Ignacio Camacho-ABC
- La estrella de Nochebuena han sido los test de antígenos. Y los mensajes de familiares o amigos que habían dado positivo
Pues va a resultar que Karra Elejalde, o su personaje misántropo y cascarrabias del anuncio de Campofrío, llevaba razón. O al menos que Ómicron ha acabado otorgándosela frente a los optimistas que daban la pandemia por terminada. Sánchez no salía en el ‘spot’ pese a ser el que más méritos ha acumulado al respecto: ha proclamado la victoria sobre el virus dos veces y ambos pronósticos han salido maltrechos de la contumacia del ‘bicho’ en mutar saltando de enfermo en enfermo. Al final la publicidad del embutido, tan exitosa por recoger el espíritu eufórico de un país necesitado de buenas noticias, se ha quedado desfasada en su prematuro ‘buen rollito’ y los españoles hemos vivido la Nochebuena sobrecogidos por el contagio exprés de familiares y amigos. La estrella del menú de las cenas del viernes han sido los dichosos test de antígenos. Que levante la mano el que no recibiera en vísperas de la fiesta el mensaje de que algún conocido había dado positivo en esta prueba casera convertida en elemento clave del nuevo costumbrismo.
El ya popular autodiagnóstico ha acentuado la sensación de bucle de esta segunda Navidad pandémica. En esta ocasión no hubo debate sobre los allegados, el vago concepto que centró las dudas y las bromas hace un año. Lo ha sustituido el de las mascarillas obligatorias, rescatadas por el presidente en una incompetente maniobra para esquivar medidas de aceptación más enojosa. Y al igual que sucedió antes con los cubrebocas, la dificultad de abastecimiento de los kits farmacéuticos ha arrastrado a la población a una especie de día de la marmota. De nuevo la incertidumbre, la ausencia de pautas estables, la necesidad de evaluar el riesgo por cuenta propia, la cancelación de asistencias a última hora para no poner a personas vulnerables en situación peligrosa. La inhibición de un Gobierno renuente a tomar decisiones incómodas ha forzado a los ciudadanos a manejar su zozobra moviéndose en la confusión de la ausencia de normas. O, según la comunidad en que vivan, entre ordenanzas contradictorias.
La imposición de las mascarillas tendría sentido -como la cogobernanza- en el marco de un plan más estructurado, con criterio científico, consenso político y método claro. A falta de todo eso queda la impresión patente de que se ha echado mano a la primera ocurrencia que diese la impresión de hacer algo. Un gesto para aparentar que hay alguien al mando y sacarse de encima la necesidad de actuar a corto plazo. Tirar para delante de cualquier manera y luego ya veremos según salgan las cifras de infección en enero. El resultado de tan brillante idea ha sido la generalización del desconcierto, aunque la mayoría de la gente se haya comportado con sensatez por intuición, por responsabilidad o por miedo. Si la improvisada autogestión sale bien, todavía puede salir Sánchez a sacar pecho del buen juicio ajeno. Nos lo mereceremos.