Antonio Casado-El Confidencial

  • Tres generaciones: los tiempos recios del abuelo, un padre objetor del felipismo y el nieto estigmatizado por el sanchismo

No es un obituario por la muerte del líder de la UGT durante el despegue democrático (1976-1994), enterrado en la víspera de Reyes, sino dosis de recuerdo sobre más de 100 años de historia del PSOE vinculada a tres generaciones de Nicolás Redondo. El que despertó políticamente con la revolución rusa de 1917, el de la huelga general que paralizó la España felipista en 1988 y el ya exlíder del socialismo vasco (1997-2002), que ha superado un expediente de expulsión del partido a cuya entraña pertenece y pertenecieron de por vida su padre y su abuelo.

El actual secretario general de la UGT, Pepe Álvarez, dijo en el entierro que su histórico antecesor, Nicolás Redondo Urbieta, «siempre antepuso los intereses de los trabajadores a los intereses políticos». Fue la razón de vida del líder sindical que plantó cara a Felipe González al entender que este había olvidado el origen obrerista del PSOE. Por su parte, González, que no estuvo en la capilla ardiente ni en el cementerio, solía reprochar a Redondo no haber superado sus contradicciones políticas.

En esa tensión institucionalizada en dos formaciones «fraternales» pero diferenciadas (partido y sindicato), marcó siempre la historia del socialismo «obrero» y «español». El asunto venía de 70 años atrás. Cuando Zinoniev y los teólogos de la revolución soviética reprochaban a Daniel Anguiano y Fernando de los Ríos (su famoso viaje a Moscú de 1920) «la falta de claridad de vuestro partido«, el dogma de la libertad desbordaba al de la lucha de clases en los tiempos recios de aquel PSOE en el que militaba Nicolás Redondo Blanco, un activo líder sindical en la Vizcaya industrializada de principios del siglo XX, adonde había emigrado con su familia desde las tierras de Soria.

De la misma estirpe política y sindical, comprometida con la causa de los trabajadores, fue Nicolás Redondo Urbieta, al que familiares, simpatizantes y amigos acaban de despedir entre aplausos en el cementerio civil de la Almudena, después de velarle en la sede central de la UGT. Fin del camino (95 años) para aquel niño de la guerra, evacuado a Toulouse en 1937, antes de que su padre, Redondo Blanco, fuese condenado a la pena muerte (finalmente, conmutada).

Detrás queda un fecundo historial como el líder del «sindicato hermano» que paralizó el país gobernado por los suyos con la huelga general de 1988 porque —me limito a reseñarlo— no le gustaba que su PSOE pareciera un partido de nuevos ricos. De hecho, había renunciado un año antes a su escaño en el Congreso. Según escribió entonces Paco Umbral, «Felipe González ha comprendido hace mucho tiempo que al cachondoliberalismo le sobran los sindicatos de clase».

El primer Nicolás Redondo (Blanco) fue un dirigente vizcaíno perfectamente integrado en aquel PSOE de Iglesias, Besteiro y Saborit. Pero este Nicolás Redondo (Urbieta) que nos acaba de dejar, el mismo que renunció a la secretaria general del partido en 1974 en favor del brillante abogado sevillano que respondía al nombre de Felipe González, acabó casi estigmatizado en el PSOE de la beautiful people, el «sí a la OTAN con mi voto en contra» y el «gato blanco gato negro, el caso es que cace ratones».

Si el felipismo no miró con buenos ojos al padre, el sanchismo parece haberla tomado con el hijo, otro Nicolás Redondo (Terreros), ex secretario general del PSE (Partido Socialista de Euskadi) al que abrió un expediente de expulsión por supuesta afinidad política con Isabel Ayuso (PP). La cosa no ha ido a mayores porque Nico, que niega ser antisanchista, demostró con sus alegaciones que, aun en el ejercicio de su libertad de expresión, desde que abandonó la política activa nunca ha pedido el voto para un partido distinto al PSOE, que fue, es y seguirá siendo su partido, aunque tenga que ser en medio de una «soledad abrumadora».

Por eso las miradas se posaron en el encuentro de Sánchez y Redondo Terreros en la capilla ardiente. Buenas palabras y la condolencia de rigor, pero la procesión va por dentro. El entusiasmo de Nico por la línea política de Pedro Sánchez al frente del partido y del Gobierno es manifiestamente mejorable.