- Los señoritos del PSC no posan junto a una bandera española salvo que estén en campaña o los nombren ministros
El PSC, Partido de los Señoritos Catalanes, no guarda minutos de silencio por guardias civiles asesinados, ni siquiera por guardias civiles catalanes. De hecho, el concepto mismo de guardia civil catalán les resulta impensable: o guardia civil o catalán. Los señoritos del PSC no posan junto a una bandera española salvo que estén en campaña o los nombren ministros. Incluso siendo ministros, dan a entender que lo suyo es la excepción que confirma la regla, que podrán estar en el Gobierno de España, pero que su patria íntima es otra. Si se ven en la tesitura de expresarlo con palabras, te saldrán con que su patria es ninguna, o que son los libros, o que es su infancia. Todas esas cosas están muy bien, pero son figuras retóricas. Y, en ellos, elusivas. Como fuere, el nacionalista catalán, hasta el enloquecimiento de la vieja y podrida Convergència, siempre ha preferido evitar la expresión oral cuando se trata de España, sustituyéndola por una expresión no verbal cuya forma más habitual es la sonrisita sobrada.
La clásica sonrisita, que raya lo despectivo para reposar en la más injustificada suficiencia. Esa sonrisita –que una tropa de periodistas catalanes solía oponer, a menudo desde el analfabetismo funcional, al más sabio de los españoles sin complejos– cayó en desuso con Artur Mas, padre del caos que se ha ido de rositas, el muy cuco. Los que antes llamábamos nacionalistas son hoy separatistas. El antiguo nacionalismo los despreciaría por explícitos. El catalán supremacista siempre ha existido, pero se guardaba mucho, hasta el procés, de expresar abiertamente su desprecio a «los españoles», que en mi pobre patria chica siempre equipararon a los castellanos. Al andaluz lo llamaban andaluz y al murciano murciano porque les parecía que en el gentilicio llevaban la penitencia, el distintivo de ciudadano de segunda, el «inmigrante», sustantivo que siguen empleando con sus compatriotas. No creo que suceda en ningún otro país del mundo.
La contención sonriente, ambiguamente despectiva, es ahora patrimonio de los nacionalistas no separatistas: el PSC. De ahí la esterilidad de cualquier proyecto político que pretenda capitalizar el voto desengañado de CiU. El nacionalismo sin secesionismo explícito tiene partido desde hace mucho, y se llama PSC. El carácter elusivo permite al partido de Illa seguir contando con el voto del cinturón industrial, donde hay de todo. Por ejemplo, esos «otros catalanes» –Paco Candel dixit– que despliegan su catalanidad cuando se van de vacaciones a la tierra del padre o del abuelo: «Hay que entender que allí las cosas las vemos de otra manera». Primera persona. O con orgullo: «Mis nietos solo hablan catalán». Actitudes a observar de frente para entender por qué en Cataluña prácticamente nadie protesta por la inmersión cuando la lengua materna mayoritaria de los catalanes es el castellano. Unos sobrellevan la aculturación con indebido orgullo para que otros, los jefes del partido, una pandilla de pijos, puedan tratar como algo ajeno, extranjero, el asesinato de dos guardias civiles, aun siendo barcelonés uno de ellos.