Juan Carlos Girauta-ABC

  • El derecho a «opinar» de los propagandistas se verá perfectamente complacido si se les pone a discutir entre ellos

Pocas cosas más desazonadoras que la repetición estéril de argumentos. Por la Fiesta Nacional, una tropa de ignorantes y resentidos despliega infalible su muestrario de consignas, un recuelo de la leyenda negra de tercera generación. Y muchos muerden el anzuelo. Hay libros. ¡Está lleno de libros! Quien sienta curiosidad sobre el Descubrimiento y la conquista, que lea. Fue una aventura tan apasionante e increíble que se puede dedicar la vida entera a conocerla y no aburrirse un solo día. Pero no caigan en la trampa de discutir con esa mayoría que fue alfabetizada para su inmediata analfabetización funcional. En vez de educación, recibieron una inútil miscelaá.

¡Oiga, que todo el mundo tiene derecho a opinar! Sí, pero no a que les escuche usted en concreto, hombre de buena fe. El derecho a «opinar» de los propagandistas se verá perfectamente complacido si se les pone a discutir entre ellos. De ninguna manera ese derecho fundamental debe ejercerse a costa de nuestro tiempo, lector.

Le comento. Del mismo modo que antes los gerifaltes del régimen ponían un estanco o daban una licencia de taxi, corre por ahí una señorita a la que le han puesto un medio digital, seguramente para que no cante la Traviata ante los jueces. Ayer instaba a sus cincuenta lectores a llenar su oceánica ignorancia sobre España en América leyendo la obrita «Las venas abiertas de América Latina», truño de Eduardo Galeano que contaminó mi juventud. Y contaminado seguiría todavía de no haberme entregado a satisfacer una curiosidad malsana e insaciable. Si Galeano hubiera sido un izquierdista al uso, habría muerto dejándose agasajar por el inmenso e inmerecido éxito de «Las venas». Pero su honradez intelectual le impelió a reconocer en su madurez que aquel «intentaba ser un libro de economía política, pero yo no contaba con suficiente preparación. No sería capaz de leerme el libro de nuevo. Para mí que esa prosa de la izquierda tradicional es extremadamente pesada y mi mente no la tolera». Galeano no toleraba su propia prosa del año 70, pero Dina, propagandista biempagá de Podemos, nos la quiere endiñar a estas alturas del descubrimiento.

No el Descubrimiento con mayúscula sino el descubrimiento de la impostura. Basurilla intelectual una y otra vez reciclada. Impasibles se la seguirán sirviendo a la juventud por mucho que Galeano se retractara y condenara a su yo joven. Por mucho que los más cultivados prescriptores ni siquiera hayan leído «El Capital» de Marx, sino «Para leer El Capital», de Althusser. Principalísimo alimento político de los neo penenes venidos a más que han servido el refrito sin informar a los alumnos y alumnas de una crucial revelación del propio Althusser que desbarata su obra más influyente: solo había hojeado «El Capital», sin comprenderlo apenas. Lo que deberían leer, jóvenes, es «El porvenir es largo», la obra donde Althusser confiesa lo anterior y se reconoce un impostor.