ALFREDO TAMAYO AYESTARÁN / Jesuita y Doctor en Teología y en Filosofía, EL CORREO 05/04/13
· La ‘paz abertzale’ sentencia al olvido definitivo a los centenares de asesinados, extorsionados y amenazados a lo largo de cuarenta años.
Condenación de la memoria. Esta era la consigna de los emperadores frente a los enemigos declarados del Estado romano vencidos y muertos. Debían padecer una segunda muerte: la muerte en la memoria ciudadana. La cosa venía de lejos. Reyes Mate, en su lúcida obra ‘Justicia de las víctimas’ nos recuerda cómo ya Atenas impuso a un tal Frimico, dramaturgo de oficio, una multa de 6.000 dracmas por haberles recordado a los ciudadanos en una tragedia suya la derrota ateniense en Mileto a manos de los persas. Constituía un crimen de lesa patria.
Hace no muchos días, Sandra Carrasco en Mondragón, con ocasión del aniversario del asesinato de su padre, Isaías, concejal por el Partido Socialista en el Ayuntamiento de la localidad, nos prevenía del peligro de una pérdida de la memoria de los asesinados por la vesania etarra. Tanto mayor cuanto más pasa el tiempo. Y con mucha razón. Sobre todo si se tiene en cuenta la difícil circunstancia en todos los sentidos que estamos atravesando. Pero eso no es todo ni mucho menos. Existe entre nosotros un elemento más que conspira contra la memoria. El nacionalismo vasco radical ha decretado desde hace ya tiempo al igual que los emperadores romanos una ‘damnatio memoriae’, una condena de la memoria de las auténticas víctimas, de las de la vesania etarra a lo largo de cuarenta años. Esta ofensiva contra la memoria de las víctimas trata de emborronarla, de tergiversarla presentando lo criminal como imperativo de conciencia, cuarenta años de degradación moral con cuarenta años de lucha heroica por la liberación del pueblo vasco.
Esta siniestra ofensiva destinada a condenar la verdadera memoria usa como arma preferente el lenguaje. En mítines, declaraciones a los medios, panfletos de propaganda, los miembros de la autodenominada ‘izquierda abertzale’ utilizan como autómatas un lenguaje común destinado a desfigurar la realidad, a convertirlo en compañero de viaje de su ruta política. Son muchos, muchísimos los que caen en las redes lingüísticas que tiene por objeto borrar y emborronar la memoria de las víctimas y reescribir la historia de una banda y de sus simpatizantes. Veamos con detalle unas pocas piezas de esa red destinada a trastocar la realidad de nuestro país y de nuestra circunstancia. Uno de estos vocablos repetido hasta la saciedad es el de conflicto. Haciendo olvidar que hubo una ley de amnistía en 1977 que señaló un comienzo democrático, el nacionalismo totalitario insiste en la existencia de un conflicto ancestral que solo se puede resolver con la violencia y con la toma del poder por los auténticos ‘abertzales’.
Otro de los conceptos que inundan el discurso del nacionalismo es el de la ‘simetría’. Formulado en términos simples sería «si ETA mata o ha matado, el Estado tortura». Si es verdad que a lo largo de los años el Estado no ha usado en casos puntuales procedimientos democráticos, y todos debemos censurarlo, es también verdad que la normalidad frente al terrorismo ha sido la legalidad y la ausencia de la aplicación de la pena de muerte, todo lo contrario de la actuación etarra. Con todas las imperfecciones que se quiera España es desde hace años un Estado de derecho. La estela de muerte de cientos de ciudadanos, entre los que cabe contar más de una docena de niños, hace tendenciosa, mendaz y ridícula la palabra ‘simetría’.
La última de las piezas de este lenguaje destinado a borrar y emborronar la memoria de las víctimas es el de ‘una paz sin vencedores ni vencidos’. Diría en primer lugar que desde hace mucho tiempo la palabra paz, siendo tan noble su referencia auténtica, me produce rechazo. Pocos vocablos habrían sido tan mancillados y tergiversados a lo largo de la historia como éste. Desde la ‘pax romana’ bajo la bota de las legiones hasta los ‘Veinticinco años de paz’ de Fraga Iribarne. La ‘paz abertzale’ sin vencedores ni vencidos es otra de las locuciones con trampa que trata asimismo de ocultar cuarenta años de una trayectoria de violencia y muerte, condenar al olvido definitivo a los centenares de asesinados, extorsionados, amenazados a lo largo de esos cuarenta años. Hay que mirar al futuro, nos ha dicho la portavoz del nacionalismo radical en el Parlamento vasco. Una paz que pretende tan solo mirar al futuro es en realidad una forma infame de rehuir la responsabilidad de un pasado de violencia y muerte que personas que se sientan hoy en órganos del gobierno tras el craso error de la legalización han apoyado y jaleado. Y no solo es cosa del presente. Este es el día en que la autodenominada izquierda abertzale no ha condenado en firme el terrorismo de la banda. Mientras tanto la palabra paz sin vencedores ni vencidos, sin un no radical a la ‘damnatio memoriae’, a la condena de la memoria de las víctimas es lo que llamaban los medievales ‘flatus vocis’, una emisión de voz sin más añadidos.
ALFREDO TAMAYO AYESTARÁN / Jesuita y Doctor en Teología y en Filosofía, EL CORREO 05/04/13