JUAN MANUEL DE PRADA – ABC – 01/07/17
· El neoyorquino distanciado por años luz de España nos imagina a los españoles como un pueblo a la greña, amante de las cadenas.
Ha causado gran consternación un editorial del New York Times que se muestra partidario de autorizar el referéndum sobre la independencia de Cataluña. Es una consecuencia chusca de ese complejo de inferioridad que el paletazo español (sobre todo el paletazo con ínfulas, fantoche y esnob) ha sublimado posando de cosmopolita. El paletazo español primeramente entroniza prestigios de humo, con tal de que sean foráneos; pero, tarde o temprano, esos prestigios de humo acaban volviéndose contra él, porque el humo siempre hace volutas en el aire.
Así, el paletazo que presume de guiarse por las paparruchas superferolíticas que le dictan desde el New York Times acaba siendo víctima de su esnobismo, porque tarde o temprano el New York Times acaba soltando una paparrucha que lo perjudica. Y, como hasta ese momento el paletazo ha comulgado tales paparruchas como si fueran dogmas de fe, sus enemigos se le echan encima, pidiéndole que haga lo mismo con la paparrucha que lo perjudica. Y al paletazo le toca entonces ensartar grotescas (y poco convincentes) explicaciones, para regocijo de sus enemigos, como les ocurre a quienes, después de erigir al New York Times en (risum teneatis) heraldo de la «prensa libre», ahora tienen que afearle su apoyo al separatismo catalán.
Nos enseñaba Camba que, «visto desde Nueva York, el resto del mundo ofrece un espectáculo extemporáneo, semejante al que ofrecería una estrella que estuviese distanciada del punto de observación por muchos años luz». Pero, del mismo modo que al extraterrestre distanciado por muchos años luz nos lo imaginamos con la piel verde, las manos palmípedas y el cabezón ovoide, el neoyorquino distanciado por muchos años luz de España nos imagina a los españoles como un pueblo siempre a la greña, amante de las cadenas, mitad bárbaro y mitad romántico, entre el bandolerismo y la zarzuela. Y entonces al neoyorquino le sobreviene la tentación paternalista de darnos clases de concordia y libertad.
Cuando yo estudiaba en Salamanca, me hice amigo de una neoyorquina muy maciza llamada Sandy, estudiante de literatura, a quien producía gran tristeza que Don Quijote, nuestro héroe literario nacional, fuese un cincuentón avellanado que nunca salía victorioso de sus enemigos, en lugar de un gallardo mozo al estilo de Tom Cruise. Tampoco entendía Sandy que los salmantinos no tuviesen una Alhambra ni unos sanfermines que llevarse a la boca; y su mayor frustración era no haber podido trajinarse a un torero (yo, por ver si pillaba cacho, le hacía toreo de salón, pero ni por esas).
Andando el tiempo, Sandy llegó a ser contratada por la Casa Blanca para escribir discursos. Yo siempre he pensado, con enternecida nostalgia, que aquel discurso fumeta de Obama en el que se evocaba el «Islam tolerante» que hubo «en Córdoba durante la Inquisición» había sido pergeñado por mi añorada Sandy; y, con la marcha de Obama de la Casa Blanca, no me extrañaría que Sandy haya acabado escribiendo editoriales de tema español para el New York
Times. Contaba Pemán que, en cierta ocasión, un americano de la base de Rota hizo venir un taxi del Puerto de Santa María; y se asombró mucho de que el taxista lo mandara a la mierda y se negara a llevarlo, al darle la dirección diciendo: «A España». Pero esto ocurría cuando el español no había caído en el esnobismo del paleto con complejo de inferioridad; cuando el español sabía que el yanqui es un tipo sin comunicación alguna con la realidad, que contempla el mundo como si fuera una estrella a muchos años luz y le atribuye los pintoresquismos que le dicta su imaginación, atiborrada de tópicos cinematográficos; cuando el español, en fin, se limpiaba el culete lo mismo con las monsergas clericaloides que los editoriales del New York Times.
JUAN MANUEL DE PRADA – ABC – 01/07/17