TONIA ETXARRI-EL CORREO

Contentar a los socios. Amansar a la fiera, en muchas ocasiones, cuando los aliados se muestran insaciables. En ese afán se encuentra ocupado Pedro Sánchez para intentar salvarse sin sobresaltos en lo que le queda de legislatura. Ni un viernes sin acercamientos de presos de ETA (apaciguando a Bildu) y con los indultos a los condenados del ‘procés’, junto con la rebaja del delito de sedición, ya en los fogones de La Moncloa (que no les falte de nada a ERC y Junts).

Porque el Gobierno ahora no está alineado con la Justicia española. Concederá los indultos parciales. En contra del criterio de la Fiscalía y del Tribunal Supremo. Les dará la razón a quienes violentaron el orden constitucional. Y quienes lo critiquen o no lo entiendan (más del 70% de encuestados) ya son considerados unos rancios del Antiguo Testamento. Tan antiguos como el Código Penal al que conviene dar unos retoques. «Fuera el delito de sedición, que es del siglo XIX», exclama un catedrático de Derecho Constitucional de los muchos que asesoran a La Moncloa. Estamos asistiendo a justificaciones sin sentido para intentar explicar lo incomprensible. ¿Por qué no se suprime el delito de homicidio?, le replican abogados penalistas que no salen de su asombro. «Total, es un delito del siglo III, de cuando se introdujo en España el Derecho Romano».

El inquilino de La Moncloa avanza a ritmo vertiginoso, creando nuevos problemas en vez de resolverlos ¿Qué necesidad tenía de avivar el fuego de la mal llamada cogobernanza en esta fase de la desescalada? Después del toque de atención del PNV la semana pasada recordándole que su lealtad de socio tiene un precio, ha tenido que ceder a la presión y dejar en manos del lehendakari el cierre de la hostelería.

Cada día un afán, cada día un nuevo frente de polémica. A ver si nos olvidamos de su caótica gestión de las medidas anti covid, de Marruecos y de su fracaso electoral en Madrid. Pero las encuestas son como una gota malaya para La Moncloa. El PSOE sigue derrapando por la pendiente. A medida que se afianza la imagen de Sánchez de cesión al independentismo, el electorado le va abandonando. En las encuestas. Podrá cambiar de ministros (qué torpeza la titular de Exteriores abriendo crisis con Marruecos, qué turbio Ábalos con sus relaciones con la vicepresidenta de Maduro, qué prescindible Garzón, qué silente Margarita Robles cuando más se necesita unas dosis de buen juicio y sentido de Estado, qué prepotencia la de quienes se creen que no tienen que dar explicaciones de sus actuaciones). Pero todos saben que el problema es Sánchez.

Hoy visitará Barcelona, en plena ‘operación deshielo’ con los gobernantes nacionalistas catalanes. Pero Aragonès, condicionado desde dentro por Junts y presionado desde fuera por la CUP, no se saldrá del guion. Y Sánchez acabará sentándose en torno a la mesa extraparlamentaria con quienes representan el desafío secesionista. Sus antiguos emplazamientos a que los independentistas no ignorarán a la otra mitad de los catalanes han quedado sepultados en el archivo de su desmemoria.

La convocatoria de la manifestación cívica en Colón para el próximo día 13, le incomoda. Le conviene polarizar con la derecha; cierto. Pero sabe que la foto de Colón ya no cuela como en el 2019. La opinión ha dado un vuelco desde las pasadas elecciones en las que Díaz Ayuso le dobló el pulso al PSOE. El miedo al dóberman de la derecha ya no sirve para movilizar a la izquierda. Lo intentaron en Madrid sacando a pasear al fascismo imaginario y ya vimos cuál fue el resultado.