Todo parece indicar que las políticas seguidas en materia educativa han ‘achatado’ la calidad del sistema. Han primado el minimizar el fracaso escolar, pero al precio de anular la excelencia. Y eso no debía haber ocurrido.
Al valorar el Informe PISA 2009, y empezando por lo anecdótico, no quiero olvidar la escandalera mediática, política y sindical que acompañó al anterior informe -PISA 2006-, por haberse realizado la mayoría de las pruebas en castellano. Y como la impostura sale gratis, aquello que tanto escándalo provocó hace tres años hoy es normal. Pero dejemos lo anecdótico y vayamos a la sustancia. Y la sustancia son los resultados.
PISA 2009 da cuenta de la existencia de dos problemas. Ambos son graves, tanto, que anulan cualquier lectura positiva que se quiera hacer de ellos. El primer problema es que las puntuaciones medias obtenidas en las tres áreas evaluadas son bajas. Conviene no engañarse al respecto. Esos resultados serían buenos si en la Comunidad Autónoma Vasca se realizase un esfuerzo en el sector educativo más bajo que el que se hace. Al gasto en educación que realiza nuestra comunidad debieran corresponder resultados sensiblemente mejores que los obtenidos.
Los problemas del sistema no son fruto de la casualidad, sino consecuencia de una muy particular concepción de la educación y de los objetivos que debe alcanzar. Vistos los datos, es evidente que los esfuerzos realizados durante años -cabría decir que durante décadas- han sido dirigidos a no dejar a nadie atrás, han tenido un evidente propósito compensatorio: son mínimos los porcentajes de alumnos que obtienen resultados muy bajos. Eso es bueno, por supuesto que sí. El problema es que, aparentemente, el precio que ha habido que pagar ha sido que los porcentajes de alumnos que obtienen resultados muy buenos también han sido bajísimos. Dicho de otro modo, todo parece indicar que las políticas seguidas en materia educativa han ‘achatado’ la calidad del sistema. Han primado el minimizar el fracaso escolar, pero al precio de anular la excelencia. Y eso no debía haber ocurrido.
Es absolutamente necesario que el sistema educativo corrija el efecto de las diferencias sociales. Eso no se discute. Es necesario proporcionar una buena formación a quienes, por razón de su entorno socioeconómico o por cualquier otra causa, corren el riesgo de no adquirir la formación necesaria para hacer realidad el principio de igualdad de oportunidades. Pero eso no debe suponer que en el camino se mutile la excelencia, porque de esa forma la sociedad en su conjunto se resiente. Es bueno, y no sólo para los interesados sino para todo el cuerpo social, que a las personas con posibilidades de alcanzar la excelencia educativa se les proporcionen los medios que la hagan posible. Lo contrario también constituye un fracaso escolar, aunque no lo queramos ver así.
El segundo problema del que da cuenta el informe es el bajo nivel que obtiene nuestro alumnado en ciencias. De entrada, ese bajo nivel constituye un verdadero lastre para un país que pretende basar su crecimiento y prosperidad futura en el conocimiento y en la investigación científica y tecnológica. Suele ser motivo de preocupación, o eso se dice, que se vaya fuera la gente formada con buen nivel científico; lo llaman fuga de cerebros. Y, sin embargo, durante los últimos años eso no ha sido un problema real. El verdadero problema es el que evidencia el informe PISA: va a ser difícil que podamos alimentar una cantera de personal científico en las debidas condiciones.
Pero aún más importante que lo anterior es que una mala formación en ciencias supone que la ciudadanía de nuestro país carecerá de las herramientas necesarias para tener una mínima comprensión del mundo en el que vive. Esto es lo verdaderamente grave. Esa carencia, además, tiene muy negativas consecuencias de otro orden, porque una ciudadanía que no dispone de las herramientas básicas que proporciona la ciencia para conocer y entender el mundo y la naturaleza en que vivimos es una ciudadanía con limitaciones a la hora de tomar muchas decisiones, individuales y colectivas, que determinan el funcionamiento social y el progreso.
A la escuela se le pide demasiado; se pretende que el sistema educativo sirva para casi todo, que sea un sistema multipropósito. Pero quizás no se le ha dado la importancia debida al hecho de que la escuela, ante todo, ha de proporcionar las herramientas básicas para que los alumnos comprendan el entorno en que habrán de desenvolverse en sus vidas y relacionarse con él, así como los contenidos necesarios para ello.
Sospecho, no obstante, que el problema de las ciencias no es solo el tiempo -seguramente insuficiente- que se dedica a su enseñanza. Me temo que lo que ocurre tiene también que ver con la escasa consideración social que tiene la ciencia. Y ése es un problema que, como ya he referido en otras ocasiones, tiene unas causas más profundas y requiere, por ello, un tratamiento global. Ese tratamiento ha de comprender al sistema educativo, pero debe ir más allá, pues exige un cambio en el discurso público -político y mediático, fundamentalmente- en relación con los valores sobre los que se sustenta nuestra sociedad. Tiene que ver con el valor de la prosperidad y con la importancia que damos al progreso. Y también tiene que ver con el optimismo que se requiere para pensar que los problemas tienen solución y que los problemas colectivos más importantes a que nos enfrentaremos en el futuro próximo solo podrá solucionarlos la ciencia.
Juan Ignacio Pérez Iglesias, EL DIARIO VASCO, 14/12/2010