ABC 09/01/15
· La ceguera ante la radicalización de muchos jóvenes europeos musulmanes es una temeridad que alimenta la reacción de los islamófobos
APENAS transcurridas veinticuatro horas desde la masacre en la redacción del «Charlie Hebdo», París sufrió un nuevo atentado islamista que acabó con la vida de una policía municipal. La víctima fue tiroteada por un hombre armado con un «kalashnikov», que a continuación se dio a la fuga. Aunque el Gobierno francés no vincula este crimen con la matanza del «Charlie Hebdo», da por hecho que se trata de otro asesinato de la yihad. La espiral terrorista es una evidencia innegable y, aunque los gobiernos europeos no quieran caer en el alarmismo, supone la traslación de la yihad a las calles de Europa. Aceptar esta realidad es la primera condición para hacer frente al nuevo terrorismo integrista. La segunda es saber que el terror islamista maneja el tiempo con criterios nada occidentales. El fanatismo musulmán no se pone plazos en sus objetivos irredentistas, de manera que la ausencia de atentados no debe volver a confundir a las sociedades europeas. Solo estará esperando el momento propicio. Tampoco hay que perderse en discusiones de lenguaje sobre si estamos o no en guerra contra el terror o hay o no choque de civilizaciones. Lo evidente es que hay musulmanes, nacidos en Europa y educados en sus libertades, que se han reconvertido en terroristas y que están secundando el llamamiento de Estado Islámico de atacar a los occidentales en sus propios países. Esto no es nuevo –pasó con el 11-S, el 11-M y el 7-J de Londres–, pero sí lo es su intensidad. Si no es una declaración de guerra, se le parece mucho y, en todo caso, la respuesta de los Estados está obligada a ser cada día más ambiciosa en todos los frentes de la lucha antiterrorista, incluyendo el militar abierto en Siria e Irak. Tras el atentado contra los periodistas franceses, se multiplicaron las voces contra reacciones islamofóbicas. Europa debe prevenirse de incurrir en el extremismo opuesto al que representan los asesinos del «Charlie Hebdo», pero esa prevención debe ser compatible con no olvidar que se trató de un atentado islamista y con el deber de las comunidades musulmanas de condenar, denunciar y marginar a los autores de estos crímenes. El terrorismo religioso, como el nacionalista –y bien lo sabemos en España–, tiene un caldo de cultivo social en el que se mezclan los que toleran, los que callan, los que comprenden y, por supuesto, los que de manera directa animan, captan y entrenan a los asesinos. Este aspecto sociológico del terrorismo islamista no puede ser despreciado en aras de la corrección política, porque hará mucho menos eficaz la lucha antiterrorista. A las comunidades islámicas no hay que estigmatizarlas, tampoco exonerarlas de sus responsabilidades. La islamofobia es una degradación inaceptable de los valores democráticos de Europa. La ceguera ante la radicalización de muchos jóvenes europeos musulmanes es una temeridad que alimenta la reacción de los islamófobos.