que, 12 años después, a la dirección federal del partido del Gobierno ha dejado de importarle la compañía no solo del nacionalpopulismo de izquierda sino de los mismos herederos políticos de ETA. Cabe recordar que este Gobierno ya mendigó por teléfono a los de Otegi el apoyo a uno de sus decretazos electorales. Y recordemos que los de Otegi ya han exigido la alcaldía de Pamplona a cambio de apoyar al PSN en la comunidad. Un cambalache bochornoso entre el partido que gobierna España y la izquierda abertzale, ante la mirada atónita e indignada de una mayoría de navarros, y de españoles en general.
Por si, dados los antecedentes, fuera ya poco confiable la firmeza de Sánchez respecto del independentismo, sea catalán o vasco, el hecho de que el PNV empuje al PSOE hacia el pacto con Geroa Bai no permite hacer pronósticos demasiado esperanzadores. Sin el PNV, Sánchez no solo no puede gobernar: es que ni siquiera puede ser investido. Por todo ello, el sanchismo no estará en disposición de dar una sola lección más de constitucionalismo y moderación mientras no demuestre con sus actos lo que se harta de reclamar a los demás en mítines, comparecencias y entrevistas. En cambio, si se abre a facilitar el Gobierno a la lista que ha aglutinado el mayor respaldo de los navarros bajo la bandera común del constitucionalismo –con abrumadora distancia respecto del segundo–, se habrá colocado en un plano de legitimidad y autoridad moral que le permitirá exigir a otros aquello que predica con su ejemplo. En Navarra tiene su piedra de toque. Ojalá acredite la altura de miras de 2007. Si no es así, Navarra quedará seriamente abocada a la vía nacionalista identitaria que concluye en la integración en Euskadi. Viejo sueño acariciado no solo por el PNV, sino también por los albaceas de ETA. Esperemos que Sánchez no cometa semejante erro