Luis Ventoso-ABC
- ¿A dónde va una nación cuyos partidos discrepan hasta al definirla?
Varios hermanos heredan de sus ancestros una parcela hermosa y de ilustre pasado, con una gran villa familiar para el disfrute de todos, cuyos muros contemplan siglos de historia. La mayoría de la familia aboga por proteger la propiedad, por cuidar esa casa exenta y cómoda y que todos puedan compartirla en armonía y solidaridad (la España constitucional del 78). Pero un hermano dice que no, que él prefiere que en lugar de esa sólida villa llena de historia se levanten en la parcela varias casitas de madera, una por hermano, para marcar distancias subrayando los perfiles autónomos y diferenciados de cada cual. En vez de una villa, tendremos «una villa de villas» (la España federal del PSOE). Un tercer
hermano, el más joven e inconformista, protesta airado. Nada de casas. Lo que hay que hacer es derribar esa herencia retógrada de nuestros padres, demoler la vivienda y levantar un camping donde cada uno pueda «autodeterminarse» del resto (la república plurinacional de Podemos). Por último, dos de los hermanos inician una campaña pregonando que los demás les roban y que ellos son superiores al resto de familia, por lo que exigen aislarse de los demás levantando una cerca electrificada que salvaguarde los dos rincones de terreno que les corresponden (los nacionalistas catalanes y vascos). Toda vez que los hermanos parecen incapaces de alcanzar un acuerdo, la propiedad languidece.
La metáfora viene a la cabeza observando a nuestros políticos en la ceremonia de la Fiesta Nacional en el Palacio Real (los presidentes vasco y catalán por supuesto ni acudieron, despreciando, como siempre, al resto de sus compatriotas). En una estupenda entrevista de Esteban Villarejo en ABC, la ministra de Defensa, Margarita Robles, un oasis en un Gobierno adolescente, respondía así a la pregunta de qué es la nación española: «Es la patria de todos los españoles, una nación de muchísimo pasado, un pasado muy glorioso, muy heroico, y con un gran presente». Si se le hiciese la misma pregunta a Sánchez, el presidente del Consejo de Ministros donde ella se sienta, la respuesta sería que «España es una nación de naciones, un país complejo y plural» (lo cuál es tan absurdo como decir que Pontevedra no es una provincia, sino «una compleja provincia de provincias»). Desde su Declaración de Granada de 2013, la doctrina oficial del PSOE sostiene que «es necesaria y urgente una amplia reforma constitucional del modelo de estado». Pero al tiempo se proclaman un partido constitucionalista (¿defensores de una Carta Magna que según ellos ya no sirve?). El otro partido del Gobierno, Podemos, y el vicepresidente Iglesias, han prometido la Constitución, por tanto están obligados a respetarla y también a defender la figura del Rey, pues España es constitucionalmente «una monarquía parlamentaria». Pero Iglesias propone «un proceso constituyente» para cargarse aquello que debe defender por razón de cargo y crear «una república plurinacional y solidaria», donde por supuesto cabrá el derecho de autodeterminación, que permitirá liquidar el país.
¿A dónde va una nación donde sus partidos no están de acuerdo ni a la hora de definirla? Pues si no hay un giro, a largo plazo, al carajo.