El acuerdo alcanzado por EH Bildu con el Gobierno Sánchez para incrementar en un 15% las pensiones no contributivas a cambio de abstenerse en la tramitación de la ley del fondo público de pensiones ha jalonado esta semana su conversión de socio comodín del sanchismo en actor determinante del bloque de la investidura. Su tránsito del blanqueo a la política de Estado. En marzo de 2019 EH Bildu suscribió una alianza con ERC para actuar juntos en el Congreso y en el Senado. Alianza que entonces necesitaba más la izquierda abertzale que el republicanismo independentista catalán, en tanto que permitía a los herederos de ETA adquirir una nueva dimensión a través de las Cortes frente a la «involución democrática». Tres años después la izquierda abertzale lleva meses prescindiendo de una ERC que bastante tiene con lo suyo. En noviembre de 2020 Pablo Iglesias mostraba su satisfacción porque EH Bildu apoyase los presupuestos del Gobierno del que era vicepresidente como «un éxito de la democracia española que nos debería emocionar a todos». Año y medio después la izquierda abertzale no necesita de Unidas Podemos para pasearse por las Cortes. Le basta con señalar la amenaza de un cambio de ciclo político en España para hacerse valer entre propios y muchos extraños.
Cabía pensar que la lacerante desaparición de ETA iba a dificultar, por tardía, el reacomodo de la izquierda abertzale en una democracia que hasta la víspera decía combatir hasta las últimas consecuencias. Que la ausencia de la persuasión etarra pondría en evidencia sus debilidades orgánicas, dificultando la cohabitación entre la añoranza y el hastío en sus bases electorales. Sin embargo, la izquierda abertzale aguanta transformándose. No va a más respecto al nacionalismo gobernante, al que las encuestas le auguran mantener posiciones al alza en los comicios locales y forales de mayo de 2023. Pero amplía sus perspectivas frente a la contracción de todas las demás opciones partidarias, empezando por Elkarrekin Podemos y la dependencia del PSE de sus coaliciones de gobierno con el PNV.
El mandato de Pedro Sánchez acomoda a EH Bildu en una transformación paulatina, en la que su cultura política cuenta con la ventaja de no tener que gobernar. Casi todo lo contrario. La sociología de la izquierda abertzale sigue aferrándose a la clase media. A la media del país. Es de empleo público o estable, al margen de discursos obreristas. De ahí provienen las dudas sobre su continuidad. Siendo muy difícil que se erija en una ‘religión de sustitución’ respecto a sí misma. Que pueda simultanear la vida cortesana en Madrid con la denuncia del ‘caso Atristain’. El aguante de la izquierda abertzale tiene su mérito, por hiriente que resulte. Pero no será fácil que durante un año, dos o cuatro más sea capaz de conciliar su vis socialdemócrata de hoy con el sospechoso leninismo que atosiga a sus más jóvenes. A no ser que espere un Gobierno del PP con Vox para rearmarse.