Mar Espinar es concejal socialista en el Ayuntamiento de Madrid. Sostiene la idea de que Bildu es mejor que Vox. ¿La razón? La exponía en un pleno municipal: “Es importante que tengan claro que Bildu hace el recorrido contrario (al de Vox). Vienen del terror pero han entendido que hay que aceptar las reglas del juego. Vox, con los que (el alcalde) ve más legítimo pactar, va en dirección contraria, rechaza las reglas del juego y ofrece terror”. Esta pobre chica, ¿repetiría su miserable argumento a los hijos de Fernando Múgica, a la madre y los hermanos de Joseba Pagaza, a los hijos de Froilán Elespe, a los familiares de Buesa o a las hijas de Isaías Carrasco? Ninguno de estos asesinatos fue condenado, criticado o rechazado por esos que “han entendido que hay que aceptar las reglas del juego”. Ninguno. Podría haber comparado el camino seguido por Carrillo desde su responsabilidad en los asesinatos de Paracuellos del Jarama hasta su entrega a la transición, con los de sus epígonos de ahora mismo, que al atacar el mitin de Vox en Vallecas gritaban: “¡a por ellos, como en Paracuellos!”
El alcalde Martínez Almeida no estaba de acuerdo: “Vox me parece muchísimo mejor que Bildu. Soy alcalde con un programa de Gobierno con Vox, y no ha pasado nada. Esto no es fascismo o democracia, sino ‘sanchismo’ o libertad”. Aquí se ve que el alcalde de Madrid debería observar la regla de prudencia que acuñó Mark Twain: “nunca discutas con un idiota. (O con una idiota, por supuesto). Te arrastrará a su terreno y ahí te ganará por experiencia.
Traten de leer este par de frases del alcalde a pelo, sin el pretexto de la Espinar. Podría parecer un memo él mismo, solo por la comparanza. Y sin embargo, esa comparación entre lo que presumiblemente son los dos extremos de nuestro abanico ideológico es una actitud recurrente en la que cada vez están empeñados un número mayor de nuestros conciudadanos.
He leído en personas a las que quiero y aprecio intelectualmente un dejarse deslizar por la pendiente de los lugares comunes en una equiparación a mi modo de ver inadecuada entre los dos extremos, que “se necesitan y se alimentan mutuamente”, para preguntarse en algún caso “cual de los extremos es el mal menor”. También he leído que “la sociedad no se divide entre buenos y malos”. Sin haber incurrido nunca en el maniqueísmo, siempre me pareció una falacia el “in medio virtus”, creo que de Aristóteles. Entre los humanos el bien puro no se da, pero el mal sí. Los hay que mienten a veces y quienes mienten siempre. Por eso es una duda improcedente la de preguntarse quién encarna el mal menor, si Vox o Podemos o si ambos se necesitan y se alimentan mutuamente. La equidistancia es falsa. La izquierda política y un número cada vez mayor de periodistas llaman a Vox “la extrema derecha” sin que ninguno de ellos tilde a Podemos de “la extrema izquierda”. Es preciso señalar, por otra parte, que la extrema derecha es una ubicación mudable. Durante el zapaterismo se le adjudicó al PP, sin que el PP entonces, ni Vox ahora, en el sanchismo, se hayan colocado nunca extramuros del sistema.
Hay quien compara a dos matones de taberna, uno con morrión y otro con coleta. Vox es un partido constitucional que jamás ha rechazado la Constitución en bloque como Pablo Iglesias (el candado del 78). Yo conocí a Santiago Abascal cuando iba a sus clases de Sociología en la Universidad de Deusto acompañado por dos escoltas. A Iglesias más tarde, cuando manifestaba simpatías por quienes lo querían matar. No se puede equiparar a José Antonio Ortega Lara, 532 días secuestrado por la banda con su secuestrador, Josu Uribeetxebarria Bolinaga, que también fue el asesino de los guardias Mario Leal Vaquero, Pedro Galnares y Antonio López. Podemos no equidista, reconoce a Bolinaga como uno de los suyos a la hora de su muerte: “Lamentamos el fallecimiento de Jesús Mª (Uribeetxebarria) Bolinaga, luchador incansable por la liberación del pueblo vasco. Agur, gudari”. Poco más hay que decir, pero son muchos los colegas que creen restablecer la justicia colocándose en el justo término medio entre Ortega y su secuestrador, entre el partido del primero y la banda del segundo, entre el asesino y su víctima, la bala y la nuca. ¿Cómo extrañarse de que alguien como Iglesias, que nunca condenó a los terroristas, monte un pollo considerable por las balas en un sobre y sea tan indiferente a las que fueron disparadas contra cualquiera de las más de 800 víctimas del terrorismo etarra?¿cómo iba a hacerlo si tenía a un terrorista, variedad FRAP, en el árbol genealógico y se sentía orgulloso de la herencia?
Aunque es justo reconocer que su indignación era falsa, como casi todo en él. “¿A ti te han amenazado?” le preguntaba su entrevistador a Pablo Iglesias hace dos años. “Sí, pero no me gusta hablar de eso por dos razones: si hablas de las amenazas que recibes estás engrandeciendo al que amenaza. El que amenaza normalmente es un mierda al que no hay que dar importancia. Y luego está el toque victimista de ‘ay, me han amenazado’. Mira, hay gente a la que han amenazado y lo ha pasado muy mal. Yo voy con escolta […] no tengo derecho a quejarme ni a lloriquear: ¡ay, cuantas amenazas recibo!”.
No es lo mismo Vox que Podemos y los periodistas decentes harían bien en no comprar la mercancía intelectualmente averiada de Pablo Iglesias: él miente casi siempre. Desde el famoso debate electoral he discutido con mi querida Rebeca Argudo sobre la conveniencia del varapalo que le propinó Rocío Monasterio. En un principio yo albergué dudas, pero según pasan los días cada vez parece más claro que fue para él una derrota en toda regla. Y si todavía hay mucha gente que cree que Pablo y Rocío son los dos del mismo material (con que se hacen los sueños, dijo Shakespeare) les conviene seguir el consejo de Mark Twain, principio y fin de este artículo: “Cada vez que te encuentras del lado de la mayoría es hora de hacer una pausa y reflexionar”.