JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • El autócrata en construcción no experimenta ninguna sensación de renuncia mientras maneja el timón llevando la nave hacia las rocas

El apoyo con que todavía cuenta el PSOE no es el que fantasea el propagandista Tezanos, pero supera el 27% según la demoscopia más fiable, que es la de aquí. Habida cuenta de la ristra de traiciones al sistema democrático, a la memoria de las víctimas del terrorismo, a la Cataluña constitucionalista, a los mejores servidores del Estado, a la honradez, a la estética y a los intereses exteriores de España, esa cuarta parte larga del electorado nos habla de un desapego que merece atención. Sobre todo porque la ristra es absurdamente copiosa. En puridad, bastaría con una sola de las canalladas para que el elector de izquierdas que desea el bien común se bajara de esa bola de demolición. Pactar con Bildu o modificar el Código Penal a la medida de los intereses de los golpistas, por ejemplo. O enviar a toda la escoria etarra al País Vasco para que allí la suelten. O el destrozo incalculable de la ley sueltavioladores. Una sola ignominia bastaría, pero es que hay avalancha. El cariz pernicioso de cada una de ellas es tan claro que en realidad no haría ninguna falta el esfuerzo sostenido por tantos analistas, muchos en estas páginas, para explicar el plan de desarme de nuestro sistema y valores.

Es sabido que detrás de cada felonía está la férrea voluntad de supervivencia política de Sánchez al precio que sea. Quienes todavía le suponen algún escrúpulo al presidente ven a veces el fenómeno como una sucesión de trágalas. No hay tal cosa; el autócrata en construcción no experimenta ninguna sensación de renuncia mientras maneja el timón llevando la nave hacia las rocas. Bien al contrario, hace mucho tiempo que interiorizó la estrategia de los únicos que en la familia socialista tenían alguna: el PSC. Comprender esta realidad es imprescindible porque dota a la ristra, o a la avalancha, de sentido. Un sentido que nos puede repugnar, pero que está ahí, articulado sobre una idea de España que no deja de serlo por mucho que su vocación sea la de borrarla, la de eliminar el factor nación que fundamenta la democracia y, explícitamente, la Constitución misma. A esta idea crucial, por cierto, alude José María Marco en su reciente ampliación de ‘Historia patriótica de España’.

El plan se despliega según el modelo del PSC, que viene de muy atrás. Si su desarrollo prosigue perderemos demasiadas cosas. Ya es hora de reconocerlo abiertamente: somos minoría los sensibles a la épica y significado de la Transición. Muchos aún, pero minoría. Pervive sin embargo un elemento que goza de la estima mayoritaria, manteniendo un poder simbólico que protege a la vez nación y democracia liberal: la monarquía parlamentaria. Por eso es tan importante la llamada de Jon Juaristi a un Pacto de San Sebastián inverso: una conjura por la preservación de esa garantía última del sistema. El Rey ni puede ni debe pronunciarse; los partidos democráticos y la sociedad civil, sí.