Isabel San Sebastián-ABC
Los separatistas que han hecho presidente a Sánchez están eufóricos. Ven en él a una pieza fácil de cobrar
Pedro Sánchez es hoy presidente del Gobierno porque los separatistas catalanes y vascos han considerado que es su mejor apuesta para conseguir sus propósitos secesionistas. El político más débil, manejable y carente de principios de cuantos han pisado La Moncloa. Una pieza fácil de cobrar. Se lo dejaron muy claro durante la sesión parlamentaria del martes, escupiéndoselo a la cara cada cual a su manera. La de la Montserrat Bassa, portavoz de ERC, más zafia: «Me importa un comino la gobernabilidad de España». En otras palabras, yo habría votado «no» a su investidura porque odio a la España que usted representa, pero dado que confío en poder arrancarle la independencia de Cataluña, le voy a prestar una abstención condicionada a que cumpla con su compromiso de hurtar a los españoles la soberanía que les pertenece para transferírnosla a nosotros. Remataba así la intervención de su compañero, Gabriel Rufián, quien también hizo honor a su apellido al amenazarle con crudeza: «Sin mesa de negociación, no hay legislatura». Una extorsión en toda regla que dejó mudo al socialista, tan falto de dignidad como sobrado de prisas. Y eso que todavía no había oído lo peor…
Lo más grave de cuanto se ha dicho en el Congreso estos días aciagos no precisó de insultos o de actitudes chulescas. De hecho, pasó casi desapercibido entre la retahíla de «enseñanzas democráticas» a que nos tienen acostumbrados los albaceas de una banda terrorista que asesinó a novecientas personas, en nombre del pueblo vasco, sin una sola condena por parte de sus voceros. Salió de los labios de Óscar Matute, diputado de Bildu, con la fuerza demoledora que encierra una verdad descarnada: «Ni nos han vencido ni nos han domesticado». ¡Qué humillante puntualización para quien en tres ocasiones, durante ese debate, se había jactado con desvergüenza de encabezar el partido que, según él, derrotó a ETA!
«Ni vencidos ni domesticados». No se puede resumir mejor. Si estamos donde estamos, si el Gobierno de España incluye a un vicepresidente llamado Pablo Iglesias, que no hace mucho felicitaba a «la izquierda vasca y ETA por haberse dado cuenta de que la Constitución no instaura una suerte de reglas de juego democráticas, sino que mantiene una serie de poderes para, de una forma muy lampedusiana, cambiarlo todo para que todo siga igual» (sic). Si los costaleros de este Ejecutivo son dos fuerzas abiertamente enemigas de la Nación española y de las normas por las que se rige, hasta el punto de haber recurrido sistemáticamente a la violencia y protagonizado un intento de golpe de Estado, es precisamente porque ETA nunca fue derrotada, sino que negoció con Zapatero un «proceso», mal llamado de paz, cuya culminación era precisamente la voladura del orden constitucional que Sánchez y sus aliados se proponen liquidar ahora. «Ni vencidos ni domesticados». ¡Si lo sabrán ellos, que cambiaron las pistolas por actas de representación en las instituciones en cuanto se dieron cuenta de que les serían infinitamente más útiles para alcanzar su meta y les llovió del cielo un gobernante lo suficientemente vanidoso y cobarde como para caer en su trampa! «Ni vencidos ni domesticados». Más bien envalentonados ante la oportunidad histórica de construir finalmente su «patria» de vascos de sangre pura, con la complicidad de un partido hermano que no hace ascos a su trayectoria y el beneplácito de un jefe de gobierno que supera en vanidad, cobardía y ambición incluso al que les legalizó. ¿Qué más quieren ellos? Están eufóricos. Lo que está por ver ahora es a quién aflige el dolor que vaticinó ayer el Rey.