DEBER Y QUERER

ABC-IGNACIO CAMACHO

El acuerdo PSOE-Cs sería, como mal menor, una buena idea. Con un pequeño problema: no quiere Sánchez ni quiere Rivera

LA idea de un Gobierno socialista respaldado, en coalición o sin ella, por Ciudadanos, se puede ver como un mal menor o como una opción objetivamente constructiva y responsable. En todo caso representaría una mayoría social, otorgaría confianza y estabilidad a los negocios, gozaría de la simpatía europea y, sobre todo, devolvería al sanchismo a un espacio, siquiera relativo, de moderación y consenso. Sólo existe un pequeño problema: que no quiere el PSOE ni quiere Ciudadanos. En autonomías y ayuntamientos sí puede haber acuerdos: forman parte de otro negociado. Pero para Rivera sería un suicidio político romper su promesa de no pactar con Pedro Sánchez, tan firme que sólo le faltó jurarla por la Constitución, por la Biblia o por su madre. Podría justificarse en el patriotismo pero, habida cuenta de que gran parte de sus votos proceden del PP, seguiría siendo un suicidio.

Cs nació como un partido socialdemócrata con vocación de bisagra para privar a los nacionalistas de ese poder decisivo; sin embargo, muchos electores de centro-derecha lo adoptaron como alternativa a la indeterminación del marianismo, lo que estimuló en su líder la ambición –un motor muy potente en política, véase el ejemplo del propio Sánchez– de encabezar un sector ideológico de referentes vacíos. Tras varios intentos fallidos de sobrepasar a los populares, la formación naranja los tiene ahora a tiro de sólo doscientos mil votos y en situación de debilidad extrema. No les va a dar lo que más les falta en este momento: oxígeno. Y menos a cambio de una posición secundaria respecto al socialismo cuando los apuros y tal vez la caída de Pablo Casado le pueden ofrecer a Rivera la jefatura de la oposición de facto.

No obstante, aunque el dirigente centrista decidiese inmolarse en patriótico sacrificio, faltaría el elemento principal de la operación, que es el vencedor de las elecciones. Sánchez, diga lo que diga –el postureo y la simulación son sus mayores talentos–, no está dispuesto. La frustrada alianza «del abrazo» de 2016 queda muy lejos; su actual proyecto consiste en construir trincheras con las que aislar y demonizar a todas las variantes de la derecha, y de ninguna manera va a entregar a Pablo Iglesias el monopolio de la auténtica izquierda. Quiere confederalizar Cataluña, aplacar al separatismo con indultos y ampliar sus competencias, y también las del nacionalismo vasco, según un modelo plurinacional del que Cs se muestra decidido adversario. Además, el presidente está cómodo cerca de Podemos, al que ha reducido a un papel subalterno. Lo incluirá en el Gabinete si no tiene más remedio, pero su preferencia es la de gobernar sin compartir el poder que le produce tan benéficos efectos.

Sí, ese Gobierno friendly de centro-izquierda sería una gran idea propia de un país serio. Pero quién ha dicho –«¡¡con Rivera no, con Rivera no!!»– que España sea eso.