Ni veleta, ni urbanita, los mantras sobre Rivera que el 28-A pone en solfa

 

Mariano Alonso-Libertad Digital

Cs logra su mejor resultado defendiendo ideas polémicas para su electorado potencial, penetrando en la España vacía y sin grandes mítines.

Un somero inventario de los reproches que propios, extraños y mediopensionistas han espetado en los últimos tiempos a Albert Rivera nos deja calificativos como «veleta naranja»; «moderno», en curioso sentido peyorativo, o «urbanita», esto último para señalar que Ciudadanos sería un partido con endémicos problemas de implantación en las zonas rurales, lo que se conoce como España vacía.

El éxito naranja en las elecciones de este domingo, en las que casi dobla su número de escaños, de 32 a 57, y en las que, sobre todo, logra lo que la portavoz del partido naranja, Inés Arrimadas, calificaba este lunes de «empate técnico» con el PP, del que le separan apenas décimas en porcentaje de voto y al que supera en cinco comunidades autónomas, pone en solfa varios de estos mantras. También deja en entredicho que una baja movilización de simpatizantes en campaña se tenga que traducir, por sistema, en un resultado decepcionante en las urnas.

Baste un ejemplo: Rivera arrancaba su precampaña el pasado siete de abril en la Plaza de Toros de El Montecillo, en Las Rozas, sin lograr llenar del todo el recinto. En la última semana de campaña, coincidiendo con los debates de los que se había quedado fuera Santiago Abascal, Vox desbordaba ampliamente la capacidad de ese recinto. Finalmente, en esa localidad del norte de Madrid el partido naranja ha sido el más votado con un 27% de los sufragios, muy por encima de Vox, que es tercero sin alcanzar el 20% de los votos, por detrás incluso del PP, que es segunda fuerza.

No siempre movilización es igual a músculo electoral. En esta campaña, de hecho, Rivera ha evitado deliberadamente los grandes recintos. No ha llenado la emblemática plaza madrileña de Vistalegre, como en la campaña de 2015, pero obtiene casi veinte escaños más que entonces, y un resultado en la capital, con ocho escaños y superando al PP, notablemente mejor.

Un urbanita en la España vacía

En precampaña, Rivera se conjuró para quitarse el sambenito de líder urbanita, popular entre los jóvenes que viven en grandes ciudades, con profesiones liberales y, por completar el arquetipo, que toman café en vasos grandes de cartón mientras consultan su ordenador portátil. Ni corto ni perezoso, se subió a un tractor en Guadalajara y días después a una batea de mejillones en Vigo, algo que sorprendió mucho a varios de los representantes del sector pesquero que se reunieron con él. Allí desgranó su plan para la España vaciada, lema de una manifestación en Madrid en la que fue el único líder nacional presente.

Un plan que incluye una rebaja del 60% en el IRPF para quienes viven en lugares de menos de 5.000 habitantes o una disminución de 50 a 30 euros en la cuota fija para mujeres autónomas del ámbito rural. Aunque con menos proselitismo que en otras ocasiones, el programa electoral naranja mantuvo su apuesta por la supresión de las diputaciones provinciales, una medida que a ojos de muchos de sus rivales les convierte en enemigos de la España menos habitada. Con todo y con eso, el 28-A supone la primera penetración seria del partido naranja en ese territorio, 13 de los 66 escaños en disputa, incluido el que obtiene la agricultora María Ángeles Rosado, número uno por Guadalajara y propietaria del tractor al que se subió Rivera.

En Castilla y León –donde la formación ha vivido la crisis interna más importante del mandato riverista, con la victoria en las primarias tras denunciar un pucherazo de Francisco Igea– se obtienen ocho diputados, en todas las provincias salvo Soria, de sesgo muy mayoritario al repartir solo dos diputados. No obstante, incluso ahí los de Rivera se quedaron a apenas 5.000 votos de arrebatarle el segundo representante de la provincia al PP, mientras que el primero fue para el PSOE. Por la misma diferencia Ciudadanos le arrebata a los socialistas el segundo escaño por Teruel, otro de los lugares tristemente célebres por sus problemas de despoblación.

Una veleta no tan proclive a moverse con el viento

Lo verbalizó Santiago Abascal al hablar de la «veleta naranja», pero el líder de Vox no hizo más que dar carta de naturaleza a lo que sotto voche se decía de Rivera en los mentideros, donde en muchas ocasiones se ha dibujado a un líder capaz de cambiar de posicionamiento por un mero golpe de encuesta. No parece que ningún experto demoscópico le fuese a recomendar airear su defensa de una regularización de la eutanasia, de la gestación subrogada o de la ley de plazos del aborto, la norma del Gobierno Zapatero recurrida al Tribunal Constitucional por el PP, dentro de la batalla por la hegemonía en el centroderecha.

Rivera lo hizo, añadiendo a su repertorio la defensa de la comunidad LGTBI, incluyendo el matrimonio entre personas del mismo sexo, asunto que se abordó de manera monográfica en la parada de la caravana naranja en Albacete. Allí Pablo Sarrión, un valor emergente dentro del partido, relató entre lágrimas, junto a sus padres, su salida del armario y los sufrimientos que su condición sexual le ocasionó en su adolescencia. Rivera lo respaldó criticando a quienes defienden la «familia natural» y retando a alguno de sus rivales a decirle que él mismo, padre separado de una niña de ocho años, no tiene una familia.

Tiempo antes, Sarrión había relatado en un comentado hilo de Twitter sus razones para haber asistido a la manifestación de Colón del pasado 10 de febrero, donde Ciudadanos, PP y Vox arremetieron contra Sánchez tras haber aceptado la figura de un mediador para negociar con Quim Torra. Una asistencia que le había provocado duras críticas de diversos colectivos de izquierda.

Rivera no ocultó este aspecto de su proyecto ideológico ni en los debates televisivos de candidatos, donde llegó a encararse con Casado a cuenta de la eutanasia espetándole que «el dolor no tiene ideología» y donde calificó de razonable la Ley de plazos del aborto, repitiendo una de sus frases favoritas de campaña, la de que él no quiere seguir hablando de la interrupción voluntaria del embarazo ni de los «huesos de Franco«, sino de la España del siglo XXI.

Hace dos años, en la localidad madrileña de Coslada, la IV Asamblea General de Ciudadanos abandonó la socialdemocracia como seña de identidad y trató de poner las bases de un nuevo centroderecha. Los resultados avalan a Rivera a seguir por ese camino.