ABC-LUIS VENTOSO

El PSOE se ha plegado a un mito nacionalista que se fuma la realidad

SOBRE Navarra, que ya era Reino cuando otros no pintaban nada, me he hecho el máster completo. Durante cinco años (felices) estudié en su excelente universidad, en cuyo pórtico se me agitó el pulso una mañana ante una chica con la que perseveré. Más tarde, el matrimonio me ha llevado allí una y otra vez y solo puedo hablar bien de los navarros, de su sentido del orden y su solidaridad congénita. El tópico siempre alberga algo de verdad y el de la «nobleza navarra» es cierto. Con su laboriosidad, magnífica organización, ubicación geográfica óptima y unos privilegios forales que suponen una bicoca fiscal, Navarra se ha convertido en una de las comunidades más ricas y hasta sus localidades minúsculas lucen cuidadas al detalle. Dentro de España y con su actual estatus ha alcanzado un nivel de vida altísimo. No alberga motivos para quejas y ensoñaciones territoriales míticas.

En mi máster de navarridad fui extrayendo conclusiones. La primera es que hay dos tipos de navarros. Por un lado, la mayoría, aquellos que se consideran tales por encima de todo y lo tienen muy a gala (y me estoy acordando de mi compañero Manolo Erice, un supernavarro encantador que se murió hace ahora un año). Por otra parte están quienes creen que Navarra forma parte del mundo vasco y debe integrarse bajo la férula de lo que se ha rebautizado como Euskadi. Con una sonrisilla privada, en mi máster de navarridad observé que en Pamplona la mayoría de los simpatizantes locales del nacionalismo vasco no tenían ni flores de euskera, y ni se molestaban en aprenderlo, porque es ardua tarea. Por supuesto, llegada la hora de la verdad, no enviaban a sus hijos a las ikastolas, sino a buenos colegios en español (y con inglés y francés). La última gran encuesta refleja lo que siempre sospeché a pie de calle: en Pamplona solo emplea el vasco como lengua habitual un 2,9% y en el conjunto de Navarra, un 6,9%. Es decir: el 93,1% no hablan un idioma que les quieren imponer como obligatorio en su función pública. Por último, en las fiestas familiares y amicales, cuando corrían el Ochoa y el Chivite y llegaba la jarana, lo que cantaban y bailaban eran jotas (en castellano) y no el aurresku o los himnos vascos con que ayer se autohomenajeó la flamante presidenta socialista Chivite, sostenida por los nacionalistas.

Navarra tiene una diversidad única. En solo 160 kilómetros se pasa del desierto meridional de las Bardenas a los bosques atlánticos del Bidasoa. El Norte guarda la impronta vasca y hay localidades donde es la lengua común. Pero desde la capital Pamplona hacia abajo esa huella se diluye. En Tudela, segunda ciudad navarra, se ofreció un modelo escolar con euskera y solo se anotó… ¡una familia! Chivite viene de un pueblo del sur profundo, Cintruénigo, no sabe hablar vasco y es del PSOE, partido que se supone leal a España y su Constitución. ¿Qué extraña fijación sectaria la ha llevado a detestar a sus socios naturales, los otros constitucionalistas, para suplantar lo votado por los navarros aliándose con la sucursal del PNV y los proetarras de Bildu? Ahí queda retratada la triste anomalía del PSOE.