Bernard-Henri Lévy -El Español
El proyecto de resolución que pensaban presentar debía de ser bastante chapucero para que haya desaparecido de la web de la Asamblea francesa.
Sin embargo, las agencias de noticias difundieron bastantes extractos del texto para dejar claro que se trataba de un ataque violento sin precedentes contra el «régimen de apartheid» que supuestamente imponía Israel al «pueblo palestino» y que exigía represalias de tipo «BDS» (boicot, desinversión y sanciones).
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En primer lugar, hay que señalar que este llamamiento a hacer un boicot es ilegal, como ya se ha visto con las circulares Alliot-Marie del 12 de febrero de 2010 y Mercier del 15 de mayo de 2012. Con la confirmación del 20 de octubre de 2020 mediante un comunicado dirigido a la «represión de los llamamientos discriminatorios al boicot de los productos israelíes». Etcétera.
Hay que tener en cuenta que la deslegitimación del Estado de Israel tampoco es que sea muy legal. ¿No va en contra de una resolución del 3 de diciembre de 2019 en la que, retomando la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto, también se criminalizaba el antisionismo?
Y aun así tenemos en Francia a 38 representantes electos y encargados de legislar que han decidido que una de sus primeras iniciativas legislativas sea colocarse al margen de la ley por partida doble.
Por desgracia, el deseo de aniquilar a Israel no anda corto de defensores, si bien es cierto que nunca habíamos llegado tan lejos en esta Cámara. ¿Reconocer sin más dilación un Estado palestino de manera íntegra? Dicho con palabras más sencillas, eso significa que se incluiría todo lo que hay entre Gaza y Cisjordania, y por tanto, si es que hay que hacer caso al sentido de esas palabras, el propio territorio de Israel.
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Enseguida constataremos el aumento de un sentimiento antisemita de izquierdas totalmente desacomplejado.
A principios del siglo XX, en el seno de un joven Partido Socialista, la tendencia antisemita ya era fuerte.
¿No era entonces común, entre los amigos de Jules Guesde, autodenominarse «republicano, socialista y antisemita»?
¿No era habitual fustigar, con Drumont, «a los perpetradores de judiadas de las finanzas y de la política»?
¿Y acaso no fue el propio Jaurès capaz de escribir, antes y después del caso Dreyfus, que «la raza judía» está «carcomida por una especie de fiebre que no hace más que buscar ganancias» y que los socialistas de la «vieja raza católica» tienen el deber de «acabar con» ese «mecanismo de rapiña, mentira, corrupción y extorsión»?
El antisemitismo es una corriente que luego resurgirá entre las filas de la izquierda pacifista en plena década de los años 30. El socialista Fernand Bouisson, que acusaba a Mandel de desear la guerra «como todos los judíos».
El radical de Yvon Delbos, ministro de Asuntos Exteriores del Frente Popular, que explicaba que «los judíos, perseguidos y expulsados de todas partes, buscan su salvación en una guerra mundial».
O el líder del partido, Paul Faure, que atacó indignado a León Blum, que estaba «dispuesto a dejarnos morir a manos de los judíos».
Estos textos los cita Michel Dreyfus en sendos estudios publicados uno en 2009 en Presses universitaires de Rennes y otro en 2010 en Cairn.info.
Parece que esta tercera crisis a la que hoy asistimos, la que encarna la conciencia liberal y democrática, estalla en una Francia que no ha aprendido nada, que no ha olvidado nada.
De Mélenchon se dice que se está volviendo cada vez más «corbynista». Insulta al Crif (Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia), se manifiesta al lado de islamistas que vociferan «muerte a los judíos» o acusa a algún que otro rabino de primera línea de haber ido a degüello con un Gobierno amigo.
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Diría que sí y no. Este hombre es fiel (sobre todo) a ese lado oscuro que los militantes más lúcidos de la izquierda son conscientes de que asedia la memoria de sus partidos. Un lado oscuro que hay que desterrar, no elogiar.
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Y a los hombres y mujeres de buena voluntad que ya no entienden nada y se preguntan cuál es exactamente el destino de los palestinos en Israel, les digo lo siguiente:
De los territorios ocupados en la guerra de 1967, ya hay uno, Gaza, donde la acusación de apartheid es absurda, ya que no hay un solo judío en esa franja desde que Ariel Sharon decidió retirarse de allí en 2005.
En el otro, Cisjordania, hace falta mucha mala fe, o, simple y llanamente, ser estúpido, o ambas cosas a la vez, para confundir la lucha contra el terrorismo con la segregación.
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Y en cuanto al propio territorio de Israel, país sobre el que la resolución pertinente al respecto indica que está gobernado «desde 1948» por «un único grupo racial», debemos recordar una y otra vez que Israel es un país multiétnico y pluriconfesional donde dos millones de árabes, tanto musulmanes como cristianos, gozan de los mismos derechos económicos, sociales y políticos que sus conciudadanos judíos.
Hay que recordar y repetir una y otra vez que Israel es una democracia parlamentaria en la que la minoría árabe está representada en el Knéset (el Parlamento del país) por varios partidos. Uno de los cuales, el Raam, está, en este momento, en la postura de partido bisagra, ya que arbitra entre el centrista Lapid y su oponente Netanyahu.
Y, por último, hay que recordar que Israel es un Estado de derecho en el que no hay una sola construcción, un olivo centenario arrancado o una sospecha de discriminación que no pueda ser llevada ante un Tribunal Supremo en el que uno de cada cinco jueces es árabe y de cuya imparcialidad ninguna persona seria duda.
Las pruebas de lo expuesto son infinitas. Volveré a ellas si es menester. El «socialismo de los imbéciles» debe agachar la cabeza. Es imperativo.