El debate sobre quién es más de aquí o menos no tiene significado alguno para el ejercicio de los derechos de ciudadanía. Quienes tiene que recurrir a ejercicios, siempre engañosos, de quién es más de aquí o quién menos, están todavía a las puertas del Estado de Derecho. Por eso es tan importante gritar ante ellos ‘yo no soy de aquí’.
V uelvo a tomar prestada la frase del título de una columna radiofónica que existía en Euskadi Irratia, y que venía firmada por el escritor Juan Gartzia. Lo hice ya hace algunos años y me siento impulsado a hacerlo de nuevo por algunos comentarios que he podido leer en la prensa después de la visita de Rajoy y Antonio Basagoiti a San Mamés. El presidente del PNV de Bizkaia ha declarado que ellos, los nacionalistas, no necesitan sacarse fotos en San Mamés porque son de aquí, son aficionados del Athletic y van todos los domingos a San Mamés.
Los del PNV son de aquí. Si ellos son de aquí, los que no son del PNV no lo son. No son de aquí. No tienen el euskolabel. Y menos si además de no ser del PNV tampoco lo son del Athletic. Es decir, que de aquí, lo que se dice de aquí de verdad, de siempre, sólo son los del PNV y los del Athletic. O los del Athletic que sean del PNV. Los demás no son de aquí. Por eso se tienen que hacer fotos en San Mamés.
Vuelve la infame distinción de los de aquí y los que no son de aquí. Vuelve el lenguaje del sucursalismo, vuelve la referencia a que este o aquel político que no sea nacionalista es un mero delegado de un ‘no aquí’, de un allí inaceptable. La sociedad vasca está dividida entre los de aquí, los nacionalistas del PNV -y me imagino que darán entrada a los nacionalistas que no sean del PNV- y los sucursalistas, los delegados -antaño se hablaba de representantes de potencias extranjeras o enemigas-, los que no son de aquí, los emigrantes, los extraños a la tierra.
Sólo los nacionalistas tienen derecho a reclamarse de aquí. Los demás están de prestado. Transitoriamente. De cuerpo presente, pero no de alma, no de espíritu. No son hijos legítimos, no tienen derecho a la herencia. Quieren echar del poder a los nacionalistas, se decía no hace muchos años. ¡Qué atrevimiento! ¡Echar de casa al hijo legítimo, al primogénito y hacerse con la herencia! ¡A dónde vamos a llegar!
Estamos ante un problema serio. Ser de aquí, ser de la casa, tener derecho a la herencia de la casa de los padres, derecho de primogenitura para gestionar la herencia de la casa del padre, por un lado, y por otro ser delegado de algo de fuera, ser sucursalista de algo cuyo centro está fuera, no ser de aquí, sino de algún otro lado. Una alternativa que pensada en esos mismos términos sólo permite la exclamación ‘Ni ez naiz hemengoa!’, ¡Yo no soy de aquí!
Porque en democracia el aquí está definido por un espacio de derechos y libertades fundamentales, no por el aquí físico de un espacio geográfico determinado. Porque en democracia lo importante no es ser de aquí, sino ser ciudadano. Porque en democracia lo importante es ser sujeto de derechos y libertades, y vivir en un espacio que garantice los derechos y libertades fundamentales, y no ser de aquí o de allí, hablar una determinada lengua, poseer una determinada creencia, tener un determinado sentimiento de pertenencia o albergar una determinada identidad.
El aquí de la democracia está constituido por los derechos y las libertades fundamentales. Por nada más. Con independencia cada vez mayor del territorio, de cualquier aquí. Son los ciudadanos quienes definen el territorio de la democracia, y no el territorio físico el que define a los ciudadanos. Yo no soy de aquí, ‘ni ez naiz hemengoa’, porque soy ciudadano, y todos los conciudadanos son de aquí, son de todas las democracias, de cualquier Estado de Derecho.
Ante esta condición de ciudadanía no vale nada el que pueda ser vascoparlante monolingüe de familia, el que el euskera sea mi lengua de trabajo. Ante esta condición de ciudadanía no vale de nada que no encuentre entre mis antepasados nadie que salga de la provincia de Gipuzkoa. Ante esta condición de ciudadanía de nada valdría que fuera nacionalista -y a nadie le concedo el derecho de decidir si lo soy o no, aunque no sea una pregunta que me preocupe-. Ante esta condición de ciudadanía de nada vale ni siquiera el deber de conocer el español.
Cada vez que se habla de ser de aquí, quién es de aquí y quién no lo es -y por eso necesita de una foto en San Mamés-, me asalta una duda: en realidad se trata de dilucidar quién es de aquí y quién no, o se trata, en el fondo, de otra cosa: esto es mío y nadie más tiene un derecho real a poseerlo. ¿Quienes están diciendo que ellos son de aquí, están diciendo sólo eso, o están diciendo también, y quizá sobre todo: esto es mío, el Athletic es mío, el país es mío, el Gobierno vasco es mío, el euskera es mío -y lo que digan a favor del euskera los demás no es más que patraña electoral-, el Estatuto es mío -y por eso lo/la mato-, la nación es mía, o la nación soy yo, el poder es mío y sólo yo tengo derecho a ejercerlo, a gestionarlo, a ocuparlo?
Si es la ciudadanía la condición de ser sujeto de derechos y libertades fundamentales lo que define el espacio de la democracia, entonces da igual el debate sobre quién es más de aquí o menos, porque no tiene significado alguno para el ejercicio de los derechos de ciudadanía, que incluyen el de representar a los demás ciudadanos en el ejercicio del poder. Lo más grande en democracia es ser ciudadano. Quien tiene que recurrir a ejercicios, siempre engañosos, de quién es más de aquí o quién menos, está todavía a las puertas de la democracia, a las puertas del Estado de Derecho. Democracia es espacio de derechos y libertades. No es una casa que se pueda poseer. No es una herencia que se pueda obtener. No es una hacienda que hay que cuidar como un perro. Por eso es tan importante gritar ante quienes dan tanta importancia a ese ser de aquí ‘ni ez naiz hemengoa’, ‘yo no soy de aquí’.
De optar por un algún aquí, quizá sería mejor optar por el aquí que describe el filósofo francés y judío Emmanuel Levinas comentando una poesía de Paul Celan: «Este exterior insólito no es otro paisaje (…) el poema da un paso más: lo extraño es el extranjero o el prójimo. Nada hay de más extraño ni más extranjero que otro hombre y es en la claridad de la utopía en la que se muestra el hombre. Fuera de todo enraizamiento y de toda domiciliación; ser apátrida como lo más auténtico (…) Como si yendo hacia el otro me reencontrara conmigo mismo y me implantara en una tierra, a partir de ese momento tierra natal, descargada de todo el peso de mi identidad. Tierra natal que no debe nada al enraizamiento, nada a la ocupación primera; tierra natal que no debe nada al nacimiento. ¿Tierra natal o tierra prometida?» (Emmanuel Levinas, ‘Paul Celan, de l’être à l’autre’, 2002, 29-30).
Joseba Arregi, EL CORREO, 31/10/2008