José Antonio Zarzalejos-EL CONFIDENCIAL
- El País Vasco lo pacificaron las víctimas, las fuerzas de seguridad y la resistencia de una parte de sus ciudadanos, y en Cataluña no serán los indultos los que resuelvan nada si los catalanes no asumen la responsabilidad de hacerlo
Hoy se inaugura en Vitoria-Gasteiz el museo memorial de las víctimas del terrorismo de ETA —más de 850—, que serán recordadas junto con las que causaron otros asesinos como los de los GAL, los del denominado Batallón Vasco Español y los fanáticos de la Yihad. Será un recuerdo inclusivo y permanente en un edificio —la antigua sede del Banco de España en la capital de la comunidad vasca— significativo, amplio y céntrico. Los Reyes, el presidente del Gobierno y el lendakari subrayarán esta solemne inauguración que, aunque demasiado demorada, cumple un deber de justicia histórica.
¿Quién venció a la banda terrorista ETA? Lo hicieron, en primer lugar, la inocencia de sus propias víctimas, pero, sobre todo, y al alimón, la resistencia de un amplio sector de la sociedad vasca y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Desde luego, José Luis Rodríguez Zapatero, como con una impostura irritante se pretende, no fue el ‘pacificador’ de Euskadi. Es verdad, como escribió este domingo en el semanal de ‘El País’ Javier Cercas, que los terroristas contaron en Euskadi con muchas complicidades. Al principio, también de un sector de la izquierda. Y, de continuo, con la comprensión y el soporte del nacionalismo vasco y de ámbitos eclesiásticos, tanto de la jerarquía como de los curas trabucaires. Pero se impusieron quienes estaban en el lado correcto de la historia.
A ETA la vencieron los golpes continuados de la Guardia Civil y de la Policía, los vascos que pusieron pies en pared y no pagaron el chantaje, los que permanecieron allí con riesgo para su vida y patrimonio, los que, aun teniendo que marcharse —los transterrados—, sostuvieron la denuncia desde el exilio interior español, la repugnancia colectiva que suscitaron los crímenes horrendos de mujeres, niños, jóvenes, políticos de UCD, PP, PSE y PSOE, policías, militares y jueces, la crueldad de los secuestros y determinadas medidas como la ilegalización de HB, la colaboración internacional antiterrorista y el ‘acuerdo por las libertades y contra el terrorismo’ de 8 de diciembre de 2000 suscrito por populares y socialistas.
ETA estaba sentenciada y solo buscaba en la primera década del siglo un imposible final menos infamante del que se produjo
Zapatero, casi ocho años presidente del Gobierno, entre 2004 y 2011, fue el encargado por el calendario político de recoger los frutos del fracaso previo de ETA que se gestó al final de los años noventa. La banda estaba sentenciada y solo buscaba en la primera década del siglo un imposible final menos infamante del que se produjo y por el que todavía porfían sus epígonos. Aún en el penúltimo año del socialista en la Moncloa, los etarras asesinaron en Francia a su postrera víctima: Jean-Serge Nérin, un gendarme, caía baleado el 16 de marzo de 2010.
El expresidente socialista contribuyó, como sus antecesores, al final de ETA. Nada menos. Pero nada más. Y lo que significó ETA, el dolor inmenso que causó, las consecuencias de todo orden que conllevó su trayecto criminal están todavía por superar. Pero fue la resistencia de una parte de los vascos la que resultó inflexible ante los terroristas. De lo que se deduce una lección histórica incuestionable: son las sociedades en donde se genera un problema las que deben producir las soluciones.
Ahora, las mentes retorcidas de los guionistas a los que, por desgracia, está sometida la política española quieren hacernos creer que el supuesto “liderazgo valiente” de Zapatero en Euskadi (¿qué liderazgo?, ¿qué valentía?) sería simétrico al de Pedro Sánchez con la concesión de indultos a los sediciosos catalanes, logrando con ellos la ‘pacificación’ de la que ahora disfruta el País Vasco, pendiente, sin embargo, de una plena catarsis moral. Gran impostura. Primero, porque nada tiene que ver el terrorismo de ETA con el independentismo catalán. Son cuestiones distintas y distantes, más allá de que merodee un objetivo común independentista. Compararlos es un desafuero metodológico y un infundio. Diría más: es miserable aprovechar el desenlace del terrorismo etarra con la posibilidad de otro en Cataluña con la concesión de los indultos. Se está fraguando un fraude, otro relato mentiroso, otra ruindad.
El problema de Cataluña es que los independentistas han destrozado su propio país. Por eso han de ser los catalanes los que lo restauren. El Estado puede y debe ayudar a través de medidas gubernamentales atenidas a la Constitución y al Estatuto. El perdón —indultar es perdonar la pena impuesta por un delito, en todo o en parte— es una de las medidas posibles cuando se den las condiciones adecuadas. Ahora no se dan. Por el contrario: se plantean todas las variables más inconvenientes para acordar la gracia. Que la estupefaciente prosa de la presidenta de la ANC considere que los indultos serían una derrota del separatismo se esgrime patéticamente como un argumento de autoridad a favor de concederlos. Regate corto, visión miope, cortoplacismo. En definitiva: mendacidad. El Estado ha de mostrar su dignidad, reclamar su legitimidad prevalente, respetar todas las ideas, pero exigir el cumplimiento de todas las leyes. Y deben ser los catalanes los que se pongan al frente de la solución asumiendo que son ellos, con sus votos, los que rectificarán la trayectoria de Cataluña tras el fracaso del proceso soberanista.
Ni Zapatero pacificó Euskadi, ni Sánchez resolverá con indultos la cuestión catalana. Localizar e instrumentar estos recursos narrativos tramposos —rozan la indecencia— delata que, efectivamente, algunos están al borde del barranco y ya se ven en caída libre. De lo contrario, no puede entenderse el dislate de vincular ETA con Cataluña y lo que (no) hizo el socialista leonés con lo que pretende hacer el actual secretario general del PSOE y presidente del Gobierno. Inyectar épica al vuelo raso del apaciguamiento y la transacción espuria es lo último que nos faltaba por ver.