Ni monarquía ni república: primero Euskadi

SANTIAGO DE PABLO / Catedrático de Historia Comtemporánea de la UPV-EHU, EL CORREO 10/01/14

· Haciendo gala de su tradicional pragmatismo, el PNV aceptó a Juan Carlos I y llegó a proponer en las Cortes el reconocimiento de un ‘Pacto foral con la Corona’.

Aunque, siendo aún presidente del EBB, Iñigo Urkullu ya había tachado de «anacrónica» a la monarquía, las declaraciones del lehendakari señalando a «la República» como paradigma de los modelos de Estado que respetan mejor «la voluntad de la ciudadanía» han sido recibidas como una novedad. Pero, teniendo en cuenta los casi 120 años de historia del Partido Nacionalista Vasco, ¿se trata realmente de un hecho novedoso?

A lo largo de su historia, para el nacionalismo vasco el dilema monarquía/república ha sido siempre algo secundario, frente a la cuestión principal, que no es otra que la relación entre Euskadi y España: el mejor modelo de Estado sería aquel que permitiera un mayor grado de libertad para el País Vasco. En este aspecto, la monarquía borbónica de la Restauración, durante la que el PNV dio sus primeros pasos, fue decepcionante. Salvo el fugaz intento de 1917-1919, la Corona nunca se tomó en serio la posibilidad de reformar el Estado para dar respuesta a las peticiones vascas (y sobre todo catalanas) de autogobierno. De vez en cuando, periódicos o jóvenes afiliados jeltzales eran multados por delitos contra el rey o contra la Monarquía. Sin embargo, el habitual pragmatismo del PNV se manifestó en las relativamente buenas relaciones de sus líderes con ciertos sectores monárquicos, con los que compartían su conservadurismo social y religioso.

En esta etapa, el partido fundado por Sabino Arana nunca se manifestó a favor de la instauración de una república, algo que sí hizo Acción Nacionalista Vasca, el pequeño partido de centro-izquierda, que colaboró con entusiasmo en la proclamación de la II República, el 14 de abril de 1931. Por el contrario, antes de esta fecha el PNV se declaró neutral ante la disyuntiva entre monarquía y república, alegando que era un problema meramente español, ajeno a los intereses de Euskadi.

Una vez proclamada, el PNV mostró una actitud ambivalente ante la República. Esta fue vista en parte con esperanza, como una oportunidad para conseguir por fin el ansiado Estatuto de Autonomía, negado por la Monarquía; pero también fue recibida con recelo, especialmente por su previsible política anticlerical. El hecho de que en el verano de 1931 el PNV se aliara con los carlistas (los grandes enemigos de la República), en apoyo del denominado Estatuto de Estella, hizo que las relaciones iniciales entre los jeltzales y el nuevo régimen fueran pésimas. Tras el fracaso de este proyecto autonómico, incompatible con la Constitución de 1931, el PNV siguió tratando de apurar las posibilidades de lograr un Estatuto de Autonomía. En diciembre de ese año apoyó al republicano católico Niceto Alcalá Zamora como presidente de la República, lo que implicaba, según sus diputados, «la aceptación del régimen».

Pero, significativamente, la República no se fiaba de esta conversión del PNV al republicanismo, y este recelo fue una de las causas del retraso del Estatuto vasco, que solo fue aprobado en octubre de 1936, tras el inicio de la Guerra Civil. En julio de ese año, el PNV había decidido tomar partido por la República frente a la sublevación militar. En septiembre, el jeltzale Manuel Irujo era nombrado ministro del Gobierno de Largo Caballero, lo que significaba un apoyo sin precedentes a la República. Sin embargo, los propios nacionalistas reconocían que no luchaban «por defender la República», sino porque ésta garantizaba la libertad de Euskadi, negada por los sublevados.

A pesar de tratarse de un contexto muy diferente, la misma ambivalencia se mantuvo durante el largo exilio que siguió a la derrota republicana en la Guerra Civil. En general, el PNV –bajo el liderazgo del lehendakari José Antonio Aguirre– mantuvo su lealtad a las instituciones de la República española, pero no dejó de explorar la vía de la restauración monárquica, si esta demostraba ser el medio más eficaz para derrocar a Franco. Así, en 19481950 algunos dirigentes jeltzales apoyaron el plan del socialista Indalecio Prieto y se acercaron a don Juan de Borbón, tratando de lograr que la futura Monarquía democrática reconociera un mínimo de libertad para Euskadi. Paradójicamente, el principal valedor de esta opción en el seno del PNV fue el futuro dirigente de Herri Batasuna Telesforo Monzón, que llegó a declarar sin ambages: «La República se terminó. Con quien hay que hablar o pactar es la Monarquía».

Nuevas negociaciones con los monárquicos de don Juan se repitieron en los lustros siguientes, por lo que no es extraño que en la Transición, haciendo gala del mismo pragmatismo que mostró la inmensa mayoría de la oposición antifranquista, el PNV aceptara la Monarquía de Juan Carlos I. Incluso llegó a proponer en las Cortes en 1978 el reconocimiento de un ‘Pacto foral con la Corona’, como medio para preservar la especificidad vasca en la Constitución que se estaba redactando. Desde entonces, las relaciones entre el PNV y la Monarquía –aun siendo generalmente buenas– han dependido más de coyunturas y de químicas personales que de una definición ideológica previa. En la práctica, los jeltzales han solido mantener su tradicional ambigüedad ante esta cuestión, pues para ellos lo importante no es tanto si en España hay una república o una monarquía sino la libertad que Euskadi pueda conseguir con uno u otro régimen. En ese sentido, posiblemente las palabras de Urkullu no constituyen una ruptura total con la trayectoria anterior de su partido, al seguir destacando, a pesar de manifestarse a favor de la República, que lo importante es que el Estado español muestre el debido «respeto a las nacionalidades históricas».

SANTIAGO DE PABLO / Catedrático de Historia Comtemporánea de la UPV-EHU, EL CORREO 10/01/14